V.

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Taeyong qué estás haciendo, qué haces, ¿qué haces?

Se le había salido de las manos, y acababa de olvidar por completo todas las cosas que se había dedicado a pensar para mantenerse sereno, y no pensar en nada fuera de lo común.

Ya había comenzado a olvidar esa sensación extraña que le recorría todo el cuerpo desde los pies a la cabeza. Hacía mucho que no se desconcentraba un poco del trabajo para pasar el tiempo así con alguien.

Mucho menos con Ten. 

No quería causarle ningún daño por el momento, así que colocó especial atención a todo lo que la expresividad del menor le decía. Su cara estaba roja, y su cuerpo ardía en cualquier zona en la que lo tocara, sin poder darle la tranquilidad para enfocarse en sus movimientos.

Tomó sus piernas, y las colocó por sobre sus hombros para así estar más cómodo.

El menor hizo una mueca.

—Ah... Taeyong, me duele... —comentó entre quejidos, aferrándose con fuerza a la camisa que estaba tirada junto a él—. Mis piernas...

No pararía porque al pequeño llorón le dolían las piernas.

No pararía porque simplemente no quería hacerlo.

Lo acomodó nuevamente, en un intento por hacer que los quejidos del menor bajaran la intensidad, pero no había una posición en la que no se quejara.

Lo tenía harto.

Devolvió las piernas de Ten al lugar original, y se acercó a él con un aire descortés, presionando su mano libre en el blanquecino pecho del menor.

—Cállate —le ordenó, aumentando la fuerza que usaba para apretarlo contra el asiento del automóvil. El menor sonrió con lujuria, prestando especial atención a los ojos de Taeyong.

Esperó a que se acostumbrara a la sensación, y lo embistió con fuerza, causando un estremecimiento por parte del menor.

—¡Taeyong! ah-

Le gustaban sus gemidos.

Sonaban dolorosos, pero placenteros.

Enderezó su cuerpo, siendo seguido por los ojos llorosos, y al mismo tiempo malvados del menor. Sentía vergüenza, pero de igual forma nada lo detendría, ni siquiera el dolor que Ten pudiese sentir. Encontró su punto de apoyo, y comenzó a penetrarlo moderando la fuerza que usaba, provocando pequeños quejidos que parecían mudos por parte del menor.

A la mierda el autocontrol.

Tomó sus piernas con fuerza, y lo acercó como si el cuerpo del menor no pesara ni un sólo gramo para él. Comenzó a mover su pelvis con fuerza, provocando ese desagradable sonido que se producía por el choque de ambos cuerpos. Le desesperaba estar haciendo tanto ruido, y que al mismo tiempo el menor lo complementara con sus gemidos, a pesar de que los mismos le daban energías para seguir embistiéndolo con ese nivel de brutalidad.

Comenzaba a sudar mucho, y los quejidos se le escapaban casi como si fuesen de forma voluntaria, causándole una vergüenza que no podía describir. Había perdido totalmente el control, y tanto su cuerpo como el de Ten estaban tensos, casi al borde del éxtasis.

—T-Taeyong... voy a-

No fue capaz de terminar la oración, pero de igual forma el mayor lo entendía. Nuevamente tomó el miembro de Ten con su mano libre, y lo masajeó, haciendo movimientos de arriba a abajo para ser de ayuda al momento de terminar.

Soltó un último quejido, y se estremeció una última vez antes de acabar en la mano del mayor, manchando parte de su torso, y obviamente, la mano de Taeyong, que había acabado dentro suyo desde hacía un par de segundos atrás. Se quedaron en la misma posición, buscando la forma de recuperar el aliento, y de poder mirarse a la cara después de eso.

No se arrepentía.

Se hizo a un lado, apartándose el cabello de la cara para recuperar el aliento, y tomó una pequeña caja de toallas húmedas que siempre tenía en el vehículo.

—¿Qué clase de hombre de 24 años tiene toallas húmedas en su auto? —se burló el menor, aún recuperando el aliento.

Sacó una toalla, y limpió la mano que tenía cubierta del líquido blanco que el menor había expulsado, para luego sacar una toalla más para acercarla bruscamente al cuerpo sensible del menor.

Se estremeció inmediatamente al sentir la humedad de la toalla que le recorría el torso, y parte del pecho.

—No las subestimes —comentó con seriedad, prestando atención a la limpieza que hacía al cuerpo de Ten.

—Está helada...

Su cuerpo aún estaba sensible, por lo que cualquier contacto le causaría sobresaltos. Limpió todo lo que estuviese manchado, o en donde hubiese algún rastro de él, y de su esperma, hasta que estuvo completamente limpio.

Su cuerpo húmedo por el efecto de las toallas lucía tentador, pero prefería no pensar en eso, y dejar que el menor se pusiera sus prendas restantes para que se fuera pronto del lugar.

—Estoy muy cansado —comentó, tomando la camisa que permanecía tirada a su lado desde que se la había quitado.

Una vez limpios y vestidos, ambos chicos bajaron del auto sin dirigirse la palabra hasta estar lo suficientemente cerca uno del otro. Taeyong no dejaba de temblar, imaginando todas las cosas que podrían pasarle sólo por haberse dejado llevar sólo por esa noche.

—No estés nervioso —el menor fue el primero en atreverse a hablar—. Nadie va a saber excepto por nosotros.

¿Y cómo viviría después de eso?

—Tienes que irte, tu papá debe estar esperándote —acabó diciendo, apartándose del menor con frialdad.

—¿Puedo besarte?

—No —lo miró desafiante, mientras arreglaba el cuello de su camisa—. Ten buenas noches.

Esperó a que el menor saliera del subterráneo y entrara al edificio para poder subir al auto e irse lo más rápido posible.

Bajó cada ventana sin importar el frío que sintiera, porque era la única forma de que el olor extraño causado por una combinación extraña de fluidos desapareciera del vehículo. No podía dejar de pensarlo, y mucho menos si sentía que ese olor lo perseguía a todas partes.

Llegó a su departamento, y se duchó lo mejor que pudo, como si intentara quitar todo rastro o recuerdo de Ten que quedara en su cuerpo.

Finalmente se recostó en la cama. Era de madrugada, y no sentía ni un poco de sueño.

Lo perseguía un sentimiento de vergüenza, y al mismo tiempo de felicidad.

Don't Stop. [TaeTen]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora