Capítulo 3

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        Mis oídos sangraban –no literalmente, pero podía sentir como lo hacían– Ryan no había dejado de molestar por el comentario zarpado que le había dicho a Lizzie.

        Pero, por Dios. Deberían estar halagados de que un chico como yo –atractivo, bilingüe, ¿ya dije atractivo?, muy aclamado por las señoritas– le haya dedicado un comentario así a un mini monstruo rosado.

        ¿Y que recibí en vez de una sonrisa de puta desesperada?

        Un golpe con un libro más grueso que la misma Biblia en su versión más larga y un enfadado hermano que no dejaba de mandarme mensajes sobre las mil y un formas de cortarme las bolas si tocaba a su hermana.

        Francamente, acabada de recordar porque no me metía con ninguna de las hermanas Miller.

        Era Domingo en la mañana, pero me dolía la cabeza como si fuese un sábado después de un fiesta brutal.

        Al final decidí por quitarle la batería al teléfono. Su estúpido bailar en la mesa me tenía harto.

        — ¡Ethan!— gritó mamá.

        Probablemente desde la cocina, ya que juzgando a que eran cerca de las nueve de la mañana, ella debía haber estado haciendo el desayuno. Digo como buena familia americana que somos, los domingos nos levantamos a las nueve, para poder llegar a la misa de las once.

        — ¡Dime, mamá!

        — ¡Contesta ese aparato del demonio, que es para ti!

        Ya sabía a lo que se refería con "aparato del demonio", era una pequeña broma que tenía con ella y la abuela, ya que esta última siempre llamaba así a todo aparato electrónico habido y por haber.

        Aún recuerdo el año que se vino a vivir con nosotros. Mi papá estaba utilizando el microondas cuando mi abuela le gritó: "Ya deja ese aparato del demonio, Nathaniel"

        A lo que mi padre enojado, pero tratando de ocultarlo, contestó "Muriel, estoy calentando su comida en el microondas"

        "¡Que microondas, ni que nada! ¡En mis tiempos se prendía la olla!" Respondió ella agitando las manos como loca desquiciada.

        "Pero, Muriel..."

        Luego llegó mamá y le explicó a la abuela que no había nada satánico en utilizar el microondas.

        Y aunque ella dijo que ya había comprendido, a veces la pescaba viendo fijamente al electrodoméstico, como si esperará a que este cobrara vida y se la comiera viva.

        Nunca entenderé a mi familia.

        Contesté el teléfono y la irritante voz de Ryan salió del auricular.

        — ¡Serás idiota! ¿Com-

        — ¡Ryan!— grité cortando su discurso— Ya te dije que fue inercia. A la rara de tu hermana no la toco ni con un palo.

        —Te insultaría por llamar a mi hermana rara, pero lo segundo que dijiste justifica lo primero.

        — ¿Qué?

        —Nada, mis palabras son demasiado sofisticadas para tu cerebro de mono subdesarrollado— dijo sin molestarse en disimular su arrogancia.

        —Tengo mejores notas que tú- el bufó molesto, había pinchado una vez más su ego.

        —Eso es porque te acuestas con las hijas de los profesores y ellas siempre te dicen que van a tomar.

LizzieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora