Capítulo 8

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(Lorena)


Cuando desperté pude ver, por la ventana, que ya estaba bien entrada la noche, quizás las tres o cuatro de la mañana.

Me levante poco a poco comprobando que mi cuerpo respondía de manera correcta. Como así era decidí ir a bajo a comer algo, ya que mi estómago gruño de hambre.

Escucho una puerta pero cuando abrí mi puerta solo pude ver como todas estaban cerradas menos la de Sara. Me asome a su habitación pero no estaba dentro.

El piso de abajo estaba totalmente vacío, no sabía dónde estaba Sara. Seguramente habrá salido a fuera o estará en el baño, a saber.

Encendí las luces de la cocina. Vi algo en la isla de la cocina y me acerque encontrándome con un plato forrado con film transparente con una nota sobre el que decía que era para mí, que esperaba que me gustara y me deseaba que mejorara firmado por Sebastián.

No pude evitar pensar en lo detallista que era conmigo mientras aparecía una sonrisa involuntaria en la cara.

Era un plato de sopa de arroz hervido, ni que tuviera dolor de estómago pensé riéndome. Cogí el plato lo desenvolví y al microondas.

Me puse a comer la sopa mientras miraba el móvil. No sabía si avisar a mis padres de lo que había pasado o hacerme la loca. Al final decidí que cuando se hiciera de día le llamaría. Ya que cuando vuelva lo más seguro es que revisen las que me quedan, las tienen contadas así que será peor si se enteran ellos mismos a que se lo cuente yo misma.

Ya me inventaría una historia que no fuera demasiado preocupante para ellos. No les iba a contar que una de las chicas con las que me fui me intento ahogar porque no ha sido sincera conmigo y consigo misma respecto al chico que le gusta y que ahora también me gusta a mí.

Si me gusta Sebastián. Me gusta cómo me trata, como me mira, me gusta todo de él y parece que yo a él le gusto también. No voy a frenar este sentimiento solo por los celos de Sara, si lo hiciera seria porque Sebastián no quisiera nada conmigo.

Yo podía entender que le gustara desde hace tiempo pero si a él no le gusta ella, Sara tendría que entenderle y dejarle tranquilo a él y a la chica, en este caso soy yo, que Sebastián elija.

Dejando este tema a un lado había otro que me preocupaba también y era que todos habían visto mi espalda.

Mientras estaba en la playa había podido escuchar como decían "qué asco ¿Has visto?" y "madre mía, que horror". No podía quitarme esas frases de la cabeza.

Esas frases parecían perseguirme allí adonde fuera. Eran tan imborrables como mis marcas.

Ahora que todos las habían visto seguro que no me tratarían igual y volvería a estar marginada y escuchando como todos se ríen de mi por los pasillos, hasta que empiecen a meterse conmigo físicamente y acabe mal, igual que en los otros institutos.

Decidí esperar a mañana para ver qué hacer. Sebastián había dicho que mañana lo hablaríamos así que esperare.

Fregué el plato y subí las escaleras para ir a descansar al cuarto y un poco más para no tener sueño cuando salga el sol.

Acaba de subir el último escalón cuando la puerta de la habitación de Sebastián se abrió, de ella salió, para mi sorpresa, Sara y no solo eso estaba envuelta en una sábana que obviamente tapaba su desnudez.

Me quede de piedra viendo como ella salía a hurtadillas de la habitación de Sebastián con cara de felicidad. ¿Cómo podía ser? Hace unas horas me había besado a mmi ¿Acaso no había significado nada para él?

-¿Qué miras? –pregunto Sara pasando por delante de mí.

-¿Qué hacías ahí...? –me salió casi en un susurro.

-¿Tu qué crees, genio? –dijo señalando la sabana que llevaba.

-Emm... yo... -no sabía que decir.

-Que mona... ¿acaso te pensabas que porque Sebastián te dedica un par de bonitas palabras te ama? Que ingenua eres –dijo sonriendo con maldad- además ¿crees que Sebastián se podría enamorar de un monstruo como tú? ¿No te has visto en un espejo? ¿Qué? ¿No vas a decir nada? –Baje la mirada al suelo, avergonzada- Eso pensaba yo ¿No vas a decir nada no? Pues vete de mí vista.

Sin contestar nada me dirigí a mi habitación, cabizbaja, no quería que viera como se cristalizaran mis ojos aunque estaba segura que Sara sabía que estaba a punto de llorar.

-Te dije que te alejaras de Sebastián él es mío y ha quedado demostrado ¿no? –Dijo a mi espalda- No sabes lo bien que nos lo hemos pasado sin ti, monstruo.

Entre en mi habitación escuchando la risa de superioridad de Sara. Nada más cerrar la puerta las lágrimas resbalarón por mi cara como si fueran las cascadas del Niágara. Me deje resbalar por la puerta hasta acabar sentada en el suelo encogida como si fuera una bolita, tapando mi cara con las manos y con las piernas dobladas contra el pecho.

No podía creer lo tonta que había sido, me había engañado a mí misma pensando que quizás entre Sebastián y yo podía haber una oportunidad. Mi destino era estar sola, oculta del resto del mundo.

No valía la pena estar en este mundo, de esta manera, en el que solo me espera sufrimiento y dolor. No tenía más fuerzas para luchar contra la gente ni contra nada. Soy una debilucha, un monstruo que no merece nada.

Me levante del suelo dirigiéndome a la mesita, que gracias a la luz del amanecer que ya se filtraba por la ventana, de manera desesperada abrí el primer cajón cogiendo todas las pastillas, no iban a ser suficientes. Necesitaba más, muchas más.

Entonces recordé el botiquín del baño y salí de la habitación para encerrarme en el baño con pestillo para buscar el botiquín en busca de ayuda. Esto iba a acabar ahora, esta noche.

Marcas imborrablesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora