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-Sólo quiero hablar con él -era su voz, sin duda, la que se oía a través del pasillo con eco propio. Me quedé helado, mis pies no se movieron más y mi cuerpo quedó escondido tras la pared continua.

-Pero él no quiere hablar contigo, pervertido -esa otra voz era la de Richard, aireada.

'¿Qué estaba sucediendo?-pensé yo-'

-¿Pervertido? -repitió Joel, escandalizado.

-¿Lo llevas a tu casa sabiendo que no está en sus cinco sentidos? No te hagas el santo -alegó Richard.

-Lo llevé a mi casa por eso mismo -explicó-. No iba a dejarlo allí soloñ en ese estado, además, yo no tenía llave de este departamento, ¿qué querías? ¿Qué lo dejara en el pasillo? -replicó.

-Como sea, él no quiere verte.

-Tú no decidas, no tienes derecho -decía Joel.

-No decido, sólo te estoy repitiendo lo que él me dijo esta tarde -refutó Richard.

-Necesito hablar con él, y tú no me lo vas a impedir -advirtió Joel.

-Pues, ojala lo encuentres -la voz de Richard parecía ocultar una sonrisa malévola.

Hubo un silencio y me eché a correr al captar que la conversación entre ellos había terminado y que Joel pasaría por donde yo estaba escuchando todo. Corrí hacía el ascensor, Joel no lo tomaría, de eso estaba seguro. Las puertas se abrieron a tiempo y me escondí antes de que sus ojos me vieran. Apreté el botón para el cuarto piso, sólo por si acaso y el estómago se me encogió, evidentemente más sensible, cuando el ascensor subió un piso arriba. Las puertas se abrieron de nuevo y me dejaron salir, bajé rápidamente las escaleras hasta mi piso y llamé a la puerta del departamento trecientos ocho. Alguien dentro refunfuñó palabras ininteligibles y luego la tía de Richard me abrió la puerta y me puso mala cara, deformando su rostro con más arrugas de las que ya tenía. Su cabello blanco estaba atado en una desecha coleta y algunos cuántos pelos se salían de su lugar.

-Disculpe que la moleste, ¿está Richard? -pregunté.

-¡Richard! -lo llamó, luego sin decir nada más, se dio media vuelta y volvió al sofá en el que seguro estaba antes.

Richard salió de una de las habitaciones y después de que miró a su tía me captó en la puerta de entrada, esperando.

-Oh -musitó y se acercó a toda velocidad-. ¿Qué pasa, Erick? -dijo, saliendo un poco y cerrando la puerta tras de sí.

-Escuché la discusión que tuviste con Joel, ¿por qué? ¿A qué vino? -inquirí, desesperado.

Él exhaló.

-Venía a hablar contigo, pero le dije que tú no querías hablar con él -musitó.

-Eso lo escuché, pero ¿por qué le dijiste que yo no quería hablar con él?

-Pues, ¿no es obvio? Erick, yo sé que te lastimaría más de lo que ya lo ha hecho. No quiero que te sientas culpable de nada, Joel es el que tiene la culpa aquí y quiero que lo acepte. Además ya has llorado bastante.

-Pero...

-A menos de que quieras despedirte de él, yo no puedo impedirlo -se encogió de hombros.

-No -negué rotundamente-. Ni siquiera le diré que me voy.

-No digas que te vas, se siente horrible -musitó, bajando la mirada.

-Gracias por todo, Richard. Por esto y por... todo -reí sintiendo de nuevo esas ganas de llorar.

-No te preocupes por mañana, yo te llevaré al aeropuerto y...

-No -me negué, amablemente -. Lo mismo que le dije a Yoss te digo a ti, no me gustan las despedidas y mucho menos si son largas. Gracias por ofrecerte pero... no.- Se me quedó mirando por unos segundos.

-Mañana imaginaré que sigues viviendo justo enfrente de mí -sonrió y el corazón se me oprimió, entristecido.

Extrañaría a Richard mucho más de lo que había imaginado.

Me dio un último abrazo y luego me besó la mejill--. Ya sé que van como tres veces que hacemos esto pero, no cuenta como una despedida, nos volveremos a ver algún día -aseguró y algo en su voz me hizo creerlo. Sonreí.

-Entonces hasta pronto -dije, separándome de él.

-Hasta pronto -sonrió.

Entré al departamento y me esforcé por no dormir al principio. Tenía que volver a mi ritmo de vida de un día a otro; en California era de día cuando aquí era de noche. Antes de que viniera a Venecia, me había preparado con la diferencia de horas, hasta que logré controlar muy bien mi sueño y ajustarlo perfectamente al horario en Venecia. Pero para eso había tomado semanas, y ahora, tenía que hacerlo de un día a otro, aunque ese era el menor de mis problemas.

Logré quedarme despierto hasta las tres de la mañana, porque a pesar de que los ojos me ardían de sueño y de haber llorado tanto, estar despierto provocaba que los recuerdos nítidos vagaran en mi mente; así que mejor decidí cerrarle el paso a todo eso y cerrar los ojos para intentar dormir mi última noche. Los ruidos sonoros del exterior me despertaron. Me revolví entre las sábanas y me estiré antes de bostezar. Hoy era un nuevo día. ¡Hoy era el día!; Me levanté como zombi de una tumba, incluso tenía el aspecto de uno. Miré el reloj, eran siete con treinta y cinco minutos. Los ruidos siguieron escuchándose fuera y lo único que mi mente produjo fue un pensamiento con nombre propio: Zabdiel.

La respiración se me entrecortó y el corazón me latía oprimido. No tenía cara siquiera para verlo, sostenerle la mirada y tratar de sonreírle, sabía que no podría hacerlo. Respiré hondo varías veces, tratando de calmarme, llevaba puesta la misma ropa del día anterior, arrugada por haber dormido con ella; había dejado sólo un cambio para el viaje. El viaje. Si Zabdiel entrara a mi habitación a despertarme vería las maletas y... esa no era una buena forma de enterarlo de que me iría, yo tenía que sacar valor y hablar con él, aun cuando no quisiera.

Me levanté rápido de la cama y me cambié de ropa, guardando en una de las maletas la que antes me había quitado. Me sorprendí de lo rápido que lo hice y salí de mi habitación, con el corazón latiendo a mil por hora.

-¡Ey, hola! -la sonrisa de Zabdiel se expandió al verme, mientras luchaba con su pequeña maleta por que la cremallera no abría. Corrió hasta mí y me abrazó, él siempre hacía eso y me recordó al primer día que llegué a Venecia. Le correspondí tímidamente.

-¿Puedes creerlo? El señor Vittore quiere que trabaje hoy, aunque sea medio día. Tendré que irme a las dos -hizo un mohín. Traté de hacer algo, un gesto o lo que sea, por que hablar no podía; repentinamente la voz se me había ido. -¿Te pasa algo? -me miró.

-No, no... -tartamudeé- sí.

-¿Qué ocurre? -me preguntó.

Este era el momento, en poco más de tres horas me iría, y si no le decía ahora, quizá ya no encontraría el valor después.

-Regreso a California, Zabdiel -dije, con el nudo en mi garganta. Los ojos de Zabdiel se abrieron más grandes de lo que ya eran.

-¡¿Qué?! Es broma, ¿no? -farfulló.

Cuando me vio en silencio, serío y entristecido a la vez, entonces supo que no lo era- Pero, ¡¿por qué?! Pensé que te irías después de año nuevo, ¡apenas comenzó diciembre! -parloteó y los ojos se le pusieron rojos.

-Tengo que irme, Zabdiel -el temblor de mi voz dieron paso a las lágrimas, podía ver llorar a todo mundo, pero nadie movía tanto mi fuero interno como lo hacía Zabdiel, verlo llorar a él era distinto, desgarrador.

Manual De Lo Prohibido/Joerick [Adaptación] ||Terminada||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora