1

58.1K 4.1K 400
                                    

“Todos necesitamos alguna vez un cómplice, alguien que nos ayude a usar el corazón”
Mario Benedetti

Londres 10 de Abril de 1830

Tres horas antes

—¿Milady está lista?.—preguntó Ana, su doncella entrando a su habitación.

—Sí, bajaré en un segundo.—murmuró intentando ocultar su nerviosismo.

¡Hoy sería su gran día! ¡Por fin sería presentada en sociedad!

Saldría todo excelente, nada podía fallar, como la mayor de cuatro hermanas ese era su deber.

Les demostraría que podría encontrar al candidato perfecto para ser su esposo y que su matrimonio no se convertiría en uno más del montón, funcionales, sólo para guardar las apariencias.

¡No! ella se casaría por amor...

***
Horas después

¡¡Que ilusa había sido!! se reprendió en silencio.
Su madre se esforzó tanto para que todo saliera perfecto y de nada había servido, pues allí estaba ella en uno de los salones secundarios de su casa con su lindo vestido color crema manchado de tierra y con una dolorosa compañía.

¡Un libertino y su amante! Nada menos.

Suspiró varias veces intentando calmarse y hallar la mejor salida de aquella incómoda situación, pero todo  parecía indicar que la suerte no estaba de su lado.

—Saldré primero.—anunció él  y su amante cubierta sólo con la fina tela de sus interiores gruñó.

—Ni se te ocurra, no sin antes resolver esto.—señaló su pobre atuendo y el hombre rió.

—¡Oh claro que no querida!, tú solita te metiste en esto.

Los ojos de la mujer se abrieron primero con sorpresa y luego un brillo malévolo cruzó su rostro,antes de acercarse con descaro a la pobre debutante que los observaba en silencio.

Ante la mirada atónita de Lord Seymour la mujer tomó con fuerza a la pequeña inocente y rasgó su vestido, dejando un poco de su piel expuesta.

Cuando Lady Murgot al fin pudo reaccionar, el daño ya estaba hecho, su hermoso vestido crema estaba rasgado por la manga, un corte pequeño pero de cualquier forma escandaloso.

¡Oh no!

—¡¿Qué demonios hiciste?!.—chilló él y la sonrisa de su amante creció.

¿Amantes? ¡Ja! Le sorprendería que al menos pudieran convivir tranquilamente en un mismo sitio, el desprecio en la mirada del caballero era tan penetrante que hizo que se estremeciera aunque no iba dirigido a ella.

—Solo equiparé un poco las cosas.—susurró con cinismo.—ahora no podrás dejarnos a las dos desamparadas ¿o si?

“Conserva la calma, Caterina” “Conserva la calma” se repetía en silencio mientras observaba una de las escenas más escandalosas de su vida. Ni siquiera el corte del vestido le dolía tanto como el tener que convivir un minuto más con esa pareja.
¿Podía escapar?
Pues no, ninguno parecía querer dejarla salir por las buenas. Definitivamente fue una mala idea abandonar el salón donde iba a ser presentada y entrar en una habitación sin tocar primero.

—¡Te has vuelto loca!.—le increpó el hombre con dureza a la mujer y esta frunció el ceño.

—Si hubieras cumplido tu palabra hace cuatro años, nada de esto hubiera pasado.

—No deseo casarme.—gruñó.— mucho menos si es contigo, una arribista y aprovechadora como tu madre.—sentenció con rabia moviéndose de un lado a otro por todo el salón.

Cómplices del Destino (serie Londres de cabeza)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora