"Nosotros Fuimos"

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Fue muy extraño cuando le vi a lo lejos. A pesar de que sabía que las probabilidades de verle aquí, hoy, eran altas, prefería no pensar en ello.
Se me revolvió el estómago apenas reconocí su cabellera. Estaba peinado, me causo gracia. Creo que nunca le había visto tan ordenado y tan formal en mi vida. Le veía extraño, sonreía, pero no era la misma sonrisa brillante con la que le había conocido. Era raro no verle riendo a carcajadas, no verle enérgico, gesticulando cada cosa. Estaba con una sonrisa que podía engañar a cualquiera que no le conocía bien. Tenía la mirada baja, y reía un poco. Lo siento, nueve años junto a él no habían sido en vano...
Mi conciencia estaba en el limbo de si acercarme a él, o quedarme donde estaba. No había sabido nada de él por casi un año, desde que pasó todo. Lo admito, he intentado superarlo, y de momento he estado bien. Supongo el remordimiento al verlo es normal, no lo veía hace tanto... Fue importante en mi vida, tal vez en su momento lo fue todo, y bueno, es normal preocuparse...
—¿Cierto Alice? —mi hermana me sacó de mis pensamientos.
—¿Qué cosa —me incorporé.
—¿En dónde andas? —mi primo me miró coqueto.
—Nada, en nada —negué con la cabeza, y sonreí.
—¿Adam? —Madison, mi mejor amiga, susurró una vez la atención se desvió de mí.
—Sí... —suspiré.
—Supongo no piensas volver con él después de todo lo que pasó, Alice —me miró seria.
—Lo extraño, y lo quiero, pero volver con él no está entre mis planes —respondí a la vez que me ponía a jugar con la servilleta.
—Eso espero. No te perdonaría si regresas con él. Llevamos meses trabajando en superarlo, ibas muy bien —me tomó del hombro.
—Amiga, no es algo fácil —le dediqué una mirada comprensiva, aunque tal vez en ese momento, hubiese querido matarle. Después de todo, siguen siendo mis asuntos.
—Ya lo sé... Solo quiero ayudarte —hizo un puchero.
—Ajá... Voy a caminar —me levanté, pero Mad me agarró del brazo.
—Ni se te ocurra ir donde —le interrumpí.
—Que no, qué pesada —reí, me solté del agarre, y caminé hacia la playa.
Nos encontrábamos en el matrimonio de mi hermano. Después de siete años junto a su pareja, decidieron comprometerse, y ahora por fin ya estaban casados, obviamente. La boda era en mitad de la playa, hombres y mujeres vestidos de blanco, con ropa entre formal y ligera.
Adam era amigo cercano de mi hermano, aunque su vínculo se formó de una manera bastante especial. Adam comenzó una amistad con mi hermano, por el loco hecho de que quería acercarse a mí, y lo logró casi contra el tiempo, ya que todo ocurrió en el último curso de la escuela. Al final se hicieron muy amigos, y de paso, yo me convertí en la novia de Adam, y Adam en mi novio. Obviamente esto es algo ya sabido en nuestra familia, así que, su historia de amistad y mi noviazgo eran relacionados siempre en la anecdótica historia que nuestros padres casi siempre solían contar en reuniones familiares.

Estaba atardeciendo. Me saqué los tacones (que ya estaban matándome) y comencé a caminar.
Adam tenía la misma edad que yo, y fue muy loco conocerle.
En realidad, ya le había visto por los pasillos y en alguna que otra clase, pero era un chico más, que solía pasar desapercibido. Y bueno, yo no era mucho más diferente de eso.
Mi hermano había invitado a su grupo de amigos a casa, y ordenaron pizza. Yo me hallaba encerrada en mi cuarto, cuando alguien toca la puerta.
—Qué pesado que eres, por Dios —me levanté y abrí de golpe, pero me sorprendí al no ver a mi mellizo.
—Hola, perdón, si quie —lo interrumpí.
—No, perdón, creí que era Louis —rodé los ojos.
—Bueno... Te traje pizza —dijo tímido.
—¿Es alguna broma? ¿Le han puesto algo? —reí desconfiada.
—Si quieres me la llevo, tu hermano no sabe que he subido, y me mata si sabe que la pizza que ha pagado, se la está comiendo su hermana —rio.
—Bien, te creo —agarré el plato, y miré a Adam de reojo, por si hacía algún gesto que delatara cualquier especie de veneno en la pizza. No hizo absolutamente nada—. Mmm... Gracias, supongo —le dediqué una sonrisa.
—De nada —levantó los hombros, y yo volví a cerrar la puerta.
Esa fue la primera de muchas, de verdad. Todos los viernes se juntaban, y pedían pizza. Incluso una vez llegó a entrar a mi cuarto y se quedó hablando conmigo, hasta que descubrieron que no estaba, y lo llamaron. Tuvo que bajar e inventar una historia tonta de que había tenido problemas en el baño. Estoy segura que nadie se lo creyó.
Comenzaba a esperar los viernes con ansias, porque sabía que Adam pasaría a mi cuarto, al menos, por un par de minutos. Me hacía ilusión eso. De a poco, nos fuimos acercando más, hasta llegar al punto de hablarnos en la escuela, y quedar después de clase. Generalmente salíamos los miércoles, pasábamos a comprar algo para comer, e íbamos a algún parque cercano a hablar de la vida.
Descubrí que era un chico que le gustaba escribir poesía, que tocaba el bajo y que en su tiempo libre le gustaba sacarle fotos al cielo. Me confesó que se había cambiado de instituto porque en el anterior le molestaban.
Fue una tarde de un miércoles, en la que Adam me pasó un sobre, y me prohibió abrirlo hasta llegar a mi casa.
Apenas llegué, me encerré en mi cuarto, y abrí la carta con el corazón a mil. Era una hoja de cuaderno mal doblada, con flecos, y en blanco, no tenía nada escrito. Absolutamente nada. Quedé sin palabras, y miré el sobre en busca de algo más. Esto no podía ser todo. El sobre pesaba como si aún tuviese algo, pero estaba vacío. Ahí fue cuando me di cuenta de que la parte de atrás del sobre era más gruesa que el resto, la palpé con cuidado, y me di cuenta de que Adam había hecho una especie de bolsillo secreto en el sobre.
Meticulosamente lo abrí, y comencé a leerlo con toda la emoción del mundo. Era un poema, un poema muy bonito. Habían letras marcadas con amarillo, mi color favorito. Al final del poema, habían ocho líneas, y supuse que debía colocar en ellas cada letra pintada. M-E  G-U-S-T-A-S. Ocho letras. Dos palabras. Se me revolvió el estómago.
Abajo de eso ponía "hablamos el viernes" y nada más. ¿El viernes? Claramente yo no podía esperar tanto, y le llamé. No contestó. Le escribí y tampoco contestó. "Le veré mañana de igual forma" me dije, pero no contaba con que el chico decidiera desaparecerse por completo los dos días. Nunca supe si es que no fue a clase o se ocultó muy bien.
Llegó aquel viernes por la tarde, y le esperé en mi cuarto, sentada en la cama, como siempre.
De a poco comencé a escuchar las voces de los amigos de mi hermano en el piso de abajo. En un momento dado escuché las escaleras, y luego alguien tocó mi puerta. Salté de la cama y abrí.
—Maldición Adam, por f... —me detuve. Era mi hermano.
—¿Adam? No ha venido —subió una ceja con una expresión de no entender nada.
—Ah... En fin, ¿qué pasa? —negué con la cabeza.
—Jay trajo esto, dijo que es para ti —rodó los ojos, mientras me entregaba un sobre.
—Genial, gracias —lo tomé, le cerré la puerta en la cara, y me tiré a la cama.
Mi frustración aumentó. Iba a dejar el sobre por ahí, cuando luego pensé que tal vez podía ser de Adam. Lo examiné, lo abrí, y, efectivamente, lo era.
Técnicamente era una carta breve, que me daba una dirección, la cual era la del parque en el que siempre nos veíamos, y una hora, la cual daba en solo treinta minutos.
Salí acelerada de mi cuarto, bajé con mi celular, las llaves, mi billetera y una mochila. Grité rápido a mi hermano que avisara que había salido y que volvía en un par de horas.
No saben cuánto corrí aquel día. Lo valió, al menos llegué dos minutos antes. Divisé a Adam en una banca a lo lejos. Me arreglé disimuladamente el pelo, que se había desordenado con el viento durante la carrera, y caminé hacia él. Simplemente sonrió.
—Hola...
—Hola —nos saludamos de beso en la mejilla, y nos sentamos en la banca, sin mirarnos. Mirábamos simplemente hacia el frente.
No sabía cómo empezar, qué decir, nada, hasta que él habló.
—Bueno, si estás aquí, supongo leíste la carta que te mandé con Jay —empezó a jugar con sus dedos.
—Ajá —asentí.
—Y, supongo leíste el poema de la otra carta...
—¿Poema? Me mandaste una hoja en blanco, mal cortada y con flecos —lo miré.
—¿No leíste el poema? —la cara de espanto que puso el pobre me llegó a dar pena.
—Bromeaba, sí lo he leído —reí suavemente.
—Qué pesada —también rio y volvimos al mismo silencio de antes.
Pasaron un par de minutos, hasta que decidí tomar la palabra.
—También me gustas —no fui capaz de mirarle.
Los dos nos reímos, sin saber muy bien el por qué lo hacíamos. Tonteamos un poco, hasta que después nos besamos. Fue el primero de muchos, obviamente.
Los años fueron pasando, cada uno se metió a estudiar lo que más había deseado. A los cuatro años decidimos mudarnos a un pequeño apartamento juntos, y todo marchaba genial. Era perfecto, él era atento, yo lo invitaba a veces a comer, él al cine... Era una pareja normal, y todo iba bien. Tuvimos alguna que otra discusión normal, nada memorable, en realidad. Y si todo se fue al abismo de un día para otro, fue simplemente por lo que pasó aquella noche.

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⏰ Última actualización: Nov 17, 2018 ⏰

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