Atrapados.

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Hinata.

—¡No puedo creer que iré! —Bajé de los brazos de Sasuke y caminé bajando las escaleras— ¡Es tan increíble!

—¿Terminó todo allá adentro? —Él me siguió.

Asentí. —Esta noche ha sido maravillosa. —Le sonreí y mis mejillas ya dolían por eso—. ¡La exposición resultó mejor de lo que imaginé! ¡Vendí cuadros! —le dije emocionada, Sasuke de verdad no imaginaba lo que significaba para mí que algún desconocido apreciara mi arte—. ¡Y esto! —Alcé los boletos en mi mano—. ¡Oh, Dios! Esto es lo mejor de todo. ¡Muchas gracias!

Llegó a mi lado con media sonrisa. De pronto, me quitó los boletos.

Lo vi sin perder la sonrisa. Había aprendido a conocerlo y estaba segura que pretendería fastidiarme.

—¿Qué? —pregunté.

—Aún no son tuyos.

Mentía. Claro que eran míos. ¿Qué pretendía a cambio? Mi mente me trajo de inmediato una idea que me alcanzó a ruborizar.

Me golpeó con los boletos en la cabeza.

—Eso no, Hinata —me dijo y me avergoncé. Sonreí—. Deberás ir conmigo —aclaró.

Mordí mi labio emocionada —¿Me acompañarás?

—En teoría, son mis boletos, así que...

—¡Iré contigo! —Estiré mi mano para recuperar las entradas y las alejó de mí.

—Bien. Yo los conservaré.

—¡¿Qué?! ¡No! Puedes perderlos —Los devolvió a su chaqueta—. ¡Sasuke!

—Así funcionan las cosas —caminó a la calle sin esperarme. Con franqueza, estaba tan emocionada por todo que no me importó. Llegué a su lado de prisa y le tomé la mano. Caminamos al estacionamiento así. Las personas se nos quedaron viendo... bueno, a él, yo no me sentía la gran cosa a su lado; pero igual me sentía bien. Muy bien. Sabía que debía regañarme por sentirme así, pero lo haría en casa, por ahora estaría bien disfrutar del cosquilleo en el estómago.

Él tiró de las llaves que tenía en uno de sus bolsillos cuando estuvimos enfrente del coche.

—¿Sabes qué haría de esta noche todavía más especial? —Me recargué sonriendo en la portezuela, viéndolo.

—¿Qué? —encajó las llaves y me siguió el juego al adoptar un aire provocador.

—¡Déjame conducir tu coche! —solté y aprecié como su rostro iba de la diversión a la incredulidad.

—Ni loco —dejó claro al segundo siguiente. Apoyó su mano en el auto para inclinarse a mí—. Sé cómo conduces y no tocarás mi auto.

—Vamos, no lo hago tan mal —supliqué.

—No. Y no cambiaré de opinión. — Quitó el seguro. Yo no me moví.

—Seré cuidadosa. ¡Nada de bromas, lo prometo!

—¿Crees que puedes tomarme el pelo? —apoyó el segundo brazo en el coche y me habló sobre los labios.

—Juro que no —sonreí y sus ojos negros se entrecerraron—. Solo quiero sentirlo.

Él sonrió —Voy a hacerte sentir otras cosas mías y será menos riesgoso —me habló entonces al oído.

Controlé un estremecimiento —¿Quién piensa en otras cosas ahora? —lo vi a los ojos, sin poder borrar mi sonrisa —. Entonces, ¿me lo prestas?

Nunca tu noviaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora