irracionales

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—¡Maldita sea! — rugí furioso y azoté la portezuela al bajar del auto.

Mei me vio de arriba abajo, analizando todo lo que acababa de ocurrir frente a sus ojos, seguro deduciendo lo que pasaba antes de que llegara. Yo estaba demasiado molesto como para preocuparme por eso.

Golpeé el capó del auto y terminé recargándome sobre la pared. Ni lo frío de ésta contra mi espalda desnuda, menguaba el calor que me quemaba.

—Vaya que estás enojado— la escuché decir mientras se abrazaba a su cuerpo.

Mis ojos estaban puestos en el camino por donde el auto de Suigetsu se había ido, largándose con Hinata adentro. Mi mandíbula estaba tan tensa que molestaba. Mei guardó silencio varios segundos.

—¿Es ella? — preguntó al fin.

—¿Ella qué? — pregunté tosco.

La vi sonreír y volví mi atención a la calle.

—La chica por la que no querías verme— me dijo —, pero no hace falta que me respondas ya — me añadió y gruñí para mis adentros —. Es muy bonita... y bastante joven.

—Es una estúpida— solté lo que estaba pensando.

Ella sonrió al repetir el calificativo. Mei seguía triste, pero mi molestia era tal que ya no podía pensar en eso. Maldije entre dientes antes de sacar el móvil de mi bolsillo y mandarle un texto a Suigetsu: Si la tocas o algo le pasa, considérate muerto. El imbécil me respondió sólo con un emoji sonriente. Apreté el puente de mi nariz al guardar el móvil... Estaría bien, Suigetsu no era tan estúpido como para tocarla.

—¿Quieres que te lleve a casa? — pregunté. Volví mis ojos y atención a Mei.

—Eso sólo complicaría más las cosas. Yo... ni siquiera debí venir— me dijo y desvió su vista a la calle. Se mantuvo unos segundos en silencio, el mismo que no me forcé en romper —. La trajiste a tu casa— me dijo y volví a sentir que mi sangre bullía.

—Sí, eso parece— mi respuesta y tono fueron irónicos. Me estaba desquitando con ella. Era un imbécil.

—Creí que no traías a chicas a donde tu vivías— me dijo y resoplé frustrado. No, no lo hacía, me lo tenía prohibido. Hinata había sido la primera, y no lo habría sido si hubiese aceptado meterse conmigo a un motel, pero ella no quiso, y yo... ¡joder! Yo tenía demasiadas ganas de meterme entre sus piernas.

Apenas podía creer hasta qué punto me estaba volviendo un imbécil por ella.

Ante mi mutismo, Mei sonrió con tristeza.

—Sabía que tú también tomarías tu propio camino— me dijo —, todos deberíamos hacerlo... sólo que, a mí, está costándome un poco más de trabajo.

Eso fue como un golpe en la boca del estómago. Exhalé despacio y me obligué a poner bajo control lo que estaba sintiendo.

—Lo siento.

—No lo sientas, no tienes por qué— fue condescendiente.

—Claro que lo tengo— repliqué.

—No, tú no me obligaste a nada, en dado caso, la que tenía que respetar mi matrimonio era yo.

Negué en silencio y sentí pena de verla así, vulnerable y buscándome. No iba a decir que me arrepentía de haberme metido en su cama, no lo hacía, de hecho, de pocas cosas que he hecho me arrepiento. De lo que sí siento pena, es de la serie de consecuencias que eso ha traído para Mei. Me siento responsable.

Nunca tu noviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora