VII

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Sin duda el huésped de Macario gustó del pavo, pues tuvo un sinfín de alabanzas para la buena mujer que lo había cocina tan bien.
De vez en cuando quedaba como fascinado por el encanto de aquella excelente comida y trataba de humedecerse los labios ausentes con una lengua que no tenía.
Macario, sin embargo, sabía interpretar aquel gesto y entendía por él que su acompañante estaba satisfecho y se sentía contento a su manera.
-Antes que yo llegara tuviste otros dos visitantes ¿verdad?- le preguntó en el curso de su conversación.
-Cierto. ¿Cómo lo sabe usted, compadre?
-Yo tengo que saber todo lo que ocurre en el mundo. Porque has de saber, Macario, que en cierta forma, yo soy el jefe de la Policía secreta de... de... bueno, tu sabes a que me refiero, porque el caso es que no me está permitido mencionar el nombre. ¿Reconociste a esos dos visitantes? 
-Desde luego, o ¿cree usted acaso que soy un hereje? 
Su huésped continuó:
-El primero era es que tantas dificultades nos causa, el Demonio.

-Ya lo sabía- dijo Macario convencido-. Ese tipo puede presentárseme bajo cualquier disfraz, el que guste, que de todos modos lo conozco. En esta ocasión trató de engañarme, presentándose vestido como un charro, pero cometió algunos errores en su disfraz, como pasa a todos los que no son auténticos, por eso no me fue difícil descubrir que era una falso charro, un impostor.
-¿Por qué, entonces, sabiendo quien era no le diste un pedacito de tu pavo? Tu sabes que el puede causarte muchos daños.
- A mí no, compadre, o conozco bien sus mañas y lo que el quería era atraparme. ¿Por que había yo de darle mi pavo? Claramente se veía que era rico, pues ostentaba tanto dinero, que hasta lo lleva cocido en los pantalones por fuera. Así, pues, si hubiera querido, habría podido comprar no un pavo, si no media docena de pavos asados y dos puercos al horno en la primera tienda del camino. Por eso no le hacía falta ni una pierna ni un solo alón de mi pavo.
-El segundo visitante era... bien, tu sabes a quien me refiero. ¿Lo conociste, verdad?
-Desde luego, ¿acaso no so cristiano? Lo habría reconocido en cualquier parte. Sentí mucho tener que negarle un pedacito, porque fácilmente se veía mucha hambre y necesitaba con urgencia algún alimento. Pero ¿quien soy, pobre pecador, para honrarme dando a Nuestro Señor un trocito de mi pavo asado? Su padre posee el mundo y es dueño de todas las aves, porque el lo hace todo, y puede dar a su hijo cuantos pavos desee. Además, Nuestro Señor, capaz de alimentar con dos peces y cinco piezas de pan a cinco mil personas hambrientas, en una sola tarde, satisfaciendo su hambre y quedándole además una docena de sacos llenos de migas y sobras, bien puede con una delicada hojita de pasto alimentarse si realmente tiene hambre. Por ello habría yo considerado un gran pecado darle una pierna de mi pavo. Además, el que puede con una sola palabra cambiar en vino el agua, puede asimismo hacer que esa hormiguita, que corre por allí llevando a cuentas una miga, se convierta en pavo asado con todo el relleno y los aderezos necesarios. ¿Quién soy yo, pobre leñador con once hijos que alimentar, para humillar a Nuestro Señor, haciéndole aceptar de mis manos de pecador una pierna de mi pavo asado? Yo soy un hijo fiel de la Iglesia, y como tal tengo que respetar el poder de Nuestro Señor.
-Vaya filosofía, compadre- dijo el desconocido-. Puedo asegurarte que tienes una mente sana y que tu cerebro funciona perfectamente en lo que se relaciona con la protección de lo que es tuyo.
-Nunca me había dicho eso nadie, compadre- dijo Macario.
-Lo único que me intriga ahora es tu actitud hacia mi- dijo el visitante, limpiado el hueso de un alón con sus recios dientes-. Lo que quiero decir es que... bueno, ¿por qué me diste la mitad de tu pavo cuando solamente uno minutos antes habías negado un alón al Diablo y a Nuestro Señor.
-¡Ah!- exclamó Macario, subrayando con un ademan su exclamación-, eso es diferente. La cosa con usted es distinta por una razón: yo soy humano y sé lo que es el hambre y lo que es sentirse morir de necesidad. Además yo nunca he sabido que usted tenga poder para crear o transformar alguna cosa. Usted no es más que un servidor obediente del Supremo Juez. Tampoco tiene usted dinero para comprar algo, porque ni siquiera tiene bolsillos en su traje o lleva algún morral consigo. Es cierto que he tenido un mal corazon de negar a mi mujer un bocado de pavo que ella preparó para mi con todo su amor. Tuve el  mal corazon de hacerlo porque siendo delgada como es, no se ve ni en una pequeñísima parte tan hambrienta como usted. Tuve voluntad suficiente para no darles a mis pobrecitos hijos, siempre deseosos de comer, algunos bocado de mi pavo, porque a pesar de lo hambrientos que están, ninguno esta ni en una pequeñísima parte tan hambriento como usted.
-Vamos, compadre, vamos- dijo el huésped, haciendo visibles esfuerzos por sonreír con lo labios que no poseía-. No le des tantas vueltas al asunto. Eres en verdad muy ingenioso. Pero dime la verdad, no tema lastimarme. Tú dijiste, cuando empezaste a hablar, que atendido a una razón me habías convivido. ahora dime ¿cual es la otra?

-Bien, compadre-contestó Macario-. En cuanto le vi comprendí que no me quedaba tiempo de comer ni una sola pierna  que tendría que abandonar el pavo entero. Cuando usted se aparece ya no da tiempo de nada. Así, pues, pensé: "Mientra él coma, comeré yo", y por eso partí el pavo en dos.

MacarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora