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Incluso la noche se sentía calurosa. No había brisa que entrara por las ventanas abiertas. Tampoco había mucha luz en el cielo ya que la luna estaba en su último cuarto menguante. Pero había cierta magia flotando en la cálida humedad del castillo. Cada quien en sus asuntos, todos guiados por fuerzas superiores.



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       .

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     . 

Suho se sentía inquieto por muchas razones, pero la indecisión estaba llevándolo al borde de una taquicardia.

"Ven a mi habitación"

Llevaba media hora caminando a lo largo y ancho de su habitación, intentando pensarlo mejor. Intentando ser razonable. Era un hombre de ciento veinte años de edad. Ni siquiera conocía su apariencia puesto que era invisible. ¿Qué tan viejo se vería? Se sentía viejo... y Lay era un niño. Todos esos humanos eran niños rodeados de sobrehumanos centenarios.

Suho suspiró con frustración y se lanzó sobre su cama, estaba dándole dolor de cabeza.


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Lay se acomodó sobre su costado derecho e intentó dormir, no sabía qué hora era, pero probablemente ya era de madrugada. Suho no llegaría, era obvio. Aún siendo así, el estudiante no podía dejar de fantasear con el hombre al que no podía ver. Solo tenía una idea de su apariencia y la seguridad de que tenía brazos y espalda fuertes; antes los había tocado lo suficiente como para saber que el hombre estaba en muy buena forma.

Un suspiro se le escapó de los labios. Se giró hacia su otro costado. Era inútil, su mente estaba demasiado activa. Se sacó las sábanas de encima, exponiéndose a la noche en ropa interior. Llevó una mano a su cuello; estaba sudando y a su piel sensible le agradó su propio tacto. Deslizó su mano sobre su pecho, rozando uno de sus pezones y gimió casi inaudiblemente. No se detuvo, continuó acariciando sus pezones con una mano y deslizó la otra por todo su abdomen hasta llegar a la tela que cubría su pene aún medio dormido. Se acarició a sí mismo sin apartar la ropa interior hasta que su bulto se sintió más grande y duro, entonces la tela empezó a sofocarlo. Lanzó el boxer al cabezal de la cama y se quedó tendido de nuevo, acariciándose sin prisa.

De la nada sintió algo rozarse contra una de sus piernas. Jadeó y se estremeció por el susto. Sabía que se trataba de su sigiloso amigo invisible, pero era imposible no asustarse al sentirlo de repente.

—¿Te ayudo con eso? —la voz de Suho preguntó en voz baja, ronca. 

¿Cuánto tiempo llevaba observándolo?

La respiración de Lay se volvió un enredo, pudo sentir el aliento del invisible muy cerca de su rostro cuando este le habló. Asintió, esperando a que el otro lo estuviera observando, y notó que su peso hundía el colchón en algunos puntos.

—¿En dónde estás?

—Aquí —Suho respondió con suavidad y su aliento golpeó los labios entreabiertos del muchacho.

Lay levantó las manos de su miembro e inmediatamente chocó con otro que estaba solo unas pulgadas arriba del suyo. Delineó el miembro invisible en iguales condiciones que el suyo, pero no lo tomó. Deslizó sus manos por el abdomen, subió hasta su cuello y tanteó su rostro. Debía ser muy guapo; cada parte de su cuerpo se sentía de la medida perfecta.

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