Los días pasaban, y entre tú y yo se fue desarrollando una conexión tan especial que era imposible de describir. Hablábamos a todas horas sobre cosas sin sentido y nos reíamos de cosas sin gracia.
—Si tuvieras la oportunidad de ser cualquier cosa, ¿qué serías?
Estábamos acostados en el tejado de tu casa, nos habíamos puesto de acuerdo para mirar las estrellas, pero por desgracia el cielo se había abarrotado de grandes y esponjosas nubes grises. Aunque claro, eso no nos detuvo y nos acostamos el uno junto al otro.
—Sería una estrella—Dijiste totalmente convencido y yo fruncí el ceño.
—¿Por qué?
—Me gustaría que la gente se fijara más en mi. En mi casa soy invisible.
El tono melancólico de tu voz me hizo rodearte con mis brazos, me dolía escucharte triste. Tú me miraste y yo sonreí con timidez, pasaste tus brazos por mis hombros y me pegaste contra tu pecho; olías a tabaco y perfume masculino.
—A mí me importas—Hablé tan bajito que no supe si me habías escuchado; me llevé una gran sorpresa cuando pusiste tus dedos en mi barbilla y me obligaste a mirarte. Tus labios estaban tan cerca de los míos, tu aliento chocaba contra mi mejilla y tus pupilas estaban dilatadas; el efecto de la luz que emanaba la luna sobre tu piel le daba un aspecto sobrenatural.
—Eres muy bonita, Lottie—Me diste un beso en la punta de la nariz y no pude evitar sentirme decepcionada. Quería sentir tus suaves labios sobre los míos, quería marcarlos para poder decir que me pertenecías, así como yo quería pertenecer a ti.
Un estruendo proveniente del cielo nos sobresaltó y luego reímos al unísono.
—Parece que la lluvia se acerca, será mejor que te lleve a casa.
Entramos nuevamente a la casa por la ventana de tu habitación y después de despedirme de tu madre me llevaste en el auto de tu papá hasta mi casa.
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