VIII

595 9 2
                                    

El convidado miró a su anfitrión con sorpresa retratada en la profundas cuencas abandonadas por los ojos, sonrió y estallo después en una carcajada cordial, haciendo un ruido semejante al producido por los golpe de un bastón sobe un barril.
-Por el gran Júpiter, compadre, ¡qué listo eres! No recuerdo haber encontrado otro más lito desde hace un largo tiempo y que supiera esquivar tan hábilmente su ultima hora. ¡Ni siquiera me tuviste miedo! Realmente mereces que yo te selecciones para prestarme cierto servicio, un servicio que hará mi existencia solitaria meno aburrida de vez en cuando. Habrá de saber, compadre, que alguna vez gusto de jugar bromas a los hombres. Bromas que no hieren a nadie y que me divierten haciendo que mi trabajo sea menos monótono, ¿comprendes?
-Creo que sí.
-¿Sabes lo que voy a hacer para compensarte justamente por la comida que me ha ofrecido tan generosamente?
-¿Cómo, compadre? Oh, por favor, señor, no me haga su ayudante. No haga eso, por favor. Cualquier otra cosa que desee usted, bien; pero que no sea ayudarlo.
-Yo no necesito ayudantes y nunca los tuve. No, se trata de algo bien distinto. Te convertiré en un doctor, en un gran doctor capaz de eclipsar a todos médicos y cirujanos sabihondos que tan a menudo me hacen desagradables jugarretas con la idea de ridiculizarme. Eso es lo que voy a hacer, a convertirte en un doctor. Y te prometo que te recompensare tu pavo un millón de veces.
Al terminar de hablar se levantó, caminó unos veinte metros, miró al suelo, seco y arenoso por aquella época del año, y dijo:
-Compadre, trae acá tu guaje; sí, esa botella que tienes y que parece hecha de una rara calabaza, pero antes tira el agua que hay en ella.
Macario obedeció y se aproximó adonde el visitante lo esperaba. Este dio unos siete golpes con el pie sobre la tierra y se mantuvo quieto durante algunos minutos, al cabe de los cuales brotó de la tierra seca y arenosa un chorro de agua cristalina.
-Dame tu guaje- ordenó el forastero. Se acercó al chorro de agua y llenó el recipiente de Macario, operación para la que se necesitó algún tiempo, porque el gollete del guaje era muy estrecho.
Cuando estuvo lleno, el visitante se arrodilló, y golpeó la tierra con una mano e hizo desaparecer el agua. Después dijo:
-Volvamos al sitio donde comimos, compadre.
Una vez más se sentaron juntos en el suelo.
El forastero tendió a Macario el guaje.
-Este líquido, Macario, hará de ti el médico más notable del siglo. Una sola gota bastará para cualquier enfermedad me refiero a aquellas consideradas como incurables, como fatales. Pero entiende y entiéndelo bien, compadre; una vez que se haya agotado la última gota, no podrás obtener ni una más, por lo que el poder curativo que tienes habrá terminado para siempre.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Nov 11, 2018 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

MacarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora