3.

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Los suspiros que se robaban el uno al otro no conseguían apaciguar el sonido de la canción que sonaba de fondo, y aunque fuera la canción favorita de Kagome, en estos momentos, no podía darle más lo mismo. Se estaba dejando llevar por su voz ronca y grave, por su mirada lujuriosa y por el calor que emanaba su cuerpo.

Kagome nunca había estado de acuerdo con los líos de una noche, no es que estuviera en contra, pero, normalmente, cuando entre los implicados se prometían dejar a un lado los sentimientos y dedicarse a algo más físico, siempre hacían su aparición esos estúpidos sentimientos de los que se había renegado al principio.

Ahora mismo no podría aguantar que su corazón empezara a enamorarse de ese chico que le besaba el cuello con delicadeza y sonreía al ver lo sensible que era y, a la vez, suspirar como toda la vida lo había hecho por Inuyasha.

Pero él había hablado sobre olvidar a Inuyasha, algo que ella sí necesitaba porque no era capaz de pasar página sola.

- Nada de sentimientos y, como tú has dicho, solo será esta noche.

Los ojos azules y casi translúcidos del joven moreno se alzaron para mirar a la azabache desde un ángulo que pareció gustarle. Su cabeza estaba a milímetros del pecho de la joven, la miraba desde abajo, y así parecía pronunciarse su mentón, donde tenía un pequeño lunar.

Sonrió al escuchar esas palabras y se alzó sin dejar de mirarla. Cuando la dejó debajo de él contestó:

- Excepto que queramos que se repita, no se repetirá. No habrá sentimientos.- dijo seco.

Pero a la chica no le molestó el tono en absoluto, era algo que se tenia que dejar claro, y lo mejor era dejarlo así desde el principio. Ella asintió, fue entonces cuando una de las manos del chico de la trenza agarró su hombro derecho para empujarla hacia abajo dejándola tumbada sobre la encimera.

Sus labios volvieron a encontrarse y las manos de Kagome enmarcaron su cara mientras se besaban una y otra vez, olvidando todo a su alrededor y preocupándose por el placer del otro. Cuando el cuello de Bankotsu de tiñó del color del pintalabios de la joven, fue cuando hizo que enredara sus piernas alrededor de su cintura y la cargó mientras salían de la cocina.

Ella no era de esas tías que se tiraban a la bragueta de todos, se podía apreciar que se hacía respetar como mujer y como persona, si había decidido hacerlo con él no era porque estuviera borracha, sino porque quería pasar un buen rato y era lo suficientemente independiente como para decidir por sí misma sin tener que sonrojarse como en los estúpidos libros de amor romántico. No podía pasar por medio de la fiesta y llevarla a cuestas, pero tampoco le apetecía la idea de soltarla cuando había comenzado a abrazarlo mientras besaba su barbilla con una lentitud que lo atolondraba.

Decidió, en vez de ir a su propia habitación en el piso de arriba, meterse en la habitación de invitados al lado del baño de la primera planta, ya que no podía subir las escaleras sin que todo el mundo los viera.

Abrió la puerta de dicha habitación y suspiró al no encontrarla ya ocupada, cerró la puerta con pestillo y se dirigió a la cama donde dejó a Kagome. Ella se quitó los tacones mientras miraba como él también se descalzaba y se arrodillaba junto a ella. Con poca fuerza, el dueño de la casa agarró su muñeca y guió su mano hacia su pecho. La joven tanteó su piel sobre la camiseta pasando los dedos sobre sus hombros, bajando a su pecho y recorriendo sus brazos.

Bankotsu entrelazó sus dedos con los de ella antes de volver a besarla y de bajar el cierre de su vestido. Kagome le quitó la camiseta y se sorprendió al ver su piel morena y suave bajo ella y también desabrochó su pantalón. Él quitó su vestido y sus manos acariciaron su espalda mientras apreciaba su conjunto de lencería, un sujetador sin tirantes del mismo color que el vestido y unas bragas de color azul marino.

Bajó su cabeza a su escote y le plantó un beso entre sus senos antes de hacer que se acostara en la cama, como un depredador, se puso sobre ella creo un camino de besos que desembocó en su muslo derecho que dejó levemente flexionado.

Sus manos acariciaron sus pechos mientras seguía besando y, lentamente la despojó de su sujetador, se separaron para bajarse él los pantalones y, cuando quiso volver a ponerse sobre la chica de ojos marrones, esta se sentó a horcajadas sobre él mientras lo besaba con fervor.

Había que reconocerlo, esa chica besaba muy bien, era una mezcla entre algo muy dulce y erótico que le dejaba sin aliento y con ganas de más. La dejó hacer, dejó que su lengua se adentrara en su boca y jugara con la suya; dejó que sus manos acariciaran todo lo que quisieran, dejó que se restregara contra él y gimiera débilmente; y dejó que guiara a sus manos hacia los lugares donde quería ser acariciada, sus pechos.

Desabrochó el sostén con una mano y lo dejó caer tirándolo al suelo de la habitación. Su boca se acercó a uno de ellos, dejó que su aliento chocara con su sensible piel antes de que su boca lo succionara con lentitud. Kagome gimió y se aferró a sus hombros mientras el ojizarco seguía atento a su tarea y repartía caricias entre ambos pechos dedicándola alguna mirada furtiva a su compañera.

Después de que de nuevo sus lenguas se encontraran en un beso apasionado, Bankotsu se agachó buscando sus pantalones para después sacar un condón. Lo iban a hacer. Kagome iba a estar con un chico que le había prometido hacerle olvidar a Inuyasha, y al mirar sus ojos brillosos deseó que sus palabras se hicieran realidad.

Bankotsu se tumbó en la cama, ya sin sus boxers, y dejó que ella apreciara su desnudez y su longitud, tras esto, él mismo se colocó el condón dándose alguna que otra caricia para luego mirar a la chica y sonreír antes de indicarla que se sentara sobre él.

La idea de ir arriba no dejó descontenta a Kagome, que, con lentitud, obedeció esa orden silenciosa. Poco a poco su miembro se adentró en su interior, y sin darle tiempo a ninguno para reaccionar, las caderas de la azabache se impulsaron haciendo movimientos rápidos y violentas sacando suspiros a ambos. Las manos del chico de la trenza se amoldaron a su cintura ayudándola a que las embestidas fueran más profundas.

Él estaba en la gloria, la chica era estrecha y le hacía sentir más grande de lo que era, además, sus gemidos no hacían otra cosa que encenderlo más.

Y no pensaba parar en toda la noche.

Propuesta Indecente. [BanKag]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora