III

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Cuando intentaba hacer esto, se percato de la presencia de dos pies humanos posados escasamente a dos metros de él.
Recorrió con la vista los pantalones negros y ajustados que cubrían unas botas cortas de montar hasta el tobillo y encontró para su sorpresa que pertenecían a un charro que observaba la operación  que practicaba al pavo. El charro se tocaba con un sobrero de enormes alas, ricamente bordado de oro, y vestía una chaquetilla de cuero con hermosa botonadura del mismo metal y bordada de plata y sedas multicolores. El pantalón lucia botones de oro en los costados de ambas piernas y sobre las botas relucían dos preciosas espuelas de plata maciza. Al más leve movimiento hecho por el charro mientras se dirigía a Macario, las botonaduras chocaban y producían un alegre sonido. El charro tenia un gran bigote negro y una barba como de chivo. Sus ojos, como dos incisiones, eran negros y penetrantes como agujas. 
Cuando Macario miro a la cara del extraño, este sonrió maliciosamente con sus labios delgados. Sin duda el charro consideraba que su sonrisa era hechicera y que no habría hombre o mujer que se le resistiera. 
  -¿Que dices, amigo, de darle un buen bocado de tu pavo a este jinete cansado?-pregunto con voz metálica- Mira he cabalgado toda la noche y me estoy muriendo de hambre. ¿Que tal si me das un pedazo de tu almuerzo?
 -En primer lugar, este no es mi almuerzo- corrió Macario, agarrando el pavo como si temiera que se echara a volar-. Y en segundo lugar, a esta comida solemne yo no invito a nadie, sin distinción alguna. ¿Me entiende?
-Te doy mis hermosas espuelas de pura plata a cambio de esa solemne pierna que ibas a arrancar-propuso el charro humedeciéndose los labios.
-Las espuelas no me sirven para nada, aunque sean de hierro, acero, plata u oro incrustado de diamantes, porque no tengo caballos para montar.-Macario apreciaba bien su pavo asado.
-Bien, entonces arrancaré una pieza de la botonadura de oro de mi pantalón y te lo daré a cambio de la pechuga de tu pavo. ¿Qué dices?
-Esa moneda de oro no me favorecerá en nada. Si alguien me ve con una sola de esas monedas de su botonadura, me meterían en la cárcel y me torturarían hasta que les diga donde la robé, y después me cortaran una mano por ladrón. ¿Y que haré yo, leñador, con una mano menos, cuando de echo podría usar cuatro si el leñador si el Señor hubiera sido tan bondadoso de concedérmelas?
Macario, despreciando la insistencia del charro, dio un tirón de la pierna del pavo para empezar a comer, cuando el visitante le interrumpió diciendo:
-Mira, amigo, estos bosques me pertenecen, éstos y todos los de la comarca. Pues bien, estoy dispuesto a dártelos a cambio de aun alón de tu pavo y un puñado de su relleno. Todos mis bosques solamente por eso.
-Miente, usted forastero. Estos bosques no son suyos, pertenecen al Señor, pues de otro modo yo no podría cortar leña y proveer de combustible a los habitantes del pueblo. Y si fueran de usted y me los regalara o me los diera a cambio de un pedazo de mi pavo, eso no remediaría mi situación,por que tendría que seguir trabajando como lo he echo toda la vida.
El charro insistió:
-Escuchame, buen amigo...
-Oiga interrumpió Macario con impaciencia, ni usted es amigo mio ni yo lo soy de usted ni lo seré mientas viva. Entiéndalo bien. Y ahora vuélvase al infierno, de donde vino, y déjeme gozar de esta comida solemne.
El charro hizo una mueca horrible, juró soezmente y maldiciendo al mundo y a la raza humana, y se fue.
Macario le siguió con la vista hasta que desapareció. Moviendo la cabeza, murmuró:
-¿Quien creyera que por estos bosques pueden andar tipos tan chistosos? En fin, hay que convencerse de que al crear este mundo, el Señor necesitó a toda clase de gente.  

MacarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora