Agate

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Seis meses habían pasado en tan solo abrir y cerrar los ojos. Era extraño como el tiempo podía pasar terriblemente lento o extremadamente rápido sin que uno se diese cuenta.

En comparación a Drei-Wände, Paradis era un reino al menos la mitad de pequeño y desarrollado. Sus habitantes eran de rasgos orientales, con pieles obscuras, con cabellos y ojos negros, de actitudes modestas y que se mantenían muy fieles a sus tradiciones sin importar que los tiempos estuviesen cambiando; al punto en que, aun cuando habían trenes a vapor que alcanzaban la mayor parte del terreno y se sabía que en la capital las personas tenían carruajes lujosos, en el resto del reino la mayor parte de las personas se movilizaban a caballo, carretas o un nuevo invento que estaba comenzando a volverse moda: Una bicicleta con un pequeño motor incorporado y que se movía mucho más rápido que una bicicleta normal, sin pedalear.

Justo en ese momento, una de esas extrañas e innovadoras máquinas pasó frente a tus ojos mientras esperabas pacientemente por la llegada de la persona con la que te habías citado esa tarde, sentada en una pequeña parada techada al borde de la carretera de tierra que se encontraba a las afueras del pequeño pueblo de Vaisran, al sur de Paradis.

Aunque en aquel reino el idioma oficial era totalmente distinto al tuyo o a alguno de los tres que se hablaban en Los Tres Grandes Reinos, una mayoría de la población sabía hablar sinsh gracias a una reforma que el Rey Nile Dawk había impuesto cuando había hecho un tratado de amistad con Levi durante sus primeros años de mandato.

Aun así, tanto tú como aquellos que habían huido contigo lejos de Drei-Wände, se habían visto en la necesidad de aprender sancridi lo más rápido que pudieron. Nadie tenía por seguro cuánto tiempo iban a tener que permanecer ocultos en ese lejano y pacífico reino antes de tener que enfrentarse de nuevo contra sus enemigos —o hasta que ellos lograsen encontrarlos— así que sería mejor asegurarse de parecer lo más nativos del lugar cuanto se les fuese posible.

—¡Oh, chikitsak!

Reconocías ya esa palabra bastante bien. Por eso, giraste la cabeza y te pusiste de pie para esperar a que el pequeño niño de diez años y el anciano de setenta se acercasen a ti, inclinando la cabeza respetuosamente para ambos y juntando tus manos frente a tu rostro para saludarlos.

Namaste, shree Agni, Krupat.

—Hoy también luce radiante... Es la primera vez en mis muchos años que veo a una extranjera que luzca tan bien en nuestra ropa.

Le sonreíste al amable anciano mientras terminabas jugueteando con la tela del uttariya verde que estabas utilizando ese día. En verdad los sari, como llamaban a los vestidos tradicionales de Paradis, eran prendas muy cómodas y a las que habías terminado agarrándole gusto durante los últimos seis meses en los que habías tenido que despedirte de los caros vestidos occidentales que se habían confeccionado para ti durante tu luna de miel.

Aunque realmente no te estabas quejando. Las personas en ese reino en verdad eran amables y talentosas, capaces de enfrentarse a las adversidades con una sonrisa y de tender la mano a cualquiera que lo necesitase. Incluso los vecinos que vivían alrededor de la pequeña casita en donde ahora permanecías escondida habían sido lo suficientemente amables como para confeccionar ese hermoso sari verde que te habían regalado como bienvenida a aquel pequeño poblado.

Aquí está la medicina para los riñones de shree Agni, elixir de jade y ámbar. Debe tomarla tres veces al día, antes de comer, durante quince días.

Entregándole un pequeño frasco de vidrio con un líquido de color verdoso al jovencito que acompañaba al anciano, le diste claras indicaciones también de tener cuidado de no consumir demasiados lácteos y cuidar la ingesta de grasas y alcohol mientras estuviese consumiendo el remedio.

Beyond The BoundaryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora