III

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No había palabras para describir cómo se sentía Tony. Miserable, como una mierda, como un estúpido y, sobre todo, absolutamente culpable. Se sentía culpable por haber discutido con Steve, por haberle gritado que no volviera. Por el hecho de que Peter lo hubiera escuchado todo y ahora estuviera enojado con él. De haber golpeado a Peter, a su pequeñito que no tenía la culpa de nada.

Pero él había actuado por instinto o quién sabe qué cosa. No estaba acostumbrado a esas actitudes en su hijo, él generalmente era muy dócil y cuando se enojaba o entraba en modo rebelde, era Steve quien se hacía cargo. Tony era el que le hacía regalos a Peter y lo hacía reír, no el que lo regañaba ni lo ponía en cintura. Ser el blanco directo de los ataques del menor, lo había dejado en shock y sin saber cómo responder.

Lo peor era que Steve no estaba, y si no estaba no podía darle consejos para resolver la situación con su hijo. Siempre que se largada a una misión quedaba completamente incomunicado y Tony tenía que sufrir la espera, a sabiendas de que, así como Steve podía cruzar el umbral de la puerta en cualquier momento sano y salvo, también los vengadores se lo podían entregar en un ataúd.

¡Maldita sea la hora en que te fuiste, estúpido Steve!

Se sentó en la cama y se cubrió la cara con las manos. No quería volver a llorar, en serio que no quería hacerlo, pero le resultaba imposible. Últimamente sentía que el mundo se le vendría encima. Se sentía extraño y aun no lograba identificar el porqué. Ni siquiera había tenido ganas de ir a echarle una mano a Bruce en el laboratorio. Y para rematar sus patéticos días, la armaba en grande con sus dos seres más amados.

Finalmente se rindió a sus tribulaciones y dejó que sus lágrimas recorrieran su rostro con absoluta libertad, al fin y al cabo, no había nadie a quien aparentar que las cosas estaban en control cuando realmente no lo estaban. Se desahogó durante un tiempo indeterminado; el reloj parecía haberse detenido mientras él sacaba las penas de su cuerpo. Cuando se sintió un poco mejor, decidió que no podía echarse a morir. Peores cosas le habían sucedido como para que una simple pelea familiar fuera la causa de su derrumbe.

Cuando la noche llegó, Tony se preocupó. Peter no había vuelto en todo el día y si conocía bien a su hijo, seguramente no había ido a clases. Tampoco le contestaba el teléfono, le había preparado hamburguesas caseras, porque le encantaban, pero estas yacían frías, ya guardadas en la nevera. Una sonrisa se asomó en sus labios luego de un día con tantos pesares. Había aprendido a cocinar para que su pequeño Peter supiera lo que era una cena hogareña preparada por su papá, no como él, que creció comiendo la comida que preparaban los empleados, nunca preparada por las manos de su madre, o en restaurantes, en su defecto.

Se sentó en la sala de estar, frente al televisor sin encenderlo; simplemente a esperar alguna señal de su hijo. Sin darse cuenta se quedó dormido hasta que, en la lejanía, sintió su teléfono sonar. Se desperezó y siguió la musiquilla que no dejaba de escucharse. Lo había olvidado en la cocina.

Contestó la video llamada de Pepper, quien se veía bastante apurada mientras terminaba de ponerse un abrigo. El teléfono apoyado en algún lugar de su habitación.

"Mira Tony, no sé qué demonios hiciste, pero..."

"Buenas noches para ti también querida" la interrumpió sarcásticamente "Yo estoy muy bien, gracias por preguntar" Rodó los ojos, al parecer este era el día en que Tony era culpable de muchas cosas.

La rubia le devolvió la mirada apenada.

"Lo siento, cariño. Mi vuelo sale dentro de una hora y estoy retrasada."

"¿Viajas? ¿A dónde?" preguntó curioso. Pepper tomó el teléfono de donde estaba y comenzó a moverse por la habitación.

"Mi padre se ha roto el tobillo y mi madre está histérica, ya ves" se dieron una mirada de entendimiento.

RESILIENCEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora