Parque

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Aquel día me levanté. Hoy iba a salir contigo, pero después de nuestras peleas, dejamos de hablar, y era obvio que no querrías verme. Yo tampoco, aunque... Realmente en el fondo sí que quería verte.
Tomé desayuno, y me limité a disimular la tristeza que llevaba hace varios días conmigo. Tenía unas increíbles y casi inexplicables ganas de llorar, pero no quería hacerlo allí. En casa no. ¿Dar explicaciones? Ni muerta. Prefería llorar por la calle, en donde la indiferencia de las personas no me molestaría en absoluto. Las personas te verían llorar, pero créeme de que las posibilidades de que se te acerque alguien para preguntarte qué sucedió, o qué te pasa, son muy bajas. Lo peor que podría ocurrirme, era toparme con algún conocido en mi camino, y que insistiese en "ayudarme". El tema es que, claro, no había forma de ayudarme. Las cosas estaban como estaban, y no había cómo arreglarlas. El asunto era entre tú y yo. Nadie más podía meterse, por ende, nadie podía "ayudarme", o... "ayudarnos". La solución era hablar, pero supongo que tú y yo teníamos demasiado orgullo como para animarnos a hacerlo. Qué estupidez. Debo admitir que tal vez me dediqué a buscarle culpable a la situación, pero preferí quedarme con que la culpa era de ambos. Por lo mismo, se llegaría a la solución entre los dos.
Con mi mejor interpretación de felicidad, barra, estado anímico normal, salí de casa, diciendo que volvería pasado las seis o siete de la tarde. Incluso podía volver antes, pero prefería dar rangos largos. A no seeer, que se me fuese la olla, y decidiese volver justo antes de oscurecer, tipo... nueve. A estas alturas, ya me daba igual lo que sucediese conmigo, y menos me importaba lo que fuesen a decir mis padres.
Comencé lentamente a caminar. No tenía rumbo fijo. Eran las dos de la tarde, y, por fortuna, hoy el día estaba algo nublado. No moriría de calor. Me alegra. Si no moría de tristeza, tampoco podría hacerlo de calor. Menos de frío, vamos, podía andar de manga corta y sentir una temperatura igualmente agradable.
Dejé de pensar por unos segundos, y dejé que mis pies me llevasen a donde fuese.
Los minutos pasaban, yo simplemente iba mirando las líneas del piso. De pronto, ya eran las cuatro de la tarde. Levanté la vista, y me di cuenta de que estaba en un lugar que no me parecía tan familiar del todo. Me di media vuelta, e intenté seguir el camino que acababa de hacer. Un par de cuadras después, comencé a reconocer lugares, y de pronto, me di cuenta de mi suerte. Estaba a solo tres cuadras del parque al que siempre solía ir contigo. Dios... ¿por qué siempre me pasan este tipo de cosas? Es lamentable... Encima que justo habíamos quedado a las cuatro y media... Otros días solíamos quedar más temprano, pero justamente hoy quedamos en este horario. Genial.
Creo que nunca entenderé a las personas, y menos, me entenderé a mí. Mi cabeza pensó que tal vez no sería mala idea pasar al parque. A mirar. A caminar. A pensar. No lo sé, simplemente para estar por allí, es todo. Sí, bueno, tampoco me negué... Es cierto...
Era obvio que no pasaría nada especial. Tú no ibas a aparecer, y, como mucho, tal vez me topase con algún compañero de clase... Casi siempre suelen estar por allí.
Entré al parque, y sentí un remordimiento. Literalmente no había entrado allí hace un par de semanas. Y siempre que entraba, era contigo, con nadie más. Fue sumamente extraño entrar y... y no estar contigo.
Me agobiaba el hecho de que incluso el olor a pasto me recordaba a ti. ¿Por qué somos así?
Busque con la mirada un banquito, y me senté en él.
Comencé a explorar el parque, mientras intentaba esquivar los recuerdos que solían venir a mi cabeza. <Tal vez no ha sido gran idea venir aquí> me dije varias veces. Lo ignoré también.
Me gustaba observar a las personas ir de un lado a otro tras un balón, u observar a un grupo de amigos sentados en el pasto muertos de la risa. Intentaba evitar cualquier pareja que estuviese allí. La verdad no me apetecía pensar en amor en ese momento. Fue entonces, cuando mi suerte atacó, y una pareja se sentó en el pasto enfrente mío. <Ya se irán> pensé. Me equivoqué, obviamente.
Disimulando mi tonta frustración, me levanté, y comencé a deambular por los senderos de tierra que te ayudaban a recorrer por completo el parque.
Una chaqueta roja a cuadros negros llamó mi atención. Me detuve en seco al verla, y no pude creerlo. Frente a mí, estabas tú, sentado en un banco, con la mirada perdida en alguna persona o cosa del parque. Yo me quedé paralizada, y luego, tú me viste. No pude correr, no pude huir de aquel encuentro inesperado. Mi cabeza no pensaba nada, y mi cuerpo no reaccionaba. Te levantaste de golpe, pero no avanzaste. Te quedaste mirándome, boquiabierto.
Supongo que ninguno de los dos esperaba encontrarse al otro allí. Al final, el destino había decidido juntarnos una vez más...
Sé que fueron segundos, pero parecieron horas. Tomé valor, y decidí avanzar, a la vez que tú también habías decidido hacerlo. Quedamos frente a frente, y... simplemente, nos abrazamos.
-Te extrañé...- dijiste. Yo simplemente sonreí, y apoyé mi cabeza en tu hombro.
-Yo también...- susurré.  

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