¡ALEJANDRA!

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Poco tiempo después de aquel día, Tomás se le declaró a Alejandra en el receso. Para hacerlo tuvo que tener como cómplices a las porristas, ellas con sus pompos y sus cuerpos formaron la palabra "amor" y él, arrodillado frente a ella le preguntó si quería ser su enamorada; Alejandra con toda la felicidad del mundo aceptó y a partir de entonces se convirtieron en dos tortolitos. Claro está que para Kenia y para mí era de lo más incómodo al momento de salir, pues ellos se la pasaban cogidos de la mano y besándose, lo que provocaba que me enojara conmigo mismo por no tener el suficiente valor de hacer lo mismo, cada vez me imaginaba rodeándole la cintura y diciéndole cuanto la amaba y cuando regresaba a la realidad me veía a mí mismo temblando y sudando cuando la tenía frente a mí tan cerca que parecía que nuestros rostros se juntarían, entonces empezaba a balbucear.

El tiempo pasó demasiado deprisa, y para cuando me di cuenta, ya éramos grandes amigos los cuatro; las salidas que teníamos a menudo habían creado los temas de conversación; recordando anécdotas y experiencias de gran humor. Y así había pasado el primer semestre. En ese período a Tomás comenzó a gustarle el canto, y para ser sincero tenía un talento innato, que no lo desaprovechó. Con otros compañeros que sabían tocar instrumentos(a mí me preguntó si sabía tocar uno, pero la verdad es que no me interesaba) integró una banda: "El clan de la rosa negra". Ensayaban después de clases, y hasta tuvo que posponer algunos ensayos. Un día, según él me contó, el rector pasó por el aula en donde tocaban, y le gustó sus canciones, así que le propuso tocar en el programa navideño que hacían todos los años; para Tomás aquella era una gran oportunidad, que no la dejó pasar.Los ensayos cada vez se prolongaron más y los entrenamientos le parecieron menos importantes, al final decidió dejar el equipo de futbol y dedicarse por completo a la música y a los estudios.

El día de la verdad había llegado, era el veintitrés de diciembre la fecha elegida por el rector del colegio para realizarse el evento, los preparativos habían sido exhaustivos y los resultados hubieran sido maravillosos, si no se habría presentado aquella desgracia que cambiaría nuestras vidas a un mundo paralelo lleno de tenebrosidad.

Eran las seis de la tarde, el sol había ya empezado su descenso diario, mostrando un ocaso naranja y la luna parecía no tener ganas de alumbrar aquella noche, lo que le daba un toque tétrico al ambiente adornado con luces navideñas; e incluso el Santa Claus de plástico que resguardaba en la entrada aparentaba ser maléfico. Claro que no hubiese tenido ese aspecto de no ser porque la institución se encuentra en las afueras de la ciudad, donde la vegetación era prominente. La entrada era una garita, detrás un edificio cubierto de vidrios ahumados, luego se ocultaba un gran bosque de cuatrocientos metros cuadrados con toda clase de árboles sembrados, en el medio un sendero por donde transitaban los automóviles. Finalmente venían dos patios de básquet y uno de futbol, con sus respectivos bares, y al final varios bloques en donde se situaban las aulas de clase. Periféricamente, en el lado izquierdo una piscina olímpica y las regaderas, en el lado derecho las canchas de vóley.

El programa se llevaba a cabo en los patios de básquet, porque juntos daban una pista enorme en donde se pudo montar el escenario y las bancas para los miles de asistentes, además que era el único lugar en donde se podían estacionar aquel que llegara en carro propio. Ese no era mi caso, mis padres y yo llegamos en taxi. Mi madre, delgada y morena, con una fingida actitud de ricachona bajo del vehículo con suma sutileza, cubriéndose parte del rostro con un abanico, lo que le daba la apariencia de pertenecer a otra época. Mi padre era un gordo bonachón, siempre con una sonrisa en su rostro colorado:

-Pedro, busquemos los asientos antes de que se ocupen todos-; le ordenó a mi padre

-No te preocupes mamá, Tomás ya nos ha separado asientos en la primera fila

LA OUIJA DE PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora