Hazel

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Creo que a nadie le interesará este escrito

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Creo que a nadie le interesará este escrito. Imagino que lo encontrarán y no le prestarán atención, que terminará desechado. O quizá algo peor.

Eso está bien.

Nunca me consideré una persona ambiciosa, y no creo que en el momento más cercano a mi muerte sea el indicado para comenzar. Después de todo, estoy acostumbrada a tener poco. Siempre creí que merecía poco.

La idea era escribirle a mi mamá, pero cambié de opinión a último momento. Incluso arranqué la hoja que ya había empezado a llenar y me deshice de ella de la única forma desesperada que se me ocurrió: la tiré por la ventana. Estoy segura de que más temprano que tarde terminará en la basura o en el fuego.

Mi mamá me ha insinuado múltiples veces que le importo poco. Constantemente me echaba la culpa de sus problemas hasta el punto en que me dijo que no tendría que haber nacido. Yo entiendo que no lo dijo en serio y que en el fondo me quiere, pero si le dedicara esta carta, la utilizaría como excusa para seguir victimizándose y no superarse. Y yo espero que mi muerte más bien la espabile.

Sin embargo, a pesar de que no lo dijo en serio, esas palabras me marcaron tanto que se repetían con constancia en mi cabeza sin que las invocara voluntariamente. Ella estaba en lo cierto. Vine al mundo para crecer en la pobreza dentro un ambiente hostil posterior a una guerra. Tal vez nací con el propósito de ser una luchadora que con todo en su contra podía salir adelante. Pero lo cierto es que soy débil, demasiado débil para soportar o superar la prueba.

Curiosamente, pese a que mi vida fue siempre infausta, no había sopesado la idea del suicidio hasta el último día. En mi escuela nos enseñaban que los que cometían suicidio se iban al infierno. Nos asustaban con descripciones de pesadilla. Decían que el suicidio era uno de los peores pecados existentes, una abominación intolerable, y el mayor acto de cobardía. Además, yo había reflexionado que no valía la pena quitarse la vida por un aparente sufrimiento circunstancial para ir al tormento eterno. Fue eso lo que mantuvo mis pensamientos alejados del tema durante muchos años.

Pero ahora no me importa. Ni siquiera me siento culpable por que no me importe Dios como antes. Estoy dispuesta a aceptar lo que haya detrás de la muerte, cualquier cosa que sea. Incluso si el dichoso infierno existe, al menos sufriré como es debido y aprenderé a hacerlo bien.

Ahora que lo pienso, me parece increíble lo mucho que ciertas cosas ridículas solían importarme antes, como la aceptación y el amor. Nadie nunca llegó a salvarme de mi desgracia. Y nadie lo haría, entendí.

Ni siquiera yo misma.

Se supone que este es el punto de inflexión de un ser humano, en el que del suplicio de comprender que lo ha perdido todo, encuentra una fuerza de voluntad interior parecida a una llama crepitante que le impulsa a seguir adelante con renovadas energías. Se convierte en la antorcha que conoce su camino y su ardiente luz lo marca tras sus pasos.

Cartas de suicidioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora