Epílogo

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La cálida brisa veraniega acariciaba mi rostro con suavidad, evocando el roce de a quien tanto amé.

-Jane... -susurré al viento y al ocaso, recordando el brillo de aquella mirada de profunda luz esmeralda.

Un siglo se hizo eterno, vasto, más inmenso sin ella.

Aún quemaban sus besos, su aroma, su risa... aún hería presenciar el amanecer en su ausencia.

Te fuiste, llevándote contigo todo; mi apellido, mi alma... mi vida.

Pasos tímidos me extraen lentamente de la acostumbrada melancolía.

-Papá, ¿qué haces aquí afuera? Te estamos esperando...

Alcé mi mirada y ese rostro salpicado de sutiles pecas me recibieron con la misma inocencia y dulzura de antaño.

-Dame un momento, cielo. Enseguida os acompaño.

Su marchitada faz había abandonado la lozanía, permitiendo el reflejo de huellas dueñas de la experiencia de una larga y buena vida; una vida que Jane cedió a cambio de abrazar un justo y eterno descanso.

Me sonrió y posó sus delicados dedos humanos sobre mi hombro, antes de partir con los suyos; con los míos...

Con sólo observarla, sentirla cerca de mí, opacaba la nostalgia de aquella irremplazable pérdida, mas con su partida, el recuerdo volvía violento sobre mí, como el fiero animal que acorrala a su herida presa.

Jamás me rendí, ni siquiera cuando la contundencia de la cruel evidencia me mostró mi mayor temor.

Rasgué la tierra hasta hallarla, sus restos envueltos en el delicado lino de las sábanas que una vez albergaron su cuerpo aún con vida.

Rompí en llanto, desgarré mi alma y mi corazón bajo la lluvia de un inclemente invierno londinense y me ahogué con el dolor de saberla lejana, inalcanzable... aguardándome en aquel sombrío y solitario bar...

Me derrumbé sobre su cuerpo, gritando su nombre, suplicando un perdón que jamás llegó ni llegaría, pues ella jamás alzaría su rostro de nuevo para permitirme contemplarla una vez más con aquella sonrisa de infinito e inexplicable significado.

Te equivocaste, te equivocaste...

«No hay Vakarian sin Shepard» reclamé, mientras rozaba suavemente su apenas reconocible rostro.

Me abandoné sin medida. Mi mundo se redujo a aquel eterno instante donde mi corazón dejó de latir después de hallarse desbocado y agónico, suplicando una última oportunidad al destino de devolverme la razón de mi existir.

Aquel espacio de tierra estuvo tentado a ser mi tumba, hasta que la luz de una dulce voz me extrajo de la oscuridad, días después.

Diminutos y cálidos dedos acariciaban mi mandíbula con curiosidad y timidez.

-¿Es a ti a quien espera? -dijo, curvando sus pequeños labios humanos en una hermosa y tímida sonrisa infantil.

Respondí con las lágrimas que pesaban más que el aire a asimilar; no era capaz de hallar mi voz, ni de sentir los latidos de mi débil corazón.

-Quédate un poco más. -suplicó dulcemente, mientras dejaba descansar su mejilla sobre mi agitado pecho.

Me perdí en su tierna e inocente mirada esmeralda por un tiempo; un espacio temporal que creí horas, cuando tan sólo fue un breve y tímido suspiro, hasta que la evidencia me deslumbró, como los primeros rayos de sol descubren los intrincados ángulos de las prominentes cumbres en Palaven.

En aquel delicado rostro infantil comprendí la razón detrás de todo.

Ese diminuto rostro pecoso, de expresiva e inocente mirada, era la razón y el destino último que Shepard dejaba en herencia.

Un sacrificio que nos convirtió en familia y un recuerdo convertido en cicatriz, sería el alimento de mi vida desde entonces.

Sonreí al recordarla, tan niña y temerosa, tan sola.

Abracé su suerte y la convertí en mi propósito, honrando la memoria de quien dedicó su último aliento a mostrar que el amor, así como todo lo importante, se halla en esos pequeños pero significativos gestos que llegan a ser capaces de salvar galaxias y almas enteras.

Shepard cumplió su promesa. De un modo u otro, jamás me abandonó. Ni siquiera los pensamientos de más de un siglo de existencia, apartaron su recuerdo.

Incluso ausente, ella continuaba enseñándome que una vida dedicada a los demás, es la única existencia que merece ser vivida.

Es por ello que, sea donde fuere que aquel bar se hallase, mi partida tendría que esperar un ratito más.

-Adiós, Jane... Hasta que volvamos a vernos. -miré al horizonte, hacia la cúspide de la colina donde sus cenizas reposaban imperturbables, y cerré los ojos, sintiendo el tibio beso del calor del atardecer sobre mi marcado y anciano rostro.

Y es que "No hay Shepard sin Vakarian"... excepto cuando una inocente alma roza inesperadamente tu corazón y te honra con un 'Padre' por nombre.

Entonces, y sólo entonces, se continúa incansable hasta el final.

Mientras, ella aguarda allí arriba, paciente, perfecta, convertida en ese ángel de eterno e impertérrito fulgor escarlata, hasta que, por fin, ambos volvamos a ser uno, completos, como antes, como siempre... como nunca.

«Justo detrás de ti, Shepard... Como en los viejos tiempos»

No hay Shepard sin VakarianDonde viven las historias. Descúbrelo ahora