Capítulo 2.

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Despierto con las sienes punzantes y los ojos hinchados por haber estado llorando durante gran parte de la noche, sin mencionar que mi estomago ruge de hambre porque en un desesperado acto de rebeldía me rehusé a bajar a cenar. Quizás esperando a que Hilda se diese cuenta de lo cruel que había sido y viniese a buscarme para pedirme disculpas. No lo hizo.

Me levanto y de entre mis ropas busco los artículos de aseo para darme una ducha y bajar a desayunar.

Las personas pululan a mí alrededor, ninguna de ellas me observa el tiempo suficiente, deben estar acostumbrados a la presencia de extraños. Muchos parecen listos para comenzar su día laboral. Y otros tantos al igual que yo, sostienen una toalla en la mano y un pequeño cuenco con shampoo, jabón e incluso pasta dental.

No estoy segura de a donde me estoy dirigiendo, al menos hasta que reúno las agallas y toco un par de veces el hombro de la mujer que camina delante de mí.

—¿Disculpe? —carraspeo e intento que mi voz suene fuerte y con decisión. Ella me mira pero no por mucho tiempo—, ¿Sabe dónde puedo ducharme?

Arruga la nariz, se nota que lleva prisa. No puede ser que todas las personas dentro de esta vieja casa sean tan groseras como Hilda.

—Tendrás que hacer fila como el resto de nosotros —señala por la ventana ligeramente empañada con el vaho matutino, logro divisar lo que parece una imitación mucho más pequeña de esta casa, a diferencia del antiguo inmueble; parece mucho más reciente. Las casetas se dividen en dos puertas, por un lado la fila de los hombres y por el otro la de mujeres. En cada fila hay por lo menos unas diez personas. Suspiro agotada mentalmente y me encamino a ese lugar.

Mi mejor opción es la puerta trasera. Justo donde se forman viejas columnas repletas de hojas resecas que crujen cuando las piso. Por las enredaderas se aprecian algunas flores purpuras que despiden un aroma un tanto desagradable, las columnas sostienen lo que parecen una seria de viejos balcones de madera y hierro. Camino con cuidado porque me he dado el lujo de venir descalza.

Ahora estoy segura de ser el centro de atención. Hasta que escucho la risa escandalosa viniendo del balcón por sobre mi cabeza.

No mentía, un chico montado en el barandal como si se tratase de su caballo mascota me está mirando y muy a mi pesar: burlándose de mí.

Se da cuenta de que lo estoy mirando, pues de inmediato silencia la risa escandalosa para fingir un gesto cargado de seriedad. Lo que no intuye es que mi humor no soportará más desplantes.

—¿Qué es tan gracioso? —le grito, él me ignora.

A la luz su cabello es marrón rojizo, no puedo distinguir sus rasgos y tampoco es que quiera hacerlo. Únicamente deseo mandarlo al diablo por haberse burlado de mí.

Le demuestro mi completo nivel de madurez, mostrándole el dedo medio, antes de darle la espalda y encaminarme a las curiosas duchas a las que tienen acceso los huéspedes de Hilda.

Contra todo lo que se puede esperar, este sitio no está del todo mal, al menos contamos con agua caliente y habitaciones libres de chinches. El asunto de la renta me preocupa un poco, pero nada que un buen empleo no logre resolver. Después de todo ahora que cuento con la mayoría de edad; era de esperarse que nada en la vida sea gratis. Mucho menos viniendo de tu único familiar cercano y...vivo.

++

El pelo todavía me gotea cuando entro al comedor. Las mesas están separadas por secciones, algunas incluso desiertas. La mayoría de los presentes se han terminado el desayuno expuesto en lo que parece un enorme mostrador plateado que despide una diversidad impresionante de olores.

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