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Macario era leñador en aquel pueblecito. Padre de once hijos andrajosos y hambrientos, no deseaba riquezas, ni cambiar por una casa bien construida el jacal que habitaba con su familia. Tenia, eso si, desde hace veinte años, una sola ilusión. Y esta gran ilusión era la de poderse comer a solas, gozando de la paz en las profundidades del bosque sin ser visto por nadie y sin ser visto por sus hijos hambrientos, un pavo asado entero.
Nunca logro llenar su estomago hasta satisfacerse. Por el contrario , siempre se sentía próximo a morir de hambre. Pese a lo cual, todos los días del ano, sin descontar los domingos y días festivos, tenia que dejar su hogar antes de que amaneciera para ir al bosque, del que regresa al anochecer con una carga de leña a la espalda. Aquella carga, que representaba todo un día de trabajo, la vendía por dos reales... y aveces por menos.
Solo durante un tiempo de aguas, cuando prácticamente no tenia competencia, y mejor y mejor en los días señalados, como por ejemplo el día de los Fieles Difuntos, en que la demanda era mayor por parte de los fabricantes de velas y de los panaderos, que orneaba toda clase de panes de muerto y calaveras de azúcar, llegaba a conseguir hasta tres reales por su carga de leña.
Tres reales constituían una fortuna para su esposa, conocida en el pueblo como "La Mujer de los Ojos Tristes". Ella, de modo mas marcado que su marido, producía la impresión de que se iba a desvanecer de hambre.
Cuando Macario llegaba a su hogar, al anochecer, tiraba la carga,con un suspiro revelador de su agotamiento. Tambaleándose, tropezando, llegaba hasta el interior de la choza, y sin hacer ruido se dejaba caer sobre una sillita primitiva que uno de los niños acercaba rápidamente a la mesa, igualmente tosca, sobre la que Macario extendía ambos brazos exclamando:
-¡Ay, mujer, que cansado estoy y cuanta hambre tengo! ¿Que hay de comer?
Su mujer contestaba:
-Frijoles negros, chile verde, tortillas, sal y té de limón.
La cena era siempre la misma, sin variación alguna.
El conocía la respuesta de su mujer desde mucho antes de llegar a su casa y hacia la pregunta simple por decir algo y para que sus hijos no lo consideraran como a una simple bestia de carga. Cuando aparecía la comida, servida en jarros y cazuelas de barro, él ya se había quedado profundamente dormido, por lo que su mujer tenia que despertarlo diciéndole:
-Macario, la comida está en la mesa.
-Demos gracias a Dios por la mercedes que nos dispensa entre nosotros, pobres pecadores-musitaba el-, e inmediatamente empezaba a comer.
No había tomado los primeros bocados cuando se percataba de que todos sus hijos le vigilaban con la esperanza de que no comiera mucho y dejara algo para ellos pudieran repetir, ya que su ración era insuficiente.
Entonces dejaba comer y se concretaba a beber el té de limón. En cuanto vaciaba el jarro, murmuraba con voz plañidera:

-Oh, Señor, si por lo menos una vez en mi pobre vida pudiera comer entero un guajolote asado, moriría feliz y descansaría en paz hasta el Juicio Final.
A menudo no decía tanto y conformaba con murmurar:
-¡Oh, Señor; concédeme, aunque sea una sola vez, todo un pavo entero para mi solo!

Tantas veces habían escuchado sus hijos aquel lamento que ya no le presentaban atención, considerando como una forma de dar las gracias después de la cena. Sabían que las mismas posibilidades de que su padre gozara de un pavo asado eran de las que existían de que poseyeran mil pesos de oro, aun cuando hubiera rogado toa su vida por ellos.
Su mujer, la compañera mas fiel y abnegada que un hombre pudiera desear, sabiendo que su esposo no comía tranquilo y suficientemente mientras sus hijos lo vigilaran con ojos hambrientos, deseando asta el ultimo de sus frijoles. Esto la apesadumbraba, pues tenia buenas razones para considerarle un buen marido, con cualidades que ni siquiera podría soñar que encontraría otro.
Macario nunca le pegaba a su mujer. Trabajaba tanto como un hombre les es posible hacerlo, y solamente los sábados en la noche solía reservarse de dos centavos para beberse un traguito de mezcal que ella misma compraba en la tienda, porque sabia que obtendría el doble de la cantidad que a el le darían por el mismo precio en la cantina del pueblo.
Percatándose del excelente esposo que tenia, de lo mucho que trabajaba para mantener a su familia y de lo mucho que amaba a sus hijos, la mujer empezó a ahorrar hasta el ultimo centavo de los pocos que ganaba lavando ropa y desempeñando trabajos pesados para otras mujeres del pueblo, que gozaban de mayores posibilidades que ella.
Después de ahorrar sus centavitos durante tres largos anos, que le parecieron una eternidad, pudo hacerse del pavo mas gordo que entro en la plaza. Reventando de gozo y satisfacción lo llevo a su casa cuando los niños estaban ausentes y lo escondió de forma tal que nadie pudiera descubrirlo. No dijo ni una palabra cuando llego su marido rendido, agotado, y como siempre rogando al cielo su pavo asado.

Aquella noche hizo que los niños se acostaran temprano. No temía que su marido se diera cuenta de lo que ella preparaba, por que el hombre se quedaría como siempre profundamente dormido en la mesa, de donde se levantaría como sonámbulo para dejarse caer, privado sobre el sentido, sobre el catre.
Si en alguna ocasión una cocinera preparo un pavo para una buena comida poniendo en ello todo su amor, toda su habilidad, así como todos sus buenos deseos, fue en aquella. La mujer trabajo con devoción durante toda la noche a fin de que el pavo estuviera listo antes del amanecer.
Macario se levanto para iniciar su trabajo diario y se sentó a la mesa para tomar su pobre desayuno. Nunca se ocupaba de dar los buenos días, ni tenia la costumbre ni de que su mujer se lo diera. Si algo faltaba en la mesa o si no hallaba el machete y las cuerdas que necesitaba para el trabajo, murmuraba alguna palabra sin abrir apenas la boca. Como sus exigencias eran escasas, a pesar de que se expresaba con palabras muy limitadas, las absolutamente necesarias, su mujer le comprendía perfectamente sin incurrir jamas ni en la mas leve equivocación.
-Hoy es tu santo, esposo querido. Felicidades. Toma aquí tienes el pavo asado que durante tantos años has deseado y por el que tanto has rogado. Llevártelo a lo mas profundo de la selva para que nadie te moleste y puedas comértelo solo. Ahora, date prisa antes de que los niños lo vayan a oler y se enteren de que lo tienes, porque entonces no podrías dejar de compartirlo con ellos. Anda, corre.
El la miró largamente con sus ojos cansados.

"Por favor" y "Gracias" eran términos que jamas empleaba. En cuanto la idea de ceder un despacito de pavo a su mujer, no tuvo cabida en su cerebro, por que su mente, acostumbrada a albergar no mas de un pensamiento cada vez, estaba ocupada en aquel momento en el que su esposa le había sugerido de correr con su pavo antes de que los niños lo descubrieran.

MacarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora