10. Cementerio Flaminio

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Martes 26 de agosto del 2014

Lia sintió la mañana sobre su cuerpo. Abrió los ojos y vio todo oscuro, entonces pensó que seguramente nunca los abrió, así que pestañeó varias veces para estar segura. Nada, todo seguía negro.

Y se desesperó.

Se levantó de golpe ―de una cama, a la cual no recordaba haber llegado― y parpadeó mucho más rápido. Nada.

―¡No puedo ver! ―gritó. Estaba desesperada, no sabía qué pasaba, solo quería que la luz volviera a ella―. ¡Por favor, alguien…! ―Sintió una mano gruesa, seca y caliente posarse sobre su boca.

―Shh ―pidió. Era Toy, estaba segura.

Lia asintió. Sentía sus ojos picándole por las lágrimas que amenazaban en salir.

―¿Si te suelto no gritarás?

Asintió de nuevo. Era cierto, si Toy estaba a su lado, nada malo estaba sucediendo.

Sintió que su mano ya no estaba allí, y apretó los labios en una línea fina. Inhaló, exhaló, inhaló, exhaló… Pero eso no funcionaba para calmarla.

―¿Por qué no puedo ver? ―preguntó, en voz baja.

Toy rio un poco.

―Pues porque los tienes vendados. ―Sintió que las manos de Toy cogían su cabeza por detrás y le besaba en la coronilla. 

¡No estaba ciega! Entonces se sintió algo estúpida por estar a punto de llorar. Bueno, ni tanto, cualquiera se desesperaría al perder la vista, o perder algo a lo que ya estás acostumbrado.

Alzó ambas manos, dispuesta a quitarse las vendas, pero las manos de Toy la detuvieron.

―No, para. Llamaré a la enfermera, ¿sí?

Lia asintió. Y después de varios segundos reaccionó. ¿Enfermera?

―¿Estamos en un hospital?

―Algo parecido ―respondió él―, luego te explico.

―Bien.

Y se quedó sola.

No recordaba nada de la noche anterior, hasta cuando les habían hecho otra pregunta, y tuvieron que beber. Algo malo le debió haber pasado la noche anterior para tener que encontrarse en una enfermería.

Le picaba todo, y sentía algo de arena en sus dientes. Todo parecía una locura. Pero Toy estaba allí… Él estaba allí para cuidarla cuando algo malo le pasase, y Lia sería quien haría sufrir a Toy. Cada vez se arrepentía más, y más, y más.

Escuchó voces y pisadas por afuera de la habitación. De seguro eran Toy y la enfermera.

―Ahí está ―dijo una voz de mujer. Le parecía conocida, pero no lograba reconocerla―. Hola, Lia.

¿Cómo sabía su nombre?

―Hola ―replicó, con voz confundida.

―¿Le explicaste? ―preguntó la chica, de seguro a Toy.

―No.

―Bueno ―continuó―, escucha. Ayer tú fuiste al bar con Toy, y luego bebiste demasiado, en consecuencia, te tiraste a la arena, comiste un poco de ella y quedaste embarrada todo el cuerpo.

Eso explicaba mucho.

―Y un poco de arena entró a tus ojos. Toy, y yo te trajimos acá. Mi madre te desinfectó los ojos lo más que pudo, pero no sabemos qué tan grave fue…

Mafia Femenina 1: Albures y Azares Donde viven las historias. Descúbrelo ahora