Rojo y Amarillo

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Tulipanes. Mi madre los ama. No, en realidad, está obsesionada con ellos. Ciento nueve especies de Tulipanes y no hay uno el cual mi madre no haya plantado. Hablo en serio. Mi madre se pasa la mayoría de su tiempo en nuestro jardín. Bueno, en su jardín, plantando y atendiendo a sus hermosos tulipanes. La he encontrado varias veces hablando con ellos, pero no me importa. Ella necesita de sus tulipanes, Dios sabe que no estaré aquí mucho tiempo. En fin, como dije, ella ha plantado muchos de ellos. Pero la mayoría de veces mi madre planta rojos y amarillos.

Esos dos colores son el comienzo y el por qué de mi odio hacia los tulipanes. Mi madre me lo ha explicado miles de veces, escucha con atención.

—En Persia se regalaba un tulipán rojo para declarar tu amor. El centro negro representaba el corazón de los enamorados, quemándose por la pasión del amor. Y regalar un tulipán amarillo era para declarar amor sin esperanzas. ¿Lo sabías? Estos— Ella haría girar un perfecto tulipán rojo en sus huesudas manos.— Estos, son para tu padre. Y estos— Ella cogería el tulipán amarillo que está siempre sin falta en su oreja, lo pondría en la palma de su mano, y después de una larga pausa, ella diría—Son para ti, Anna.

A primera vista parece que no tiene nada de malo, pero ya te contaré por qué. Primero que todo, mi padre no merece nada. Ni siquiera un tulipán plantado por una mujer que puede estar un poco loca y que sólo tiene un ojo. Lo sé, perdón, ¿acaso olvide mencionar que ella solo tiene un ojo? Mi padre era un hombre egoísta que nunca dio nada por mi madre o yo. Les ahorraré los detalles, no merece un segundo más de tiempo mío o tuyo. Y acerca de los tulipanes amarillos... su significado me molesta.

Dar un tulipán amarillo era declarar amor sin esperanzas.

Sin esperanzas.

No me molestaría el significado si yo no tuviera cáncer. No me molestaría si no supiera que voy a morir por mi enfermedad. En realidad sería bastante dulce si no me recordara todos los días que soy el efecto colateral. Todos los niños con cáncer son efectos colaterales. Cada vez que veo un tulipán amarillo me recuerda que cualquier cariño que recibiré o daré es sin esperanzas, sin futuro, efímero, ya muerto. No hay razón para ello, para dar amor, o recibirlo. El dolor demanda a sentirse. Y así lo tengo que sentir yo, cada vez que me da un tulipán. Y por esa razón, dejo que mi madre me ame y yo la amo (de mala gana) porque puedo ver que si me escondo de ella, aquello provocará más daño que arreglos. Ella necesita tener a alguien por quien plantar tulipanes amarillos.

Mi madre nació con un solo ojo. No se desarrolló bien y por eso ahora tiene un inútil pedazo de tejido detrás de su párpado izquierdo. No parece molestarla, pero puedo ver gente que se queda mirándola en todos los lugares a los que va.

La tuerta loca por los tulipanes.

Supongo que eso es lo que pasa por sus mentes. Pero me gusta como es.

—Tener un ojo hace las cosas más hermosas—Me dijo una vez—. Cuando tienes menos de algo, lo hace valer mucho más.

Me dijo aquellas palabras como si yo necesitara entender, como si tuviera que saberlo, y jamás las olvidé. Yo no quiero morir, y no es a la muerte a lo que le tengo temor. Es dejar a mi madre sola. A veces puedo ver que se siente frustrada, la puedo ver cavando en su jardín de tulipanes con un poco de mucha tensión. Y, aún así,  esos tulipanes le dan su merecido poco de paz. Le dan de esa rara tranquilidad que, teniéndome como hija, no puede tener. Sé que soy la razón del miedo que ella siente a veces, o quizá todo el tiempo, pero me lo esconde. Tal vez ella se desahoga mientras planta en el alejado rincón del jardín, donde nada parece crecer.

Y esa es la razón por la cual no le digo a mi madre mi odio hacia los tulipanes. Por ahora, mi tuerta y enfadada madre con el corazón roto, puede plantar sus tulipanes en paz.

Un Dolor ImperialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora