¿Qué es el suicidio? O más específicamente, ¿qué significa suicidarse? La mayoría lo miraría desde una perspectiva de ámbito externo, a través de las personas que quedan dolidas por la partida de sus seres queridos. La mayoría tiene grabado en la ca...
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Cuando era pequeña, unos cuatro años a lo mucho, mi padre me regaló un puzzle de 500 piezas. Me dijo que confiaba en que podría armarlo sola. Y lo hice, solo para enorgullecerlo.
Pero su orgullo no fue suficiente, porque desde que tengo memoria siento un vacío que no se llena con nada. Y sí, sé que suena cliché al tope, pero mi vacío tenía algo de especial, o eso quería creer. Se trataba de un vacío inextricable; difícil de explicar, difícil de sentir y difícil de sobrellevar. Era un vacío que me hacía sentir como si nada de lo que arrastrara hacia mí fuera suficiente. Como una especie de hambre enfermiza que no se saciaba con nada, por más que la cantidad de alimento fuera exorbitante. Solo que esta hambre era psicológica. Un hambre que de tan voraz me daba la sensación de que el mismo mundo era insuficiente para mí, que entumecía mis órganos sensoriales como reclamo a su insatisfacción, haciéndoles percibir todo como si fuera aquel elemento burdo y borroso de una fotografía.
Ahora armo puzzles de 2000 piezas en unas horas y sigo sintiéndome igual de vacía.
Le gente me dice que debería estar orgullosa de mí misma. Fui becada con honores, presidenta de clase por cinco años consecutivos, mejor bachiller, abanderada del pabellón nacional, ganadora de múltiples concursos de matemáticas, dibujo y literatura, la adoración de todos los profesores.
También tenía sueños. El más grande era convertirme en una arquitecta reconocida. Me mataba haciendo, si se podía a diario, bosquejos de construcciones que quería mostrar al mundo. Con el tiempo comprendí que aunque esas construcciones fueran llevadas a cabo yo seguiría sintiéndome igual de vacía.
¿De qué serviría seguir viviendo si seguiría sintiéndome insatisfecha de todo, por el resto de mis días? ¿No sería mejor cortar esa bola de energía absorbente de raíz y darles oportunidad a los demás de destacar?
Todo me resultaba, a fin de cuentas, insignificante. La vida no tenía más sentido para mí porque nada me ataba realmente en ella. Lo entendí hace unos meses, tiempo que llevo planeando esto. Pensé que quizá en la muerte hallara por fin algo distinto. Por lo menos si dejaba de existir, también dejaría de sentir y por ende, el vacío se iría. Y lo cierto es que ya no quería existir más, porque solo con existir me frustraba conmigo misma al tiempo que me sentía entumecida del resto del mundo.
Nunca tuve amigos. Los adolescentes se alejaban naturalmente de mí por estar «del lado» de los profesores. Qué puedo decir, las fechorías que hacen los alumnos no son algo que los profesores merezcan y me producía mucha más empatía su situación que la de los alumnos. Así que pasaba la mayor parte del tiempo leyendo. Vivía metida en mis libros y ellos se convirtieron en mis únicos amigos. No estaba mal. Me mantenía tranquila y con la mente ocupada, a veces fantaseando. Mi otro sueño era escribir una historia solo para mí, una que tuviera los ingredientes justos y necesarios para obtener una mezcla perfecta a mi percepción, una historia que no compartiría con el mundo sino que la reservaría para mí misma y que sea mi mayor orgullo. Pero luego ese sueño también perdió su brillo hasta que ya no tuvo más sentido y yo no tenía más motivación para realizarlo.
Debo aceptar que a veces me sentía bastante sola, cuando miraba en derredor y todos estaban hablando con alguien, riendo o jugando. ¿Eso habría contribuido de algún modo a alimentar mi vacío? No lo pensé hasta este momento. Quizá, pero ya no es importante.
Tampoco me querían los chicos, aunque yo no soy fea. Tengo cabello rubio, ojos grises y buena contextura porque incluso en las clases de educación física yo sobresalía. A veces veía cómo las demás chicas tenían novio tras novio y me sentía mal. Creo que a los chicos les resultaba intimidante, o no sé. La cuestión era que ellos no se acercaban y yo tampoco los buscaba.
¿Para qué tener un novio, si seguiría sintiendo mi vacío? ¿Para qué embarcarme en una relación que sería unilateral, que no me despertaría ninguna pasión? ¿Para qué estar con alguien a quien nunca podría amar?
Había algo me solía salvar de la desolación completa: el placer. Sentía placer por leer, por tomar café, por dibujar. Pero en algún momento el vacío también se tragó los placeres y ya ni los libros, ni el café ni mis dibujos me producían emoción alguna.
Al final solo estaba yo y mi vacío. No quedaba nadie más. No quedaba nada más. Ni esperanzas, ni sueños. Yo y mi vacío por lo que restara de mi vida.
Solía pensar que si lograba suficientes cosas en la vida, el vacío se iría. Pero no. Ahora nadie cree que esté mal porque supuestamente soy el motivo de envidia de todos y debía estar orgullosa. No saben que me acurruco en mi cama cada noche, con una expresión en el rostro que no debería ser humana. Ni siquiera lloraba. Solo era yo y mi vacío. Juntos hasta el final.
La gente da por hecho que los logros de alguien le deben hacer sentir ufano y desconocen que a veces esos logros se vuelven en tu contra. Te recuerdan quién fuiste y no puedes volver a ser. Cuán afortunada se supone que eres cuando tú no lo sientes así.
No podía estar menos orgullosa y motivada.
En el periodo en que dejé el colegio para ir a la universidad empecé a descuidarme. Andaba cansada todo el tiempo, desanimada para esforzarme. Ya no destacaba como antes. Me bloqueé en todo lo que me proponía hacer, cuestión que solo lo empeoró todo, haciéndome sentir como una fracasada, o una inútil. Mi papá decía que ese sentimiento era normal cuando se entraba en la universidad, pero yo sabía que había algo más. Cada vez aumentaban las horas de sueño y reducía la cantidad de alimentos. Cada vez habían más cortes en mi cuerpo, intentos desesperados de sentir algo, así fuera dolor.
Me fui en picada hacia abajo y no pude frenarlo de ninguna manera. Quería desesperadamente arrancarme ese vacío del pecho y que me dejara realizar mis actividades cotidianas con tranquilidad. Pero no. El vacío jamás se iría a menos que yo me fuera también.
Mi madre solía darme pequeños retos que debía cumplir si deseaba recibir remuneración económica. Tenía que analizar frases que me decía, libros que quería que leyera, películas que consideraba que valían la pena, entre otros. Me daba casos con pistas para que los resolviera. Y yo siempre, de algún modo, lo lograba.
Hasta que ya no quise. Le dije que no más y ella se sorprendió, incluso me llamó insolente. Creo que utilicé palabras inapropiadas, pero no me importó. Esa fue una de las cosas que quería «dar por concluida». Y además, lo único que ya quería hacer todo el tiempo era encerrarme en mi cuarto a dormir, porque solo cuando dormía no sentía mi vacío y cada vez estaba más desesperada por dejar de sentirlo.
A fin de cuentas, la vida se hizo un reto demasiado grande para mí, uno que nunca pude descifrar. Irónico.
Busqué la manera menos grotesca de morir, porque no quería dejar un trauma demasiado grande en mis padres. Encontré entre los productos de limpieza brometalina. Eso me serviría. No les dejo una nota a ellos, porque no quiero que piensen que han hecho algo mal. Tampoco quiero lastimarlos más de la cuenta, ni echarles las culpa. Ellos hicieron lo que pudieron como padres y yo lo sé, y les quedará el consuelo de sus otros hijos luego de mi partida.
Aún no tomo el veneno pero lo haré ni bien termine este escrito. No lo considero necesariamente una carta, pero sentía que si me iba al menos debía dejar constatado el por qué de mi decisión.
Posiblemente me arrepienta, pero soy obstinada. Esto es lo único que he tenido en la cabeza por meses. Meses eternos. Me pregunto qué sentiré mientras muera. Pero no intentaré anotarlo. Lo reservaré solo para mí.