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         Alex nunca había sido amiguera, siempre su circulo de amistades se reducía a un máximo de cinco personas. Durante la primaria, se había hecho amiga de Sofía; una niña extrovertida que hablaba hasta por los poros. No había tema en la tierra del que no tuviese alguna opinión, aunque Lizzie con el tiempo se dio cuenta que la mayoría de ocasiones hablaba por hablar, inventándose historias poco creíbles. Las que a pesar de no ser humanamente posibles, muchos le creían, ella apostaba a que era la manera jovial que tenía de relatarlas; como si de verdad le hubiesen pasado.

A veces, deseaba ser como ella. Estar rodeada de personas, atentas a tus movimientos y palabras, pero más que nada quería ser escuchada. Y no fue hasta que se mudó a la capital que sintió que tenía una voz y una historia que contar.

Todo comenzó con un cuaderno vacío y una curiosa niña sentada en la silla continua a la de ella. Elizabeth tenía una habilidad con las palabras, quizás era un desastre al momento de contar una anécdota en una reunión, pero al momento de escribir, su pluma volaba con coherencia nata. En un abrir y cerrar de ojos, todo el curso había ojeado por lo menos una vez su cuaderno, disfrutando de lo que escribía, pidiendo constantemente una continuación, una actualización. La demanda fue tanta que sus nuevas amigas la forzaron a abrir una cuenta en Wattpad.

Wattpad se transformó en su salvavidas, en su pequeña monarquía donde ella podía hacer y deshacer. Donde podía sentirse poderosa e intocable, y exactamente así era como necesitaba sentirse, por lo que el resto del verano se dedicó a esconderse en su confiable refugio ignorando su situación y sus problemas.

Pero septiembre llegó más rápido de lo esperado y junto con él el inicio de clases. Roberto ya le había comprado un nuevo uniforme, Elizabeth se había topado con él la misma noche en la que empezó a organizar su armario, la falda le quedaba un poco atrincada pero nada que un par de semanas sin carbohidratos no pudiesen solucionar. La relación entre ambos, por otra parte, había evolucionado de incómodos saludos a casuales meriendas cada tres días, cuando Roberto no tenía turno de trabajo.

—¿Has revisado tus nuevas materias?— preguntó iniciando la conversación.

Elizabeth dejó de jugar con los granos de arroz que no planeaba comerse y trató de recordar algo sobre el tema. Discretamente buscó el volante por la mesa, sabía que estaba ahí porque nunca la había tocado desde que su padre lo había dejado sobre la mesa para que ella la tomase. Una vez que lo encontró intentó leer rápidamente.

— Umm. Pues, estoy emocionada por las clases de Escritura Creativa— y sorpresivamente no mentía.

Roberto sabía que lo acababa de leer, pero le siguió el juego y continuó con la conversación.

—Seguro. Recuerdo que cuando eras pequeña y aunque aún no sabías escribir, te sentabas junto al escritorio de tu mamá y decías que estabas escribiendo un libro como ella— recordó en voz alta sonriendo, quizás melancólico, Lizzie no supo identificar.

Ella sabía que su papá seguía enamorado de su madre, aunque su acciones hubiesen apuntado a otra dirección, era algo que se notaba en la manera que hablaba de ella, y como sus ojos a pesar de la edad se las ingeniaban para brillar igual que los de un niño enamorado. Quiso preguntar el porqué de muchas cosas pero prefirió callar, no era el momento, aunque ¿cuándo lo sería?

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El pedazo de papel de bordes rosados pasó a segundo plano cuando la voz de Patricia anunció la cena. Y de ahí hizo un largo viaje hasta el libro de literatura, había pasado por varios bolsillos de jeans, dos camisetas y el tacho de la basura, luego dos jeans más y finalmente su velador, donde no esperó mucho para quedarse aplastado entre gruesas y pesadas páginas.

La curiosidad le picaba, pero cada vez que iba a desdoblarlo, algo pasaba y su mensaje continuaba oculto. Aunque siendo honestos no le prestó mucha importancia, de seguro era una carta vieja de alguna admiradora, quizás incluso de la chica pintada en los dibujos pegados al techo.

Las clases habían comenzado y los murmullos y rumores se servían como pan caliente, y su vecina parecía ser la orden especial del día. Todos hablaban del incidente en el centro comercial, algunos alegaban que le había dado un ataque epiléptico, otras hasta mencionaron a la ambulancia.

Ethan no emitió comentario algo, no alentó pero tampoco desmintió los rumores. Si el tema era mencionado solo sonreía y desviaba la conversación. Aunque ese no era el único rumor que corría sobre ella; se había cambiado el nombre.

"Alex, ahora se hace llamar Alex. Ridícula" pensó, pero una vez más no aportó nada a la conversación.

A pesar de ambos estar en último año, fue hasta el miércoles, que verdaderamente la vio. Él pertenecía al grupo A, mientras que Liz al grupo C, y él único momento en el que compartían salón era para la clase de Escritura Creativa, la cuál era dictada por una chica de no más de veinte años cuyo horario no daba para cubrir los cuatro cursos, así que unificaron las clases. Esas eran las desventajas de un pueblo pequeño, a veces solo había una persona capacitada para el trabajo.

No se sentaron juntos, ni siquiera remotamente cerca. Desde donde Ethan estaba no podía verla a menos que estuviese dispuesto a perder el cuello, eran cerca de cuarenta estudiantes sentados ordenadamente por pares.

Alex, por el contrario, tenía una vista clara de su vecino. Ella había escogido el asiento esquinero trasero para pasar desapercibida, estaba organizando sus plumas de colores sobre el pupitre; cuando la profesora entró.
—De pie, de pie, de pie— exigió levantando los brazos como si estuviese en un concierto de rock, a algunos les causó a gracia, a otros no tanto pero al final todos obedecieron.

Sonriendo satisfecha continuó.

—Mi nombre es Amaya Cordero y seré su profesora...

La clase fue dinámica, entretenida y hasta un poco chistosa, pero eso no quitó el hecho de que al sonar el timbre todos saliesen corriendo, era la última hora de clases y todos tenían mejores cosas que hacer que jugar a ser escritores.

Ethan, eufórico por ir a ver el partido de los Artilleros contra los Uliseos — otro equipo local—, pasó por alto el rosado papel que se deslizaba fuera de su libro.

Ahora, cualquier persona en el salón pudo haberlo notado, cualquiera o incluso ninguna, pero solo ella lo notó. Solo Lizzie vio el papel caer y aunque mucho dentro de ella le advertía que no era su incumbencia, lo recogió, pero no hizo ningún intento de ir tras Ethan, principalmente porque eran vecinos, simplemente lo deslizaría por la puerta de su casa y ahí moriría el cuento.

Se notaba que el papel había pasado por varios lugares, estaba arrugado y manchado en ciertas partes.

"Quizás sólo es basura" pensó.

Recelosa de solo estar gastando su tiempo, desdobló el papel.

Una arruga se pronunció en su rostro al leer el mensaje.

Oesed — J.K Rowling
OIDI CIUS NU EUFON

LizzieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora