EL ROSTRO DEL MAL

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La respuesta nos llegó justamente el primer día de asistencia, al encontrarnos en la formación, un nuevo rector tomó el mando de los alumnos, y llegaba con toda la estricción del mundo. Nuestro curso se movía demasiado y hacía mucho ruido, y la orden de castigo de la nueva autoridad fue mandarnos a correr por todo el perímetro del colegio. Kenia, Tomas y yo teníamos la mejor condición física de todo el paralelo, por lo que nos adelantamos bastante de los demás, fuimos por atrás de las canchas deportivas, por lugares que nunca habíamos pisado, el monte parecía acrecentarse conforme íbamos avanzando, a tal punto de imposibilitarnos la visión, intentamos retroceder, regresando por el mismo camino, y entonces comprendimos que algo no andaba bien. El monte en vez de disminuir su tamaño, seguía creciendo, corramos a donde corramos. Mi amada Kenia empezó a desesperarse, decidimos detenernos, mi princesa me abrazó muy fuerte a tal punto de insertarme sus uñas a través del uniforme, intenté no quejarme. Tomas miraba al cielo, con la esperanza, quizás de orientarse por el sol, pero al notar su expresión, comprendí que no obtenía resultados. De repente escuchamos a lo lejos unos gritos, eran los mismos chillidos que habíamos escuchado la última vez, por lo que no nos sorprendió ver a la niña de trenzas doradas a lo lejos, nos acercamos unos veinte metros, dejando una separación entre ella y nosotros de unos cinco metros; entonces sí nos sorprendimos; en primer lugar porque su rostro ni su cuerpo no estaba ensangrentado, es decir que no era un cadáver, realmente era una niña viva y hermosa; en segundo lugar porque tenía el mismo uniforme del colegio que usábamos en ese momento; y en tercer lugar porque de la nada apareció un hombre de altura sorprendente(pasaría los dos metros) con la cabellera completamente calva, aquel señor tenía encerrada su enorme mano en el delgado brazo de la niñita, aprisionándole a tal grado de lastimarla, de allí que la chiquilla gritaba, del dolor que parecía gustarle a su verdugo, pues en su rostro dibujaba una sonrisa maléfica, la cría quería soltarse, jalaba, pero sus esfuerzos eran inútiles. Aquella era lógicamente solo una vivencia pasada y era por esa razón que ninguno de los dos se daba cuenta de nuestra presencia:

-¡...Es él!-; gritó sin poder contener su enojo Tomas

-Es posible, al parecer era un maestro-; observó Kenia al notar que el gigante llevaba puesto un traje formal de color verde oscuro, reglamentario de la institución;-¡Maldito bastardo, quiere aprovecharse de ella!

El pederasta la tumbó al suelo y comenzó a ahorcarle, mientras le ordenaba que se callara, cuando ya no pudo gritar a causa de la sofocación, el hombre liberó su cuello y con una mano empezó a desvestirse, mientras sostenía con la otra el cuerpo de la pequeña. Kenia, consumida por la histeria, no soportó más contemplar la escena y se abalanzó contra el hombre, pero este solamente se desvaneció entre una humareda, la niña quedó recostada en el suelo. Cuando Kenia se dio media vuelta, profirió un grito ahogado y se llevó las manos a la boca, corrí a su lado, pasando por encima de la infanta, Tomas me siguió, cuando la abracé, me di cuenta del motivo de su impresión: La pequeña, recostada, había vuelto a ser el espectro que habíamos visto en el auditorio, con la misma ropa que recordábamos:

-Así terminé luego que abusó de mí, primero hizo que me ponga esta ropa, ese señor malo decía que me veía bien vestida así, y luego me hizo mucho daño, finalmente, para que no lo acusara me asesinó y me enterró en este sitio-; dijo mientras se levantaba y dibujaba con su dedo índice una "x";-De esa manera terminó con mi vida y la de mis demás compañeros, enterrándonos para que nunca se supiera su delito-; decía y de varios lugares alrededor de nosotros se comenzó a remover la tierra, y de por debajo del suelo comenzaron a aparecer brazos que se apoyaban para darle fuerza al cuerpo al momento de salir.

Los cadáveres que observamos colgados en el techo del auditorio como murciélagos, salieron de sus tumbas, todos niños, como lo había declarado Kenia, ninguno sobrepasaba nuestra altura, la mayoría siquiera pasaría los ocho años. Todos deformados, con la carne colgando de sus cuerpos, al igual que los ojos colgaban de sus cuencas, unos tenían la boca cosida, seguramente un trabajo realizado por el pervertido para evitar de ese modo que su víctima gritara y delatara su crimen. Nuevamente la niña de trenzas doradas nos habló:

-Ese hombre tan malo se llamaba Lorenzo, era nuestro profesor de Ciencias Naturales, a mí me gustaba esa asignatura, era su mejor alumna, y él lo sabía, así que con la excusa de enseñarme una planta muy bonita me trajo hasta aquí y me hizo cosas terribles, hasta que finalmente me asesinó-; literalmente la niña lloró lágrimas de sangre, un pequeño riachuelo rojo corrió por nuestros pies, pero hicimos caso omiso del mismo;-Mi alma quedó en el limbo, al igual que la de los que ven aquí, como nuestros cuerpos nunca fueron encontrados el delito quedaba en la impunidad, hasta el día en que lo mataron...Aquel día nuestra alma pudo descansar en paz, el alma de Lorenzo era débil, mientras permanecía en el infierno, todos nos encontrábamos seguros, pero ustedes tuvieron que realizar ese ridículo ritual-; su rostro se hizo sombrío, lo que tomamos como señal de enojo, pero para nuestra suerte supo controlarlo;- trajeron su alma de nuevo a este mundo y nuestros espíritus despertaron, queremos venganza y ustedes van a ayudarnos...

No pudo decir más, el cielo se oscureció, de tal manera que parecía amenazar con descargar sobre el terreno toda la furia de una tormenta. Pero no era una tormenta lo que venía con aquel tiempo, sino la diabólica alma de Lorenzo. La niña nos gritó a modo de orden que corriéramos mientras ellos intentaban detenerlo, obedecimos en la dirección que creíamos era la que nos conducía de regreso al patio del colegio, dejamos atrás a todos los cadáveres y aunque oíamos desgarradores gritos, no nos atrevimos siquiera a regresar la mirada...Por fin apreciamos a lo lejos el cemento y los bloques de aulas. Al llegar apreciamos la cancha del patio de formación completamente vacía; los parlantes, el micrófono y todo lo eléctrico ya había sido guardado, y los estudiantes ya se encontraban recibiendo clases. Nos dirigimos a nuestra aula. Toqué la puerta, el profesor nos hizo una seña para que entráramos, y cuando estuvimos dentro, nos preguntó con su gruesa voz:

-¿Dónde se metieron ustedes tres?

No sabíamos que responder, titubeamos...

-Los estuvieron buscando por bastante tiempo, creímos que la tierra se los había tragado, bueno pueden entrar luego que hayan firmado la lista de asistencia que tiene el inspector de curso, así que búsquenlo y luego sí, los acepto en el aula de clases

LA OUIJA DE PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora