No sabía por qué había aceptado. Hacía tiempo que no salía, pero la verdad es que tampoco lo echaba en falta. Estando allí, otra vez en medio de una pista de baile abarrotada, recordé los motivos porque parecía que había renunciado a salir.
En el fondo, supongo que acepté, simple y llanamente, porque no podía decirle que no. Cuando vino a enseñarme el coche hacía tiempo que no nos veíamos. Lo cierto es que no había habido razón alguna, ninguna excusa, para ese distanciamiento. Yo había pasado todas las vacaciones en el pueblo y él vivía a menos de diez quilómetros. Lo más normal hubiese sido que en aquellos últimos dos meses, al menos, hubiésemos salido de copas un par de veces y hubiésemos quedado en el bar otras tantas, pero nada de eso había ocurrido.
De modo que, cuando vino a enseñarme su flamante coche nuevo, cuando se acordó de hacerme partícipe de su éxito y me invitó a "estrenarlo" el siguiente fin de semana, no pude decirle que no. Era de los pocos amigos que conservaba de mis tiempos en el instituto, por no decir el único. El resto parecían encajar mejor en la categoría de compañeros a los que guardaba cierta simpatía... o ni tan siquiera eso.
Así que volvía a estar otra vez en medio de una pista de baile. Hacía casi tres meses que no salía, desde antes que finalizara el curso, un poco más que no follaba. Casi no recordaba el escozor en la polla del día después por culpa de mi alergia al látex. Me sentí un poco raro al darme cuenta de que eso tampoco lo había echado en falta... no el picor, sino el sexo, claro está.
La verdad es que tampoco me sentía muy motivado por poner remedio a eso. Nunca me había gustado el juego de la seducción, pero en ese sitio, a menos que te gustase el bailoteo, era lo único que podías practicar.
No tardé en recordar los motivos porque ese juego no me iba y, sobre todo, recordé porque cada vez me gustaba menos.
Y esa noche el motivo de mi desencanto no fue por la cantidad de chicas que había en la pista de baile. Tampoco podía quejarme de su edad, ya que, como era un día especial, no habíamos acudido a nuestra discoteca habitual de cada viernes. Nos habíamos acercado hasta la provincia de Tarragona, y al menos allí, las más jovencitas, llegaban a los dieciocho.
No, el problema no era el sitio, ni tampoco el ambiente. El problema, tal y como yo lo recordaba, lo encontrábamos en las propias reglas del juego, como estas se han ido desvirtuando con el paso del tiempo. Porque si bien es cierto que las chicas cada vez van más ligeras de ropa, si también lo es que cada vez bailan de un modo más provocador y se insinúan cada vez más, no es menos cierto que todo se ha vuelto completamente ambiguo. Ya nada significa lo que parece. O mejor dicho, sólo lo significa algunas veces. Las señales cada vez son más explicitas y las intenciones menos evidentes. Las reglas del juego parecen haber desaparecido. ¿A quién le apetece jugar un juego sin reglas o dónde las reglas las imponen otros sobre la marcha y según sus intereses?
Y es que esa noche volví a recordar como las mujeres han aprendido a usar la seducción para saciar otras necesidades que poco tienen que ver con el sexo. Muchas de ellas parecen haber encontrado en las discotecas un modo de conseguir placer mucho más sutil. Mientras un chico en una discoteca cuando se acerca a una chica acostumbra a tener meridianamente claras sus intenciones, en otras palabras, follar, en el caso de las mujeres esto no sucede del mismo modo.
Poco a poco, me he ido dado cuenta de que la mayoría de veces una mujer no busca la atención de un hombre porque realmente quiera algo con él. De hecho, ha llegado un punto en que no es que ya no quieran algo con él, sino que ni tan siquiera quieren algo de él. Las mujeres se han dado cuenta de que en ese ambiente, por poco agraciadas que sean, tienen la sartén por el mango. Se han dado cuenta de que sólo con moverse provocadoramente, con vestir del modo más sexy posible, tendrán un buen puñado de hombres besándoles el culo, y se aprovechan. He llegado a la conclusión que muchas de ellas lo usan como simple terapia. Un lugar donde reafirmar su seguridad en sí mismas. Un modo de acariciar su ego y subir su autoestima. Otras, simplemente, parecen hacerlo como mero deporte, como un nuevo modo de exaltación del narcisismo. Una manera de demostrar su poder.
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Al ritmo de un monótono Tic-Tac
De TodoLa vida mecánica de un joven estudiante universitario. La vida de alguien que no ha aprendido a vivir. La vida de alguien que sólo ve mediocridad en todo cuanto le rodea. Una vida escogida por él hecha a la medida de las expectativas creadas por otr...