Oikawa Tooru.

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 Respiró nerviosamente mientras jugaba con sus dedos y miraba por la ventana; se sentía cansado pero no podía conciliar el sueño.

Su ritmo cardíaco se aceleró cuando la puerta de su habitación se abrió.

- Es la hora.- una enfermera ya un poco mayor avisó dándole una amable sonrisa.

El chico dejó salir un suspiro sonoro como respuesta.

- ¿Nervioso?.- la mujer le hecho un vistazo rápido a la carpeta en los pies de la cama.- Descuida, todo saldrá bien.

- ¿Qué pasa si no?.- su voz sonaba ronca y un tanto irritada.

- Bueno...no tengo una bola de cristal cariño.-volvió a sonreír amable, haciendo que el castaño se sintiera un poco mal por la respuesta venenosa que él había dado.- pero tienes que saber que el único fracaso que puedes tener es darte por vencido.

- ...Lo lamento.

- No pasa nada.- movió la cama lo suficiente como para separarla de la pared.- Uno no puede ofenderse con una cara tan encantadora como la tuya.

El chico sonrió ligeramente, más como arrepentimiento que por el halago, después de haber vivido todos estos años con falsos halagos se había dado cuenta que esas palabras vacías no significaban nada, aprendió como sonreír encantadoramente y como hacer que su voz sonara tan dulce como para empalagar a alguien.

Sintió como la señora movía los grandes tornillos de la cama y bajaba la cabecera mientras él se mantenía aún sentado, viendo como los pájaros volaban en aquel cielo tan azul, deseó ser como uno de esos animales, para no tener que preocuparse de estúpidos hospitales, estúpidas rodillas lastimadas, estúpidas carreras de deportistas y estúpida gente falsa.

- Recuéstate.- la mujer puso una de sus manos pequeñas en su hombro.

A Oikawa no le quedó más que obedecer.

- Aquí vamos.- anunció la enfermera antes de sentir como la cama comenzaba a moverse.

Sus ojos se sentían adoloridos con la luz blanca que irradiaban las lamparas de neón del techo; hasta hoy no había querido abrir las cortinas de la habitación, de no ser por la enfermera amable que todos los días insistía en que su habitación parecía un funeral habría seguido en tanta obscuridad como una habitación de hospital se lo pudiera permitir.

Aún así, no apartó la mirada del techo, no quería que su mirada se encontrara con ninguna persona y aunque dudaba que alguien lo pudiera reconocer en un estado tan deprimente en este momento no tenía el humor de ver a nadie al rostro ni de fingir preocupación, ni falsos rostros amables.

Todas las baldosas del techo eran exactamente iguales una de otras, color blanco con pequeños huecos del tamaño de la punta de un lápiz, todas exactamente igual hasta dar la vuelta en aquel corredor y atravesar dos grandes puertas metálicas.

El techo tenia varias lineas de diferentes colores indicando lo que el castaño supuso diferentes rutas para llegar a diferentes lugares; había una línea amarilla, una linea roja, una verde y una negra.

Sus ojos siguieron las baldosas con las gruesas lineas marcadas, miro como la línea verde daba vuelta en un corredor y se perdía en la lejanía de este; la línea amarilla siguió por al menos cinco metros más, cuando se perdió en un corredor contrarió del que había ido la línea amarilla.

Ahora solo quedaba la línea roja y la negra, que siguieron por varios metros más, hasta que la camilla se detuvo en seco y se dio cuenta, que si bien ambas franjas seguían aún mas adelante, la línea roja tenía una ramificación que giraba en unas puertas metálicas parecidas a las que había cruzado anteriormente.

Haikyuu! x Reader~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora