4

142 22 8
                                    

La desesperación, entre otras cosas, le llevó a la fría estancia de una parcialmente restaurada clínica local.

Londres se había convertido en su obsesión. No había rincón que no hubiera removido para encontrarla.

En una de esas noches, en las que el sueño abandonaba bruscamente su mente para dejar paso a la desquiciante locura, se aventuró a recorrer, como un ente espectral, las derruidas calles de la otrora hermosa ciudad. Sabía que era imposible que el cadáver de Shepard hubiera llegado hasta aquellos recovecos pero...

Y si...

Y... si...

Una idea germinó en su escasa cordura, mas no tuvo tiempo de reaccionar.

Días después, despertó en una desconocida cama llena de tubos y molestos zumbidos. El punzante dolor en su cráneo, le indicaba que moverse no había sido buena idea. Unos humanos de rostro cansado y gris, le explicaron lo sucedido con más tedio que preocupación.

Nada grave, decían, pero 'tenían que hacer más pruebas'. Al parecer, el desprendimiento de un enorme bloque de concreto fue el culpable de su estado actual, y su debilidad, el causante principal de que no se recuperara en el tiempo estimado.

Los médicos lo desaconsejaron pero su fama ayudó con el resto; no podía dilatar su búsqueda, no si ella continuaba allí afuera.

Aún aturdido, débil y herido, recorrió el hospital, observando lo maltrecho que había quedado todo aparato y máquina médica. Pacientes y moribundos por igual, se hacinaban en torno a un cableado escaso y casi primitivo.

Desde aquel agridulce día, toda IA y tecnología había dejado de funcionar con eficiencia, ocasionando graves daños colaterales que, como era de esperar, alimentaban las bajas por segundos. Sea lo que fuere que el Crisol hubiera liberado afectando el sustento de la evolución galáctica, seguía ralentizando la recuperación.

Su visor, ese que muchas veces Jane usó sin su permiso para gastarle alguna inocente broma, había perdido fiabilidad en sus lecturas y no podía hacer uso de ello como solía. Tuvo que prescindir de él cuando todo se vino abajo. El sutil color azul de sus gráficos se distorsionó cuando la onda expansiva anuló la actividad segadora, inutilizando su funcionamiento en el acto, confirmando así el fin de la guerra y el inminente inicio de su angustiosa peregrinación.

Quizá, si aquella energía no hubiera perjudicado su visor, los restos de Shepard estarían ya descansando eternamente bajo la suave tierra que la vio nacer, con hermosas amapolas del mismo color de su cabello coronando su sepulcro, y recordando a la galaxia entera que ella fue real y que, como salvadora, obsequió su vida para darles una segunda oportunidad; una que él se negaba a agotar hasta que la evidencia de su sacrificio no dejara margen a ninguna duda.

Lo infructuoso de su búsqueda, alimentaba la voracidad de su propia locura y él era consciente de la fina línea que estaba a punto de sobrepasar. La tripulación de la Normandía, pese a que había sido de gran apoyo, debía continuar con su vida y él no podía reprocharles tal actitud.

Se encontraba solo, más solo que nunca antes pues, aunque poseía ciertos recursos, nadie parecía poder permitirse el lujo de invertir tiempo en la búsqueda de un cadáver sin más necesidades que el de sepultura, cuando las personas morían con la misma virulencia con la que una desconocida plaga asola una civilización. Tal era la repercusión de acabar con la vida sintética, un castigo por jugar a ser dioses en un universo regido por leyes más simples que los sentimientos.

Comprendió entonces que, si deseaba obtener resultados reales, necesitaba el apoyo de muchas más almas dispuestas a ofrecer una pizca de su tiempo y energías para hallarla.

No hay Shepard sin VakarianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora