3

173 25 9
                                    


Cuando la desesperanza se apoderaba de él, —y eso ocurría a diario— buscaba evadir el sueño. Aquél era un parche temporal que evitaba la violencia con la que las despiadadas pesadillas acudían a torturarle cada vez que sus párpados se atrevían a rozarse entre sí por más tiempo del prudente.

Era un hecho que aquella decisión no ofrecía mayor inconveniente en el metabolismo de los de su especie, pues ellos eran capaces de soportar, sin consecuencias sobre su salud, casi una semana entera sin probar descanso. No obstante, para sorpresa y preocupación de los que le conocían y querían, él hacía casi veinte días que no se daba tregua, luchando, día y noche, por conciliar la realidad con sus sentimientos, sin éxito.

Pese al estado famélico y cuasi hipnótico en el que se hallaba, el verdadero problema residía en que, a pesar de sus incesantes esfuerzos y profunda desesperación, no advertía signo alguno de sus restos y era aquello, precisamente, lo que le proporcionaba la insufrible tortura de ver un nuevo amanecer sin saber de ella.

Meses sin noticia alguna, sin el más ligero atisbo de luz. Atormentado por la perpetua claridad de la evidencia, siguió el rastro de las placas metálicas en un afán por descubrir, quizás, señales que hubiera pasado por alto, mas ni su cuerpo ni su armadura, salieron de aquella infinita montaña de escombros. Lo único que obtuvo de su persistente búsqueda, fueron unas rodillas y garras en carne viva, y un corazón imposible de reconstruir, casi tan fragmentado como los residuos de la estación que, una vez, fueron el último bastión de su reina.

Apenas le quedaba un fino hilo de energía y salud para hallarla, pero aquello tendría que bastar.

Jamás la abandonaría.

Pelotones enteros de seres, trabajaban día y noche para restaurar lo perdido pero ¿quién sería capaz de reconstruir lo que él perdió?

En las frías y silenciosas noches, su vívido recuerdo asaltaba violentamente su memoria, ensombreciendo la escasa voluntad de la que hacía uso para evitar las incontrolables oleadas de llanto.

Recordaba su hermoso rostro al dormir...

Había tomado por costumbre esperar a que ella cayese en un profundo sueño para observarla en calma, por primera vez en el día. Después, furtivamente pero sin temor, se aventuraba a acariciarla hasta que se saciaba de la dulce imagen de una Shepard sin cargas que portar, sin dolor que mitigar, una Shepard en paz con el mundo y ella misma; su Jane.

Posterior a aquel ritual secreto, más como castigo que como bendición, lograba, finalmente, conciliar el esquivo sueño. Temía que, al cerrar sus ojos, la realidad hallara la fuga en una ilusión y convirtiese aquello en una cruel visión que se desvanecería al nacer el nuevo día. Mas, al despertar, su querida Jane siempre se hallaba durmiendo plácidamente entre sus brazos, acurrucándose en su pecho, mientras él se deleitaba con el sonido de su pausada aunque continuada respiración, entreteniéndose contemplando la graciosa forma en la que sus delicadas pestañas temblaban con cada movimiento de sus hermosos ojos bajo aquellos finos y pálidos párpados.

Desde entonces, cada vez que le sobrevenía el temor a despertarse sin ella, se obligaba a recordar la certeza de que, al abrir de nuevo sus ojos, la hallaría allí nuevamente, esperando a que él decidiera romper su descanso con más de aquellas delicadas caricias que tanto disfrutaba obsequiando.

Pero ya no había certeza alguna en ello, salvo la trágica realidad del ahora.

Era desgarradora la forma en la que la echaba de menos, especialmente en esos pequeños detalles en los que la rutina parecía opacar todo lo demás. Mas son esos, precisamente, los momentos que más atesoraba.

Era costumbre que ella se despertase dedicándole una leve sonrisa, seguida, al instante, por tiernos besos y caricias que se convertían en acaloradas muestras de intenciones. Nunca desaprovechó la ocasión de hacerla sentir especial, amada, protegida.

—Siempre estaré para ti— le prometía cada día.

Y siempre estuvo... excepto en su último aliento.

Atroz agonía al recordar y comprender, finalmente, las innumerables veces que la había fallado. Promesas que otorgaron vanas esperanzas a quien amaba más que a su propia vida, pues ya jamás tendría la oportunidad de hacerlas cumplir. Había sido creador de sueños rotos antes de ser consciente de tal desventura.

Fue inevitable dejarse llevar por lo que sentían. Ambos habían sido un par de Ilusos en mitad de una guerra sin tregua, deseando cultivar esperanzas en tierra estéril, y ninguno de ellos había sido consciente de tal vano intento.

En los descansos entre misiones, se entretenían profundizando en cuestiones mundanas y en supuestos varios de un futuro que, quizá, se les permitiría compartir. Hablaron incluso de la probabilidad de tener descendencia, un par de híbridos pelirrojos que calibrasen armas como su padre. Recordaba su afectuosa sonrisa y esa sutil arruga que nacía en su perfectamente perfilada nariz cuando la observaba reflexionar sobre aquello. Especularon con que, quizás ella, al poseer tantas mejoras cibernéticas, pudiera concebir el fruto de ambos si aplicaban algo de insistencia en el asunto. Al fin y al cabo, si la habían devuelto a la vida ¿por qué no podía ser capaz de crear una nueva desde su origen?

Una punzada directa al pecho, logró ahogar un grito de dolor ante aquel recuerdo.

Odiaba que aquellos implantes no hubieran sido suficientes para salvarla esta vez. Odiaba que la Alianza no contemplase la opción como válida en caso de hallar su cuerpo, y detestaba la sensación de impotencia que crecía con cada nueva esperanza rota.

¿Cuándo se había convertido Shepard en su todo? Tampoco importaba ahora...

Era habitual preguntarse en qué momento la había dejado de ver como una simple comandante humana, para contemplarla como ese tesoro irremplazable del que se alimentarían sus sueños de por vida. Respirar dolía si no podía compartirse con ella.

Hería. Incluso ahora con la certeza de conocer su inexorable pérdida, no dejaba de doler el hecho de que, desde el primer instante en que sus caminos se cruzaron, su historia estaría predestinada al fracaso, a este final sin esperanza ni consuelo, a recorrer mundos sin una luz que perseguir, sin amor que obsequiar y recibir.

Ella es su alma gemela, y cuando los Espíritus otorgan tal ventura, dos se transforman en uno y ya no hay vuelta atrás.

Aunque a él le tocase vagar lo que le quedase de vida sin hallar consuelo alguno, y su búsqueda se tornase eterna, nada le detendría pues "No hay Shepard sin Vakarian", ni nunca lo habría.

No hay Shepard sin VakarianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora