Manual De Lo Prohibido/Joerick [Adaptación] ||Terminada||

[09]

—¡Erick, levántate ya!—gritó.

Me removí entre las sábanas y no hice intento alguno por abrir los ojos.

—¡ERICK!—volvió a golpear la puerta—Joel vendrá en cualquier momento.

¿Joel? Abrí los ojos, completamente despierto y aventé la sábanas hacía un lado. Salí de la cama en un santiamén y abrí la puerta. Zabdiel corría de un lugar a otro en busca de algo.

—Yo creí que no te levantarías nunca—farfulló.

—¿Qué buscas?—pregunté.

—Mi mochila, puedo jurar que la dejé aquí—apuntó al sofá.

Miré el reloj, faltaban veinte minutos para las seis de la mañana. ¿Cuánto se tardaría Joel en llegar?...¿Por qué me pregunto eso?

—Busca en tu cuarto, Zabdiel—musité.

Él me miró y salió corriendo a su habitación. Dos segundos después llamaron a la puerta.

—Erick, por favor abre—me gritó Zabdiel desde su cuarto.

Caminé perezosamente hasta la puerta y la abrí. Lo que vi me deslumbró por completo.

—Buenos días—me sonrió y aquel fierecillo enjaulado saltó de un lado a otro en su pequeña cárcel.

—Buenos días, Joel—le devolví la sonrisa—. Pasa.

Le abrí camino y me le quedé mirando mientras pasaba a mi lado, llevaba puesta una chaqueta negra al igual que los apretados pantalones que traía, por dentro de la chaqueta se alcanzaba a ver una camisa en tono rojo. Usaba unas gafas de sol que le daba un aspecto más comercial a su rostro, parecía de esos modelos que sólo ves en televisión.

—Bonita pijama—musitó mirando mi atuendo.

Enrojecí hasta los huesos y me mordí el labio inferior, completamente apenado. Nadie, exceptuando a Zabdiel, me había visto en pijama.

—Gracias—murmuré.

—¿Dónde está Zabdiel?

—En...

—¡Por aquí!—el interpelado salió de su habitación con la mochila en la mano y me interrumpió.

—Hola, Zab—dijo él y luego se acercó para besarlo.

Desvié mi mirada, dándoles privacidad y me escabullí hasta mi cuarto. Privacidad, ¿eso quería darles? O sólo quería calmar a el fierecillo que de pronto se sintió incómodo.

Me vestí rápidamente y me acomode un poco el pelo. 

—¡Erick! Debo irme—gritó Zabdiel, desde algún lugar cercano a la puerta.

Salí del cuarto no sin antes tomar mi cámara fotográfica.

—Te veo más tarde, espero se diviertan—dijo

—¡Suerte!—dije, pero ya había cerrado la puerta.

Miré entonces a Joel, quien se encontraba parado mirándome a mí.

—Creí que íbamos a desayunar en pijama—musitó, divertido al notar mi cambio de ropa.

El rubor corrió de nuevo por mis mejillas y bajé la cabeza.

—Es muy temprano para desayunar—musité.

El rió.

—¿Entonces... quieres que nos vayamos ya? El camino no es muy corto.

—Claro—sonreí y él me hizo seña de que saliera del departamento.

Tomé mi mochila y me la crucé por el cuerpo, echando ahí mí cámara; luego él me abrió la puerta y me dejó pasar primero. Se deslizó después hacía mi lado y caminó junto a mí, su perfume, mezcla de miel y frutas tropicales se introdujo en mi nariz.

—¿Escaleras o ascensor?—preguntó.

—Escaleras, es el tercer piso—decidí.

Sonrió como si le hubiera gustado mi elección. Esperó a que yo me adelantara y luego me siguió muy cerca.

Cuando salimos del edificio, caminé hacia la derecha, muy decidido.

—¿A dónde vas?—preguntó Joel y me giré a mirarle, entonces me di cuenta de que ya no me seguía sino que estaba parado y reía.

—Pues, a tomar un taxi o un autobús—me encogí de hombros, confundido.

El rió con ganas y sus carcajadas atronaron en mis oídos como la entonación de una cascada al caer al lago.

No comprendí qué le resultaba tan gracioso y fruncí el ceño.

—No pensarás que tomaremos un taxi hasta allá, ¿verdad?— dijo, medio serenado—. Porque si es así, no creo que tengas el dinero suficiente como para pagar el viaje, recuerda que no está muy cerca el lugar—río de nuevo—. Y no hay autobuses hasta ese lugar, a menos de que tomes tres o cuatro.
Me quedé en silencio y relacioné sus palabras con sus acciones.

—¿Te estás burlando?—volví a fruncir el ceño.

La carcajada melodiosa que aun salía de su garganta enmudeció, y su rostro se volvió serio y cauteloso.

—No—dijo.

—¿Entonces por qué te ríes?—enarqué una ceja.

—Porque me pareció un poco... gracioso—aún bajo las gafas de sol, su expresión era como la de un niño que es regañado por su madre.

—Para mí no es gracioso—dije, severo pareciendo enojado.

—Lo siento yo...

Estallé en fuertes risotadas interrumpiendo su disculpa y se me quedó mirando extrañado.

—¡Caíste! Creíste que me había disgustado ay Joe...-alcancé a soltar entre risas.

Su rostro dejó la seriedad y precaución y se dibujó en él una bella sonrisa.

—Eres malo Er—musitó y luego río.

—Sólo a veces—reí—. Pero bueno, ya hablando en serio, ¿En qué nos vamos a ir?—inquirí.