Capítulo 7

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CAPÍTULO VII : « Prueba de iniciación »

Nunca me llevé bien con mi familia paterna, ni una sola vez. Al principio, cuando no entendía muy bien lo que era no encajar, solía pensar que eran ideas mías, que el hecho de que mi familia me apartara de manera intencional era imposible. Claro que luego de años de ser ignorada en cada una de las reuniones, me di cuenta que esa era mi realidad. La mitad de mi familia me veía como la oveja negra del ganado.

Cuando tenía diez años, en el cumpleaños de la abuela Clara, mis primos pensaron que sería divertido encerrarme en el armario. Pequeños engrendros del mal. Me engañaron diciéndome que querían llevarse bien conmigo y que para volvernos una verdadera familia tenía que soportar diez minutos en aquel polvoriento clóset. Una estúpida clase de iniciación.

Sí, lo sé, caí como una tonta. En mi defensa, a esa edad solía ser demasiado crédula, y sí, aún creía en Papá Noel.

En el momento que me di cuenta de que todo era una jugarreta de su parte reaccioné de distintas formas. En primer momento entré en pánico, lloré, pateé y grité al sentirme atrapada en la oscuridad. Nadie escuchó mis lamentos. Me mantuve así hasta que mis lágrimas se agotaron y mi garganta se sintió seca, un promedio de quince minutos. 

Luego de eso entré en un estado de mutismo absoluto. Recuerdo claramente como me hice bolita en una equina del armario y solo me limité a cerrar los ojos y pensar en cosas bonitas. Me abstraje en mi burbuja personal por lo que creo fueron diez minutos.

Cuando me cansé de pensar en lo fantástica que sería mi vida en el país de Nunca Jamás al lado de Peter Pan, decidí que era tiempo de hallar una forma de escapar, porque si yo misma no me las arreglaba nadie más lo haría por mi. 

Así que borré cualquier rastro de llanto de mi cara y comencé a toquetear cada centímetro del ropero, y estoy muy segura de que si no hubiera tenido la determinación de salir de allí, jamás me hubiera percatado de la madera podrida en una de las esquinas. Pateé con todas mis fuerzas aquella zona y por fortuna la madera cedió dejando un agujero lo suficientemente grande por el cual pude pasar.

Para el momento en el que me uní de nuevo a la fiesta ya habían partido la torta y nadie se hubo percatado de mi ausencia. Triste, pero cierto. 

Aunque siendo honesta eso no me afectó mucho, puesto que haber logrado ese gran escape para mi era lo único importante.

A mis diez años entendí que no podía andar por la vida dependiendo de la ayuda del resto. Conmigo misma era más que suficiente. 

Nunca creí que volvería a pasar por una situación parecida pero heme aquí, atada a una silla dentro de una gran caja de metal. ¡Vaya suerte la mía!.

Llevo mi mirada al reloj en mi muñeca y veo el tiempo que ha transcurrido. Bien, ya van veinticinco minutos. Haciendo honor a mi experiencia de hace siete años, me pasé los primeros quince minutos llorando y puteando a toda la humanidad y los otros diez, pensando en la hermosura de Chris Pine. Así que ya he cubierto las dos primeras fases: pánico y abstracción, ahora solo me queda que me llegue la iluminación.

Pánico, abstracción, iluminación.

Miro las cuerdas que retienen mis brazos y mis pies, forcejeo pero no logro nada. Ya puedo sentir mi piel irritada por la fricción de la soga. No hay manera de que pueda liberarme de esta forma. Cierro mis ojos un momento e intento pensar en otra solución.

Si no puedes romper las sogas, ¿por qué no romper la silla?.

Frunzo el ceño, he visto como lo hacen en películas pero, ¿hacerlo yo?. Bufo no muy convencida, soy una chica cualquiera, no tengo ningún tipo de entrenamiento, es casi imposible que lo logre.

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