—Sugiero que empecemos nuestra nueva alianza por...—llevo una mano a su menton y fingió pensarlo.—¿Qué tal si me llama por mi nombre?.
—No.
—Oh Lady Caterina qué tan difícil puede ser.—retó, cruzando de nuevo el delgado límite entre lo correcto y lo incorrecto pisando terreno peligroso, uno que en su vida de libertino no había tenido necesidad de buscar.
Observó a la dama con detenimiento y leyó el disgusto en sus ojos, si las miradas mataran él tendría como mínimo un pase vip a la tumba.
Era inevitable palpar la tensión en el ambiente, un paso en falso y la dama no le volvería a hablar, una sola equivocación y todo estaría perdido.—¿detenerse? ni siquiera era una opción.—no si su mirada azulada lo seguía atormentando todas las noches y con su recuerdo metiéndose sin permiso en sus sueños. En definitiva, no con ella en su mente, debía sacarla pero primero iba averiguar cómo entró allí.
—Muy bien lo haré.—cedió Caterina observando la satisfacción en los ojos de duque, una que borraría en cuestión de segundos.—lo haré siempre y cuando me gane en una carrera.
—¿Una carrera?.—Allan frunció el ceño. Eso no era precisamente lo que tenía en mente, sin embargo si lo ayudaba a descubrir qué hacía a Lady Murgot tan diferente a las demás y porqué su capricho con ella, lo dejaría pasar.
Si los resultados no eran favorables, siempre podía olvidar todo y seguir con su vida.—Usted quería problemas ¿no?.—se zafó de su agarre y empezó a caminar a su alrededor mirándolo como un león a su presa.—¿qué mejor forma que acompañarme en mi rutina diaria?
—¿Rutina diaria?
—Oh sí todos los días mis hermanas y yo tomamos nuestros caballos y salimos en carrera sin rumbo fijo.—explicó Caterina deleitándose con sus reacciones, confusión e intriga.—luego descansamos y practicamos un poco de esgrima.—movió sus manos simulando una espada imaginaria y Lord Seymour abrió muchos los ojos.—también hacemos competencias de tiro, Anthony dice que soy muy buena con el arma.
La dama finalmente logró que el rostro del duque se descompusiera por completo y se regodeó en su victoria. Lord Seymour iba a lamentar su petición, de eso estaba segura.
—No puede estar hablando en serio.—espetó mirandola con extrañeza. Sabía de antemano que la sensatez no era una fiel características de lady Murgot, pero había límites para el descaro.
—¿Alguna vez le he mentido?
—No.—masculló de forma escueta.—pero las damas usualmente acostumbran a invertir su tiempo bordando, enterándose de los mejores chismes o organizando eventos importantes, ni siquiera piensan en actividades como las que acaba de mencionar.—se encogió de hombros mientras observaba como Lady Caterina fruncía los labios en un tierno puchero.
—¡¿Qué tipo de mujeres conoce?!.—profirió antes de recordar a su loca “amante” y lanzó un suspiro de frustración.—mejor no me responda, si vamos a ser cómplices creo que deberíamos conocernos un poco mejor.
Él asintió sonriendo a medias y escuchó atentamente como ella comentaba algo de sus hermanas y lo mucho que a las gemelas les gustaba cabalgar y lo buenas que eran. Él no lo dudaba, Las Murgot eran damas excepcionales y al igual que su hermana, eran expertas en dar una “muy buena primera impresión”.
Los daños de su pequeña travesura aún seguían grabados en su mente.
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Cómplices del Destino (serie Londres de cabeza)
Historical FictionFicción histórica En Londres de 1830 cuando las presentaciones de sociedad lo eran todo para una joven casadera, Caterina Murgot, hija de los marqueses de Somerset, se ve envuelta en un extraño incidente que interrumpe su presentación dejándola perp...