Hogar Dulce Hogar

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Por el siguiente par de días, me encontré a mí misma yendo frecuentemente al jardín y revisando mi tulipán. No había verde a la vista. Era casi como si eso dependiera del coraje que yo quería creer, desesperadamente, que tenía. El verano ya casi acababa y esto significaba que el colegio empezaría pronto. Cada vez que pensaba sobre aquello, mi estomago se revolvía. No había estado en una escuela pública en cuatro años. Pero no importaba. Yo había dicho que lo haría. Me dije a mí misma que lo haría. Le dije a mi madre que lo haría. Le dije a Christina que lo haría.

Yo planté un tulipán.

No había forma alguna de echarme atrás.

Nephertarie aparecía constantemente en mi mente. Y por primera vez en mi vida quería volver al hospital. Algo me decía que ella estaría donde la había dejado. Tenía que estarlo.

La casa estaba en silencio. Triste y perdida en mis pensamientos, me gustaba imaginar que era una persona. Las creaciones florales de mi madre como una decoración. La puerta de al frente el corazón, constantemente bombeando. Las escaleras como una garganta, para siempre dando ideas y canciones de amor y opiniones sobre la vida. Cada esquina era algo nuevo. Cada algún tiempo la escuchaba traquear. Era casi como si fuera un ser vivo. A veces pensaba que estaba mas vivo de lo que yo lo estaba.

Desde la ventana de mi cocina podía ver a mi vecina paseando a su perro. Este era largo y gris. Muy bello, en realidad. Ella captó mi mirada y asintió levemente. Mi calle era la esquina apartada del suburbio. La mayoría se guardaba para ellos mismos. Esta mujer caminando con su perro era probablemente la cosa más emocionante que ocurriría ese día. Sería genial vivir en una calle donde todos nos conociéramos. Era un deseo simple y no era difícil de cumplir. Tal vez mi madre y yo pudiéramos empezar. ¿Quién sabe? Tal vez podía ser un nuevo tulipán que plantar.

Mi madre bajo por la garganta de la vieja casa, su mano en la baranda. Cerré mis ojos y escuché sus pisadas. Lentas y suaves.

—¿Puedo ver ahora?—Pregunté, impacientemente golpeando el suelo con mis pies.

—No todavía—Oí ruido atrás mío.

—Voy a voltear...

—¡No, espera! Espera... Listo. Estoy lista—Finalmente me dijo.

Me volví y miré.

Ví una cabeza con rizos de oro cayendo sobre sus bronceados hombros. Un vestido brillante blanco al rededor de su cintura. Su amable rostro sin la expresión de estrés que llevaba constantemente. Ví un ángel.

—Mamá...—Estaba sin aliento. Buscaba las palabras apropiadas.

—¿Que piensas?—Preguntó tímidamente.

Mis ojos volvieron a recorrer su ropa y su cara y llegue a una conclusión. —Yo pienso que eres la mujer más hermosa que jamás he visto.

Dael estaba viniendo. Tuve que pasar toda la noche debatiendo si pelear con mi madre sobre ello. Dael no me agradaba del todo aún, aunque en realidad no lo conocía. Me di cuenta que solo estaba pensando en mí misma. Mi madre necesitaba a alguien cuando yo me fuera y afortunadamente eso no iba a ser muy pronto. Pero, ¿quién era yo para tratar de parar eso? Ella tenía derecho a ser feliz.

—Oh Anna, estás mintiendo—ella respondió.

Me dirigí hacia ella y puse mis manos al rededor de ella. —No, mamá, no lo hago. Te ves... magnífica. No creo que Dael quiera irse nunca.

—¡Si quiere vivir, lo hará!

—Bien, entonces es mejor que te vayas preparando para matar porque te ves radiante.

Un Dolor ImperialDonde viven las historias. Descúbrelo ahora