¿Qué es el suicidio? O más específicamente, ¿qué significa suicidarse? La mayoría lo miraría desde una perspectiva de ámbito externo, a través de las personas que quedan dolidas por la partida de sus seres queridos. La mayoría tiene grabado en la ca...
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Desde que tengo uso de razón me han adulado por ser bonita. Cuando era niña mi mamá me arreglaba con vestidos caros y me hacía desfilar frente a sus amigas. A veces me parecía que eso era lo único que veía en mí. No era extraño que mientras caminaba por la calle, las personas regresaran a mirarme y sonrieran con ternura. Luego miraban a mi madre y su sonrisa cambiaba de matiz a uno que yo no comprendía entonces.
Me di cuenta de que así era como trataban a los perritos. No entendía lo que significaba ser bonita, se suponía que debía sentirme orgullosa pero yo solo me sentía incómoda. Me miraban con ojos embelesados, pero cuando hablaba perdían el interés. Era una niña después, de todo y, según lo que aprendí por experiencia, las niñas son molestas cuando abren la boca y buscan atención. Las niñas deben ser muñecas silenciosas que desfilan la ropa que les compran y consiguen halagos para sus madres.
En mi caso, yo era una niña bonita por exótica. Mi mamá decía con mucho orgullo que mi padre era descendiente directo de los cherokees. Lo decía como si yo fuera un producto mejorado, el balance perfecto entre el blanco refinado de mi madre y el nativo salvaje de mi padre.
Mientras crecía, la gente de mi edad parecía creer que mi vida era buena porque seguía teniendo una cara bonita y mi madre, modista, seguía diseñándome y comprándome ropa que me sentaba bien. La mayoría de las niñas cambiaron su trato conmigo cuando pasamos a la pubertad. Algunas dejaron de hablarme, otras directamente me evitaban, otras me miraban con mucha intensidad. Eventualmente comprendí que se sintieron acomplejadas por sus propios aspectos y que a mí me veían como afortunada.
Yo veía belleza en mi reflejo, pero imaginaba que me salían granos y arrugas y eso extrañamente me hacía sentir mejor. Más de una vez consideré cortarme la piel, incluso quemarme con agua hirviendo. Me agarraban arranques de desesperación y el hecho de que fuera incorrecto sentirme desesperada por lo que se supone que me hacía afortunada me desesperaba más. No le podía contar a nadie que me acomplejaba ser bonita. Me habrían dicho que soy una malagradecida, que tengo lo que todas desearían tener.
Intenté hacerme menos atractiva. Me corté el cabello irregularmente, vestí fachas y me camuflé entre chicas hermosas, con quienes entablé amistad. Mi mamá se molestó tanto que dejó de hablarme y cuando lo hacía criticaba mi ropa y sugería cambios. Mi método funcionó por un tiempo, pero por descuido fui desarrollando un sentido de la moda personal. En algún momento creé mi propio estilo, uno que mostraba más la silueta de mi cuerpo y con el que mantenía mi cabeza en alto.
Me di cuenta de que me gustaba verme a mí misma bonita. Me gustaba mirarme al espejo, vestida como yo quería, maquillada como yo prefería, admirando la belleza que podía reconocer y cómo yo era capaz de hacerla resaltar de distintas formas para satisfacerme a mí misma. En esos momentos se podría decir que sentía algo parecido a la felicidad y el orgullo. Pero llamaba demasiado la atención y eso les daba a los demás el derecho aparente de reprocharme. Incluidas mis amigas.
Un día llegó un muchacho guapo a casa y lo dejaron a solas conmigo. Se mostró educado, pero estaba tan incómodo como yo. Admitió que su madre quería que yo fuera su novia y comprendí que la mía también. No sabía de amor, así que, para que dejen de molestarnos, le dije que seamos novios. Al menos en nombre.
Fue curioso, nos veíamos obligados a e pasar tiempo juntos, pero nos sentíamos menos presionados cuando lo estábamos. Nos hicimos confidentes. Él era amable y receptivo, escuchaba todo lo que yo decía. Las cosas estaban yendo tan bien que debí imaginar que terminarían mal. Nosotros no entendíamos que estábamos tan hambrientos de algo; afecto, comprensión, intimidad; que apenas encontramos una posibilidad nos lanzamos hasta el fondo.
Por primera vez sentí que me gustaba alguien. Tres meses después éramos novios de verdad, para deleite de nuestras madres. Él me defendía cuando otro hombre intentaba propasarse y respetaba mis límites. Solo cuando me escribió una carta diciéndome que me amaba supe que yo no podía responderle con las mismas palabras. Lo que me hacía sentir era seguridad, que era vista y tomada en cuenta por lo que soy. Pero no sabía mucho sobre su vida. Es más, prácticamente no lo había escuchado. Y por eso no confiaba en mí misma para recibirlo completo. Había vivido en una nube de belleza. Yo sabía mejor que nadie que la belleza es un arma de doble filo.
Le dije que lo sentía, pero que no lo amaba de vuelta. Me preguntó, con los ojos llorosos, si había hecho algo mal. Le dije que era cosa mía y se marchó con una expresión marchita que me retorció el corazón. Me sentía suspendida en el espacio y el tiempo. Solo mi corazón estaba atado al suelo, pesado como el plomo. Mi reflejo se sentía extraño y yo seguía perdida, incluso más que antes.
¿Está mal no ser recíproca? ¿Fue por mi culpa el sufrimiento de ambos?
Solo quedaron los muchachos que me morboseaban, los que intentaban acorralarme o tocarme, los que me silbaban en las calles y quienes me mandaban fotos de sus partes íntimas con la esperanza de que yo les enviara de las mías.
Un día, una chica con rasgos parecidos a los míos, me enfrentó en el pasillo. Me reclamó que estaba vistiendo y actuando como una blanca y si no sabía nada de mi cultura. Le respondí que no sabía y pareció que la ofendí. Me exigió que investigara y que era desagradable que actuara, vistiera y pensara como blanca. Antes de retirarse me dijo algo que recuerdo textualmente.
«Si no te gusta lo que eres ahora, cambia. Si no te gusta lo que te dicen, dilo. No vivas para complacer a otros. Y no dejes que los idiotas que te molestan se salgan con la suya. Es acoso y lo puedes demandar.»
Le dije a mi madre que los chicos me molestaban y me respondió que eso era bueno, que ahora podía tenerlos en la palma de mi mano y sacarles ventaja. Planeaba contarle sobre la chica y lo que me había dicho sobre el acoso, pero intuí que no se lo tomaría bien. Aun así, yo medité sus palabras y me di cuenta de lo infeliz que era con mi vida y cómo nada parecía real.
Yo no quería esto.
Mis amigas empezaron a comportarse abiertamente competitivas. Se divulgó información que no era cierta, y otra que sí era cierta, pero íntima. No sabía cómo lidiar con los chicos que se acercaban. Mi ex solía defenderme de ellos, pero ya no estaba. Los rechazaba y me zafaba, pero a menudo terminaban tocando algo que no deberían haber tocado. Volví a plantearme decirle a mi madre, pero no pude pronunciar las palabras. En el colegio habían comenzado a considerarme una puta. Pensaban que yo había buscado que me toquen, o que lo disfrutaba. Cada vez me sentía más ajena a mi cuerpo y más vigilante a que alguien acerque su mano a mí.
La chica mestiza volvió a encontrarme, esta vez fuera del edificio de aulas, llorando. Me miró con pena. No lo soporté y salí corriendo antes de que pudiera decir cualquier cosa. No necesitaba su lástima. No quería oír palabras condescendientes ni reclamos. No quería escuchar nada más que tuviera que decirme cualquiera. Estaba harta de todos, cansada de todo. No conocía mis raíces ni me interesaba, y ya no quería sentirme culpable por ello. No podía relajarme ni bajar la guardia en ningún momento y no había nada que disfrutara o a lo que aspirara. Ya no sentía mi belleza como una cualidad propia que podía apreciar y cultivar, sino como una carga destinada a ser ensuciada, manipulada y reclamada por otros.
Ser bella no es el secreto para ser feliz. Me sabe mal existir. Estoy sola, no pertenezco a ningún lugar, no puedo ni quiero cambiarme más. Soy mentalmente defectuosa, inadaptada, susceptible. Malagradecida, débil, estúpida, hueca. Ya no me importa. No soy lo que quería mi padre, ni mi madre, ni mis amigas, ni mi novio, ni mis ancestros ni yo misma.
Ahora estoy diciendo lo que pienso y haciendo lo que quiero. Nadie está aquí para decirme que está mal.
Así que me mataré, sin arruinar mi cara. Es posible que vean mi cadáver y piensen que fui joven y bonita, y que es un desperdicio.
N/A: Era un espejo largo e hizo la letra pequeña y apretadita, por si se lo preguntan, lol.