La Lluvia

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Últimamente llueve mucho. Me gusta la lluvia, es fresca y limpia las calles. Pero me gusta mucho más ver a la gente correr desde mi balcón. La lluvia les ha cogido desprevenidos, como a mí. Hace un momento estaba el cielo despejado y soleado, ni una sola nube evitaba a mi aguda vista ver las bandadas de pájaros volar de acá para allá.
Pero ahora, las nubes son las reinas del cielo y las gotas de lluvia caen sobre el suelo, dejándolo encharcado.

Cualquiera diría que ver llover relaja, pero solo aquellos que observan con atención se dan cuenta de la batalla que se libra en la atmósfera y en tierra. La lluvia las une y como un puente, suelo y cielo son uno solo en esos instantes.
Las gotas, violentas y kamikazes se estrellan contra el seco suelo, dejando su huella. Una detrás de otra. Cada vez más de seguido. Cada vez más fuerte.

Observo correr a la gente. Algunos se han pasado la chaqueta por encima, como un toldo, pero los más originales han cogido al perro que paseaban y se lo han colocado sobre la cabeza. Una pareja que jugaba con sus hijos al balón han entrado corriendo a un bar, pero los niños de espíritu libre, no hacían más que salir de él y correr bajo la lluvia.

Ver todo esto me dan ganas de salir a fuera y huir de algo, como el resto de personas. No se de qué huyen. Supongo que de la lluvia. A mi eso me da igual.

Me levanto y me pongo la sudadera negra, esa que tiene capucha. Tengo la tentación de agarrar el paraguas pero me contengo. Por una vez, no me importa mojarme.
Salgo afuera. Y pronto, las lágrimas azotan mi rostro, dejando huella.
Sonrio. Alzo la cabeza al frente y corro.
No se a dónde voy. Pero si sé en que dirección, la línea recta.
Sin rumbo fijo pero sin ganas de volver. Sin parar.
Después de treinta minutos entro en una tienda. No se como he llegado hasta ahí. Lo he hecho sin mente propia. Pero... Conozco el lugar. No es la primera vez que voy.

Es una pequeña librería-café. Te puedes sentar y mientras tomas un chocolate, leer algún libro, cómic o revista. Al entrar se ve una enorme chimenea al fondo de la sala, a la cual me acerco, un poco temblando, un tanto tambaleando.
Me siento lentamente en el sillón y dejo que el calor del fuego seque mis cabellos y piel que recorre mi cuerpo. No tarda mucho en llegar un a camarero y preguntarme si quería algo para tomar. Yo, le digo que sí y cortésmente pido un chocolate, sin leche.
Mientras espero a mi bebida, decido coger un libro. Amo leer y he de decir que nunca me cansaré de recorrer la mirada, por las enormes y viejas estanterías cubiertas de hojas de papel, esas que cuentan historias.
Escojo uno cualquiera y me recuesto en mi sillón. Al momento me sirven la caliente bebida. Le doy un sorbo y el dulce chocolate se deliza por mi garganta calentandome por dentro. Pero antes de que pose la vista sobre el libro no puedo evitar fijarme en la chica de en frente.

Está leyendo otro libro, muy concentrada. Se ha olvidado incluso de su té, que se ha puesto frío. Sus ojos devoran cada frase, palabra a palabra, con una fiereza propia de una gran lectora. Sus labios gordos, ligeramente abiertos dan a entender que no se cree lo que está leyendo. Sus manos agarraban el papel con fuerza, como si tuviese miedo de que alguien le arrancase las páginas. Y al llegar la última línea...

Cerró el libro muy rápido y con los ojos cerrados, lentamente, se recostó en el sillón, con una expresión entre aliviada y enfadada. Sus manos acariciaban el lomo del libro con cariño. Por la forma en la que había sufrido y padecido el final daba a entender todo el tiempo que le había dedicado a leer el libro y todo lo que había disfrutado sumergiendose en las profundidades de la historia, descubriendo los más entrañables y oscuros secretos que tan bien guardados estaban entre las letras de tinta.
Y de pronto, como si de magia se tratase, sus grandes, acaramelizados ojos se abrieron observando fijamente los mios.
El rubor empezó a recorrer mi rostro como una llama de fuego en un denso bosque. Bajé la mirada, muerto de vergüenza.
Noté sin mirar como ella se levantaba del sillón. Podía escuchar sus pasos acercandose y su presencia aproximandose lentamente. Ella era el león y yo el pobre conejo, descubierto en su madriguera de ensueño, observando con temor, esperando no ser devorado.
Cuando ya por fin ella estuvo finalmente a mi lado, para mi sorpresa dejó el libro mi regazo y se marchó. Yo, miedoso no me atreví a levantar la mirada hasta que escuché sus pasos alejarse de mí. Cuando por fin hice acopio de valor y le devolví la mirada ella ya no estaba. Como un ente sobrenatural, había desaparecido dejando como huella el libro que sostengo ahora mismo.

No parece del café-librería a si que supongo que es suyo. Lo abro y en la primera página había una curiosa anotación que te escribo a continuación:
Quien sabe lo que el destino le depara a cada uno... Aunque bueno, yo no creo en esas cosas.

La nota continuaba y se alargaba por toda la página, explicando el cometido del libro. Del libro viajero, un libro del mundo entero, de las estrellas, de la lluvia. Un libro para leer y no ser releído.
Pocos conocen de la existencia de este ejemplar perdido. Y es normal. Solo se hizo una copia por todo el mundo. La cual tengo el placer de tener en mis manos.
No me lo voy a quedar. Voy a hacer como cientos de personas han hecho antes: leerlo y pasarlo al siguiente.

Miro por la puerta y observo las últimas gotas de lluvia caer.

~~

Me encuentro exactamente el mismo sitio que tres semanas atrás. Con el mismo chocolate sobre la mesa, con el mismo libro que se me fue otorgado, tres semanas atrás. El mejor libro que he leído en mi vida. No es de nada pero habla de todo. Es... Maravilloso. Ojalá caiga algún día en vuestras manos y os haga ver lo maravilloso que es leer.
Acaricio el lomo con cariño, entendiendo porque ella también lo hacía. Es cierto, aún la recuerdo. La portadora. Ella me dio el libro de mi vida, libro el cual jamás olvidaré. Y a ella tampoco.
Recuerdo sus ojos del color de la miel. Preciosos. Imposibles. Pero ella fue como un sueño, vino y se fue.

Enfrente de mi está el siguiente. Un chico de más o menos mi edad, pelo claro, corto pero no demasiado. Tiene unos ojos muy peculiares, uno de cada color. Le llevo observando muchos días, quería asegurarme que era el correcto.

Los de la librería-café ya me conocen.
Saben que soy el portador y saben que busco grandes lectores. Me dijeron como posible sucesor del chico que tengo delante y aquí estamos. Uno en frente del otro.

Por fin deja a un lado el comic, detecta mi mirada y con una expresión algo confusa me mira fijamente. Abre ligeramente la boca, como si quisiera decir algo. En ese momento, me levanto y sin dejar de mirarle le dejo el libro en su regazo. Él lo mira con extrañeza y luego me mira a mí. Pero yo ya he salido por la puerta y aunque se que me mira yo no puedo darme la vuelta. Aún no.

Pasan cinco minutos, me asomo por la ventana y él ya esta absorto en la lectura. Sé que no me verá nunca más porque según me han dicho los de la tienda, se va de viaje, a la otra punta del país.

Aún así, yo... Seguiré volviendo.
No solo porque me guste este lugar. Es un sitio precioso para relajarse y darse algún capricho.
Volveré, por si la encuentro. Quiero preguntarle muchas cosas... Quién eres? Dónde conseguiste el libro? ¿Te gustó? ¿Personaje favorito? ¿Y el más odiado? Todo eso...

Quien sabe si el destino nos hace volvernos a ver. Aunque bueno, yo no creo en esas cosas.



(WA! Hola a todos! Pues ya esta subido un nuevo capítulo al cual, en verdad, lo tenía escrito hace tiempo. En este he querido resaltar lo mucho que adoro la lectura y los libros, aunque eso salta a la vista, podéis encontarme por ahí...
Pero bueno. Espero que os guste!)

Mi estudioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora