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Lay se encontraba en una parte del gran castillo que aún no había explorado

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Lay se encontraba en una parte del gran castillo que aún no había explorado. Empujó la gran puerta de madera, sintiéndose muy curioso por lo que hubiera detrás de ella. No imaginó que se trataría de una amplia terraza abandonada. Cerró la puerta a sus espaldas y caminó por todo el lugar, dejando al último la zona sin techo, desde donde podía apreciar el cielo oscuro que se extendía sobre el bosque por el que él y sus compañeros habían llegado.

Siguiendo un fuerte impulso que nació en lo más profundo de su ser se subió a la barandilla que dividía el castillo del precipicio. El viento golpeaba con más fuerza allí arriba, pero era refrescante y la vista era mucho mejor. Alzó sus brazos hacia los costados de su cuerpo y tomó una profunda respiración. Por un segundo se sintió volar. De pronto, una brisa demasiado violenta lo hizo perder el equilibrio, su cuerpo se balanceó un poco hacia el precipicio antes de que algo tirara de él de regreso a la terraza.

Suho tiró de la remera del estudiante y lo atrapó cuando caía para evitar que se lastimara. Como ya se le hacía costumbre, el hombre invisible había estado detrás del estudiante de forma silenciosa.

Habían ciertas cosas de Lay por las que se sentía atraído, tanto que últimamente se la pasaba tras él prácticamente todo el día, solo para observarlo. En ocasiones como esa, su problema de antirreflección le era muy útil, ya que si Lay pudiera verlo, probablemente no miraría en él más que a un hombre viejo y desgastado por el paso de los años que de paso era un acosador.

—¿Suho? —Lay preguntó en un bisbiseo. 

Al caer al suelo no se estrelló contra él sino contra alguien. Escuchó un quejido y sintió la presión de unos brazos invisibles contra su espalda.

—¿Qué hacías allá arriba? —la voz preocupada de Suho preguntó. Por un instante creyó que el estudiante había intentado saltar.

No había forma en que Lay lo supiera, pero sus ojos apuntaban directamente a los ojos de Suho, quien se sintió atravesado por la mirada del otro, bueno, aunque técnicamente así era. 

—Estás pesado —el invisible se quejó luego de unos segundos.

Cuando Lay intentó ponerse de pie, accidentalmente apoyó su mano con mucha fuerza sobre el estómago de Suho y este se retorció por el dolor, logrando que Lay cayera sentado sobre su regazo.

El silencio los consumió por unos pocos y eternos segundos. Suho observó los ojos de Lay, luego su mirada se concentró en sus labios. Suspiró y aunque lo intentó no pudo evitar que su cuerpo respondiera al contacto.

El estudiante debió haber notado el problema del científico porque su rostro empezó a tornarse rojo.

—Levántate —el invisible pidió en un murmullo.

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