Día 8

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Día 8: Escribir desde la perspectiva de un infante.

Los gritos me asustan y me despierto. La luz de la noche es la única que me protege. Veo sombras que quieren entrar a mi habitación. Con la colcha me cubro y cierro mis ojos, cuando siento que algo se ha roto. Luego siguen más y más gritos.

Siento pasos por el corredor. Alguien está corriendo mientras golpea la puerta de mi habitación. Hay otras pisadas pero no corren, sino que caminan con tranquilidad.

-¡Ven aquí! -Escucho a alguien decir-. ¡No te encierres en el baño!

¿Acaso es mi padre? ¿A quién le gritará? Pero de pronto siento un ruido estruendoso. Me abrazo mientras las lágrimas caen sin parar. ¿Será que mi padre está luchando con los monstruos que me despiertan todas las noches?

-¡Basta! -Un grito detiene mi llanto.

¡Es mi madre! ¡Mami!

Dejo mi refugio y abro la puerta. Solo la lámpara del corredor me deja ver lo que realmente sucede.

-Por favor… -La voz de mi madre suena rara-. Por favor, no lo… hagas...

Mi padre dice algo que no comprendo y levanta sus brazos. Un grito se escapa de mi boca. Mi padre tiene en sus manos un martillo. Grita, yo lo hago también. Y mi madre pide que no la mate. Todo parece ocurrir lentamente.

Con la poca fuerza que tengo corro hacia mi padre. Abrazo su espalda rogándo que se detenga mientras las lágrimas regresan. No entiendo qué sucede, ni por qué mi padre está usando ese martillo pero siento la necesidad de detener ésto. El rostro de mi padre es horrible.

-¡No lo hagas! -grito como nunca antes lo hice, porque tengo prohibido hacerlo.

El martillo cae a mi lado asustándome, que me sujeto más a mi padre. Su mano toca mi cabeza pero no como siempre suele hacerlo. Observo sus ojos, que siempre brillan cuando estamos juntos. Pero hoy son diferentes. No brillan. No sonríe. Solo me aleja de él, que caigo al suelo, y se va sin decir nada más. Nunca mira hacia nosotros.

-Hijo… -Su voz, que está distinta, me llama.

Cuando la veo quiero llorar tan fuerte. Mi madre, mi hermosa madre, está en el suelo pero su rostro y ropas están manchadas con rojo. De su bonito ojo verde salen lágrimas. Pero no son como las mías, transparentes, son igual que las manchas de la ropa. Me acerco para abrazarla aunque ella me ordena que me aleje, pero verla así me pone muy triste.

Envuelvo mis pequeños brazos sobre su cuello, al igual que lo hacía cuando era más pequeño. Pero ella no canta y no sonríe, sino que llora mientras su cuerpo se sacude. No entiendo por qué mi mami está llorando, ni por qué mi padre me alejó de él pero siento que debo protegerla del monstruo.

-Hijo mío -Me mira con sus ojos verdes-. No vuelvas a hacer eso, él podría matarte.

¿Ma...tarme? ¿Qué es eso? Mi madre llora mientras me acaricia. Me gusta cuando lo hace, su mano me tranquiliza pero verla triste y con miedo, me asusta. Tomo su suave rostro con mis pequeñas y sucias manos y, mirándola, le digo:

-No me importa mamá, porque yo te salvaré de los monstruos.


Ya ha pasado un tiempo desde esa noche. Mi décimo cumpleaños está cerca. Pero siento que ya no soy un niño. No me gustan mis juguetes, ni pasar las tardes con mi mejor amigo. Mi padre nunca más volvió a abrazarme o a sonreírme. Me grita, me castiga sin haber hecho algo malo, me aleja. Mientras que mi madre duerme todo el día en mi habitación. Yo la acompaño, la observo durante horas. Nunca me alejo de ella, obedezco cada vez que me pide algo y me porto bien.

Esa noche, triste y espantosa, cambió mi vida para siempre. Espero que algún día mi mami y yo podamos ser felices y escapar al lugar maravilloso del que siempre me habla. Deseo poder estar con ella para siempre. Deseo hacerla feliz y que deje de llorar.

30 Lágrimas de TintaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora