Percy

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Mira, yo no quería nada de esto

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Mira, yo no quería nada de esto. Juro que no lo busqué. Al menos en un principio. Si estás escuchando esto y crees que tuviste o tienes una oportunidad de salvarme, te recomiendo que apagues la grabación. No creo que estés preparado para soportar mi despedida definitiva. Porque eso es esto. Una despedida después de la cual no habrá más yo, algo que podría considerarse el final del libro de mi vida. Acepta que no hay nada que puedas hacer. Para cuando lo escuches, ya estaré muerto.

No todos estamos fabricados para vivir, o al menos eso es lo que mi vida me hizo entender. No estaba en manos de nadie haberme disuadido para seguir viviendo. Así como tampoco lo está en las mías que leas esto y te sientas de alguna manera identificado. Ahora, lo digo en serio, si comienzas a sentirte identificado, si mientras lees algo inexplicable pero familiar se revuelve en tus entrañas, como un hilo invisible que conecta mis pensamientos con los tuyos, déjalo en este instante. Déjalo y no vuelvas atrás.

No digas que no te lo advertí.

Nunca fui muy inteligente que digamos y las personas que me rodeaban me lo solían remarcar. En el colegio, me llamaban pringado y a veces pijo, solo como alusión irónica de mi clase social. Los profesores me tenían fastidio porque me dormía en sus clases, sacaba malas notas y atraía todo tipo de problemas. Lo de las notas tendría que ser entendible, porque tengo THDA (trastorno de hiperactividad por déficit de atención) y eso me jodía la vida bastante. Pero lo juro, yo no buscaba hacer daño a nadie, simplemente era como si fuera un imán para las desgracias. Recuerdo cuando en una visita a un museo tiré de la llave para lavarme las manos y el grifo se despegó, creando una fuga que terminó inundando el baño. O cuando por accidente hice una mezcla que desprendió gas tóxico en el laboratorio de química. O cuando con el balón de basquetball le di a una profesora embarazada que estaba bajando las escaleras y la hice caer (por suerte, no perdió al bebé).

Creo que esas eran pequeñas señales. Señales que me intentaban decir que yo no tenía que seguir viviendo.

Mi padre fue un hueco sin llenar. Vivía con mi madre y mi padrastro, Gabe, un imbécil con todas las letras. Yo le decía Gabe El Apestoso. Siempre se propasaba con mi mamá y me atosigaba con burlas crueles y amenazas. No tenía trabajo y lo único que hacía todo el día (además de lo que ya mencioné) era tomar, comer y jugar apuestas con sus amigos que nos dejaban en una todavía peor situación económica. La vida en mi casa (o mejor dicho, departamento) era un infierno, pero no es solo por eso que tomé la gran decisión. En realidad, esa es solo una parte pequeña del total de ella.

Yo solía tener voluntad. A pesar de que en la escuela tenía problemas, muchos me creían un héroe, porque me gustaba salvar a personas de ciertos peligros que estaban en mis manos, como los bullies en el colegio, o si alguien iba a ser atropellado por no ver antes de cruzar la calle, o si a un niño se le quedaba atascado su balón o un avión de juguete en un árbol. Incluso una vez me metí a un incendio para salvar una mujer y sus niños pequeños. Me llevaba estragos físicos, pero no me importaba. Me erguía sobre las situaciones dispuesto a entregarlo todo por proteger a quienes más quería o a los indefensos. Tomaba iniciativa e impulsaba a las personas a ser una versión mejor de sí mismos y creer en sus ideales.

Quiero decir, que si hoy muero, no es porque no fui querido, sino todo lo contrario. Fui demasiado querido cuando no lo merecía.

Todo era una fachada, con intenciones secundarias que nadie más que yo podía conocer. Me miraban y me agradecían, y yo me sentía contento con eso, porque en realidad era eso y no el bien de la persona o personas lo que buscaba. Y me siento terrible al admitirlo, pero es la verdad. En realidad soy egoísta. En realidad todo lo hacía para ocultar lo muy inseguro que me sentía de mí mismo y lo mucho que necesitaba de la aprobación de otros. Manipulaba a las personas para recibir su cariño y que hicieran lo que quería. Lo tenía todo fríamente calculado, aunque parecía que me arriesgaba todo el tiempo. Buscaba salvar a las personas para que se sintieran agradecidas de mí y me tuvieran estima e incluso para que me vieran como una figura heroica, porque si me hacía menos, ellos pensaban que era muy humilde y modesto y me engalanaban más, se formaban una mejor impresión de mí que les quedaría marcada. Todo eso lo tenía calculado.

Lo peor es que siempre conseguía lo que quería, siempre terminaba conquistando los corazones que me proponía conquistar, por mucho que al principio encontrara resistencia. Era dolorosamente fácil. No soportaba la idea de estar completamente solo, porque cuando estaba solo la vergüenza y el remordimiento acumulados me volvían miserable.

La situación empeoró con los años. Cada vez necesitaba más. Más agradecimientos, más aprecio, más halagos. Me sentía como un vórtice incansable y no quería que ese vórtice siguiera evolucionando, llegando a lastimar a todo el que estuviera alrededor.

Ahí fue cuando entendí que yo tenía que morir. Que quizá ni siquiera debí haber nacido. Que tan solo era una mancha en la existencia que debía ser limpiada antes de que pudiera extenderse. No era compatible con la vida. A pesar de que habían personas que me querían, nunca pude quererlas de igual manera, por mucho que lo pretendía. Y tampoco era lo suficientemente desalmado como para vivir con la consciencia tranquila siendo así. La raíz del problema apuntaba a mí, por muchas vueltas que diera por otros lugares. Yo odiaba ser el problema y odiaba odiarlo. Era como si hubiera venido con defecto de fábrica, uno que no tenía arreglo y gracias al cual no podría funcionar en el mundo. Si no podía lidiar conmigo mismo, sería peor con la inminencia del futuro. Mi destino era el fracaso como ser humano.

Entonces, lo que hago lo hago en pequeña parte porque odio mi vida y en gran parte porque me odio a mí mismo. No soporto ser como soy. Odio todo de mí, desde mi egoísmo hasta mi falta de valentía para aceptarlo frente a los que manipulo. Y ya no puedo soportarlo más. No puedo soportar seguir viviendo conmigo mismo, cuando todo lo que hago es un gran fraude. No soporto ni verme al espejo para que me devuelvan la mirada esos ojos verde mar que esconden su verdadera identidad como ventanas blindadas cubiertas por un fondo falso. Siento asco, y ese asco me acompaña como una espada clavada en el pecho todo el día, todos los días.

Creo que lo único que extrañaré del mundo será mi mamá. Ella no hizo nada mal, nunca. Creo que es la mejor madre que cualquiera puede haber pedido. Me duele mucho dejarla y también me siento culpable por hacerlo, pero sé que hago lo correcto y que no la merezco. Para ella soy solo una carga más con la que lidiar y creo que ya tiene suficiente con el imbécil de Gabe. Sé que ella estará mejor sin mí, aunque al principio le cueste aceptarlo. Lo he ponderado con ojos fríos.

La verdad no sé a quién le digo esto, porque es como si no se lo dedicara a nadie que conozco. Pero si encontraste la grabación y la estás escuchando, es porque ya me ahogué a mí mismo en la bañera cuando mi mamá no estaba en casa y Gabe seguía riendo, tomando y apostando con sus amigos alcohólicos.

Cartas de suicidioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora