Aiden
Recuerdo que nos conocimos una mañana soleada, tú ibas paseando por la acera como si tuvieras al mundo en tus manos, con unas gafas oscuras y el cabello cobrizo alborotado, te veías tan perfecto.
Yo, en cambio, estaba hecha un desastre, acababa de salir de mis clases de pintura con mi playera manchada de diversos colores, una coleta demasiado alborotada y la mirada triste porque no era buena con el óleo; con la cabeza agachada, pues no quería que nadie notara mi derrota y de repente tropecé, cayendo de frente contra el suelo y lastimándome las rodillas en el acto.—¿Estás bien?—El recuerdo de tus manos al rededor de mi cintura aún me causa el mismo cosquilleo. Como lo odio—Bonita pintura, ¿es una mujer?—Sonreíste y yo caí como tonta hechizada por ti.
—Gracias, pero es una garza en el pantano.
Estaba consciente de que tus ojos seguían sobre mi, pero no sabía qué hacer y menos que decir; me habías paralizado.
—Soy Aiden—Estiraste tu mano, yo la estreché con delicadeza; parecías irreal y tenía miedo de que en cualquier momento desaparecieras.
—Soy Lottie.
—¿Lottie?—Acariciaste tu labio inferior con tu dedo pulgar, tus movimientos siempre tan seductores—Es un nombre poco común, me gusta.
En lo personal mi nombre jamás me había parecido la gran cosa, pero en cuanto esas palabras salieron de tus labios me sentí halagada.
—Lottie, ¿qué te parece si te ayudo con eso?—Señalaste el lienzo que traía en mis manos—Se ve pesado.
En realidad no lo era, pero me contuve de contradecirte.
—¿No hablas mucho, eh?
—Soy un poco tímida. Lo siento.
—¿Qué tal si vamos por un helado para conocernos?
Ni siquiera medité en los riesgos de irme con un completo desconocido, las palabras que mi madre siempre me repetía de niña: "No vayas con extraños" me parecieron absurdas; no me importó si hubieses sido un secuestrador o un traficante de personas, hubiera ido contigo de todos modos.
Esa tarde, durante nuestra salida por el helado, estaba tan nerviosa que ni siquiera recuerdo con claridad que fue lo que pasó o que dije. Solo sé que tuvimos una plática amena sobre todos los temas posibles, creo que eso fue lo que más me atrajo de ti. No creías en tabúes y hablabas con tanta confianza en ti mismo, sabías de todo un poco y contigo a tu lado jamás faltaba tema de conversación.
Te conté sobre mis clases fallidas de óleo y tu escuchaste tan atento, con tus ojos grises clavados sobre los míos. Sonreías cada vez que yo hacía alguna mueca desaprobatoria sobre mi pintura y reías cuando me sonrojaba por tus constantes halagos.
Tu esencia me atrapó, me cautivó y lentamente, tomándome de la mano, me llevó hasta la perdición.
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