Capítulo VII

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Son las 00:45 horas.

Mis ojos me arden, como si un chorro de salsa hubiese salpicado sobre ellos pero la verdad, es que el sueño abunda en mí pero es inútil dormir. La luz de la luna entra por mi ventana, haciendo que mi habitación luzca un poco hermosa pero tétrica por las ramas golpeteando por el cristal.

Mi cabeza está que arde, una leve migraña comienza a aparecer sobre mi frente y nuca. El sudor cae por mis mejillas, frente y espalda haciendo que mi ropa esté completamente húmeda. ¿Temperatura? probablemente, el viento está completamente frío como si estuviese por nevar pero en California sería imposible.

El cachorro de mi vecina está ladrando con frecuencia, al igual que los perros de los vecinos traseros o de todos lados. Mi corazón late con desesperación, como si hubiese corrido millas en este momento. 

—¿Estás lista para verme?

De un salto me paro de la cama, miro hacía la izquierda. Veo una silueta que no es fácil de tocar por la luz lunar.

—¿Cómo mierda haz entrado, imbécil?— Doy un suspiro aterrador al ver a mi hermano reposado sobre la mesita de recuerdos.

—Por ahí.—Apunta hacia la puerta.— Te he echo una pregunta, es una falta de educación no responderla.

—Jódete, Pablito.— Regreso a la cama y me recuesto mirando al techo.—¿Por qué tienes esa voz tan gruesa? ¡No me digas que te has echo un hombrecito!

—Mira, nomas...—Suspira— Que no me ha echo gracia tu intento de humillación.

—Ándate a la mierda, tremendo culo.— Suelto una pequeña carcajada.— ¿Ahora te haz echo un maricón?

—Ah, ya entiendo.— La silueta de mi hermano camina un poco a la derecha, recargándose sobre la pared del cuadro desfigurado.— Por ser mujer tengo que reírme de tus payasadas, o intentos fracasados de humillación ¿no? digo, por ser una mujer cabrona pero sola a la vez, a quien nadie le importa ni siquiera a su familia.

—Bien, ¿qué quieres?— Mi sonrisa se borra de un tajo, doy un suspiro pequeño sin mirarle.

En este momento puedo oler un cigarrillo encendido, la ventana se abre un poco, le echo la culpa al viento.

—No me vengas a joder, Pablito.— Me siento de sopetón, le miro.— Ahora ¿fumas? ¡Que te van a patear las bolas! ¡¿Entiendes?!

—Ya deja de ser tan dramática, Aurora.— Exhala el humo hacia mí.— Te he preguntado si estás lista para verme. 

—¿Qué no te he visto? te conozco hasta aquel lunar que tienes entre las nalgas.—Me levanto y camino hacia la ventana.


Me recargo sobre aquella ventana entre abierta; el aire es más fresco que hace que sienta demasiado frío pero más caliente de lo normal ¿me entienden? el olor del cigarrillo huye por los aires mientras mi vista recala a la casa de los Fletcher.

—Debo admitir que en carne viva eres más deseable de lo que te conocí. 

En este momento siento como unas manos completamente frías casi congeladas tocan mi barriga, como un cuerpo tan frío se recarga detrás mío. No ha causado ningún tipo de susto en mí pero el simple echo de que mi hermano, el más cagado del mundo me haya comentado eso me hace sentir repulsión.

—¡Hazte para allá, tarado!— Exclamo con sorpresa, toco sus manos y las aparto.

—Te tuve un día conmigo, pero no pude gozarte.— Nuevamente sus manos se colocan sobre mis caderas, sus manos realmente son frías.— ¿Realmente funciona que no me recuerdes? Lucías tan sexy caminado hacía mí. Tus palabras tan expresivas, tu mente tan decidida a pasar el resto de la eternidad conmigo.
—¿Me has drogado, maricón? — Nuevamente me he sorprendido.
—Cállate, hermosura. 

AURORADonde viven las historias. Descúbrelo ahora