Capítulo 3 I

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Aquella celebración en nombre de BaekHyun fue la primera de muchos más, aquel día de primavera se convirtió en su cumpleaños y dejó el pasado atrás, comenzó una nueva vida y con los años olvidó el reino del que provenía.

Solo paz y armonía existía en el pueblo y palacio, todo el mundo amaba a los reyes, y a los príncipes que cada día crecían más y más.

Las fiestas y los compromisos no era algo que les agradara a los príncipes, por eso cuando tenían la oportunidad de escabullirse la aprovechaban sin dudar, dejaban el salón real y corrían por los jardines hasta alejarse del bullicio. Se acostaban en el pasto y admiraban las estrellas, las contaban hasta que les entraba el sueño y se acurrucaban hasta que los guardias y criadas los encontraban.

Con el paso de los años la relación de los príncipes se había forjado en un amor inocente y amistad sincera, llegando a ser tan unidos que les dolía pensar en lo único que podían y debían ser.












Era el invierno número veinte de ChanYeol, y jamás imaginó que al acabar el día se encontraría llorando frente a la cama de sus padres.

La habitación del rey se encontraba sumida en una profunda tristeza que hacia estremecer a la reina que estaba sentada junto a su querido esposo, quien yacía en la gran cama, bien abrigado debido al frío que sentía y cubierto con un paño húmedo en la frente para que le bajara la fiebre, aunque ya casi era imposible, ardía en fiebre como nunca antes. Ese fue un presente del duro invierno por el que pasaban, heladas caían, y apenas se podía caminar por los jardines pues la nieve los cubría como un gran manto blanco.

El rey tirito de frío, a pesar de estar sudando con la fiebre, ya sabía que no le quedaba mucho tiempo. Pudo sentir como las suaves manos de su mujer apretaban la suya, helada. Hubo un tiempo en el que se sintió un rey invencible, y ahora solo quería reír. ¿Cómo pudo acabar así? Maldijo el invierno mentalmente, pero sabía realmente que todo tenía que acabar en cualquier momento. La vida, tan frágil y hermosa.

La reina trató de ahogar sus sollozos lo mejor que pudo, trató que guardar sus lágrimas para que no fuera lo último que viera de ella el rey. Un escalofrío la recorrió cuando el viento azotó la ventana, la puerta se abrió como si alguien vinieran a desearle buenas noches, quizá el fantasma de un familiar que ya habia oido lo débil que se encontraba el rey, y venía a hacerle compañía hasta el momento de partir.

ChanYeol lo miraba afligido, y de vez en cuando trataba de actuar como el hombre que era y se tragaba las lágrimas que amenzaban con caer. Se encontraba parado en medio de la alcoba, dando pasos cortos de un lado para otro, intentando convencerse de que todo saldría bien, intentando engañarse como el niño que fue hace diez años. Pero sabía que nada bueno sucedería esa noche, no cuando ya podía escuchar lobos aullar a través de los bosques y valles blancos. No cuando la luna estaba tan redonda y alta, y le provocaba palidecer al mirarla a través de la ventana.

El príncipe BaekHyun se sencontraba sentado junto a la chimenea, avivando el fuego con expresión sombria, sus ojos rojos seguían cristalinos, y trataba de esconderlos o secarlos con las palmas de sus manos. Respiró hondo, miró a su padre con tanta tristeza que no pudo contener una lágrima. Su querido señor padre, quien lo había acogido hace diez años y le había dado el amor de una família, y ahora no quería pensar que lo perdería. No quería creer. No podía perder a su padre.

ChanYeol se puso alerta en cuanto el rey carraspeo con tanto esfuerzo y luego, al mirarlo, vio como le hacía una seña con la mano para que se acercara. Al hacerlo, su padre susurró lo que menos quería escuchar en un momento así. Sus palabras habían sido claras, y él sabía que su padre deseaba aquello tanto como la felicidad de su esposa.

—Hijo, debéis casaros. Debéis ser el rey ahora. Es tu deber por el bien del reino. Hijo mío —logró decir con tanto esfuerzo.

—Padre —lo cortó, sabía que estaba mal. Pero no pudo evitar decirlo con firmeza, para dejar de escuchar lo que le pedía, lo que era su deber como su hijo heredero—. Descansa —susurró y se alejó dando una reverencia.

Sentía tanta impotencia en aquel momento que lo único que quería era correr y correr aunque le cortara el viento gélido, y las botas se le hundieran en la nieve. Acabó en el establo, maldiciendo su destino, subiendo a lomos de su caballo y cabalgando como un loco salió de la seguridad de palacio y los jardines, y del muro que los rodeaba, se adentró al bosque, iluminado por la luna llena, siguio el camino, rápido y bruscamente chocando con las ramas, importándole poco el dolor que sentía o las cicatrices que tendría. Sus manos acabaron lastimadas, con sangre corriendo y casi congeladas.

I.Los Príncipes ×ChanBaekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora