El Encuentro

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Hoy tengo una razón para estar feliz.
Y es que, al volver a casa me enconté con un viejo conocido, un amigo de la infancia. Apenas nos hemos saludado, ha bastado con un asentamiento de cabeza y un cruzar de las miradas para saber de la presencia del otro. Y es que, este compañero de la escuela y yo, no hemos mediado palabra en nuestro encuentro. En El Encuentro.
Recuerdo la última vez que nos vimos, hace tanto tiempo... Pero logro acordarme, como si hubiera pasado ayer.

Estabamos los dos en la puerta del instituto. Era el último día de clase y habíamos recibido nuestros boletines, ambos aprobados. Pero el ambiente que había era triste y melancólico.
Nuestros distintos gustos y aficiones nos habían conducido por caminos diferentes, prácticamente opuestos. Sabíamos que era la despedida. Nuestro último encuentro hasta que por un golpe de gracia, por un golpe de suerte, volviesemos a encontrarnos, quien sabe cuando.

Empezamos a hablar. Aún puedo recordar cada palabra de la conversación, sus ojos, llenos de esperanza por una vida llena de aventuras y emociones. Y su sonrisa, tan alegre como la primera vez que nos conocimos.
Hablamos de muchas cosas, pero sobre todo de nuestro futuro. Nosotros, viajeros y soñadores hablamos de viajar alrededor del mundo juntos. "Algún día" decíamos.
Recuerdo que él dijo de querer trabajar en Japón, hacerse millonario, y darse la buena vida. Todo habladurías por supuesto. Ambos lo sabíamos pero no queríamos decir nada, y aún hoy día mantenemos esa regla.

No es odio lo que nos impida dirigirnos la palabra más bien temor. Temor a descubrir que nada de lo que soñamos se ha cumplido, temor a conocer y a ser conscientes del presente, temor a que se rompa el hechizo, que años atrás conjuramos en la puerta del instituto, el último día de clase, en nuestro último encuentro. Hasta hoy.

Nuestras miradas se cruzaron un breve instante y nuestras sonrisas atravesaron nuestros rostros. El Encuentro, algo fugaz, breve, de corta duración. Como el caer de las gotas del rocío después de una tormenta espontánea, como el aleteo de una polilla en una calurosa, densa y oscura noche de verano; como el rubor anaranjado del cielo antes de que caiga el manto negro sobre una ciudad llena de movimiento.

Ahora estoy en mi casa, mirando las nubes pasar y pienso, si él verá el mismo cielo que yo. Quien sabe si ha conseguido lo que se propuso, aunque tampoco estoy por la labor de indagar y descubrirlo. Prefiero dejar el recuerdo intacto como en el interior de una gota de resina, suspendido en el tiempo.

Mi estudioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora