Capítulo 4: Actuación de tres actos

1.8K 56 30
                                    


Mercedes se ajustó los lentes de sol que tenía puestos y se sentó a esperar en una banca. Se encontraba en el andén de la estación de trenes de Chillán después de un tranquilo viaje en auto desde Villa Ruiseñor con el chófer de la familia.

Cómo sólo iban a ser unas pocas semanas llevaba consigo solamente su bolso de mano y una valija que dejó apoyada en el suelo a su lado. Miró su reloj con elegancia y se quedó esperando. No estaba tan nerviosa, había hecho ese trayecto varias veces sola por sus estudios, pero ahora sentía que estaba escapando, y no era un sentimiento muy agradable.

No podía dejar de pensar en su discusión con Bárbara. Todo eso no le sentaba bien, podía incluso considerarlo una pequeña traición, a pesar de que le había avisado fue increíblemente ambigua. Sin duda estaba escapando.

Pero, ¿de qué precisamente? De seguro no de ella, porque al verla lo único que le nacía eran ganas de estar a su lado y no despegarse por un buen rato. Era algo más profundo, oculto, algo que no podía ver pero que sabía que estaba ahí, escondiéndose de ella, esperando que bajara la guardia para atacarla.

La sobresaltó de pronto el sonido del tren que se acercaba. La gente que había estado deambulando pacíficamente por el andén ahora se ponía en movimiento, despidiéndose de manera eufórica. Un muchacho que vendía el periódico se daba vueltas con una sonrisa y exclamando una y otra vez el mismo canto y un señor de cara amable vendía dulces. Entre tanto revoloteo se acordó de su padre, quién esa mañana no había podido ir a dejarla porque tenía la agenda totalmente ocupada y no había alcanzado a hacer un hueco por lo precipitado de su viaje.

Antes de despedirse Ernesto la había abrazado por varios segundos, deseándole lo mejor y Mercedes cómo una niña pequeña cerraba los ojos y aspiraba el olor a su colonia mientras lo escuchaba atentamente y asentía.

- Papá, ¿podría no contarle a nadie que me voy? -Le preguntó cuando se separaron, con la voz más suave que pudo-Al menos no los primeros días, quizá después, solo cuando se den cuenta de que no estoy. Sobre todo a mis hermanos.

Él la miraba extrañado, cómo si intentase descifrar qué estaba pensando o qué planes tenía, pero para la suerte de Mercedes no dijo ningún comentario al respecto, simplemente le sonrió mientras le acariciaba los hombros.

- Está bien, hijita, supongo que querrá estar lo más tranquila posible los primeros días, sin que nadie la moleste. -Tomó una pequeña pausa-Pero de todas formas espero que me llames aunque sea un par de veces. -Agregó mirándola atentamente.

- Por supuesto, papá. -Le dijo antes de darle un beso en la mejilla y subirse al auto.

Sonrió levemente y dejó escapar un suspiro, una vez se detuvo el tren esperó pacientemente un par de minutos mientras la gente más apurada subía y luego subió ella, tranquila. Acomodó sus pertenencias en la rejilla y se sentó hacia el lado de la ventana, guardó los lentes de sol en su bolso de mano y sacó un libro de Simone de Beauvoir, dejándolo apoyado en su falda.

Apoyó su cabeza en el cristal y se quedó observando hacia fuera unos minutos. Por un momento se imaginó a Bárbara corriendo por el andén, subiéndose en los últimos segundos antes de que partiera y sacándola con seriedad del tren, o mejor; sentándose agotada a su lado y preguntándole a dónde irían.

Ya la echaba de menos.






Bárbara sintió que su corazón dejaba de latir al escuchar esas palabras dichas por la joven recepcionista, pero de inmediato se recompuso y comenzó a pensar con toda la rapidez que su mente le permitía. Dedujo que por la cara de confusión de Antonieta que lo que le había dicho era algo que como amiga de Mercedes debía saber y por eso le parecía raro que preguntara por ella.

Donde pueda verte  {Barcedes}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora