Capítulo 5.

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Hilda no deja de mirarme, no hemos hablado mucho en el trayecto de regreso a su hogar. Tampoco es que sienta deseos de hacerlo. Ella...ella estaba ahí, en la oficina del señor Garroway, dirigiéndolos a todos como si realmente tuviese una idea de mí, de lo que me sucede. A cada tanto puedo escuchar los fuertes resoplidos que deja escapar, seguramente se siente tan fastidiada como me siento yo por tener que seguir metida en un vagón semi vacío de tren precisamente con ella.

El cielo se ha transformado en una enorme puesta de sol rojiza matizada por nubes de colores amarillezcos y violetas, y el sol...nunca había visto algo similar, parece una esfera enorme de color naranja rojizo que se va perdiendo a medida que desciende en su trayecto por nuestro lado del mundo. Un espectáculo digno de mirar a comparación de la cara enfurruñada de mi tía.

—¿Vas a querer que te lleve a ver la casa? —Pregunta de forma directa. Cierro los ojos por lo que para mí se siente como una eternidad. No tengo ningún interés en ir a meterme a ese sitio. Ni siquiera me importa que la construcción esté dañada, saqueada incluso, por mí esa casa puede venirse abajo y no me importaría.

—Véndela —Le digo sin más.

Ella parece tener algo más que decir, puedo apostarlo por la manera en la que se ha inclinado en mi dirección, pero prefiero pretender que este viaje me ha agotado así que como puedo cruzo las piernas, los brazos y me dispongo a cerrar los ojos y dormir por lo que sea que nos reste de camino. No recuerdo mucho de ese lugar, era una casa de dimensiones considerables, aquello es verdad. Y puede que valga más de lo que el abogado Garroway me dijo, no es el dinero lo que me interesa. Necesito deslindarme de ella, no puedo tener a mi nombre la casa donde mi madre fue asesinada. Ni siquiera entiendo por qué demonios el estado no se la ha quedado. Fue una terrible idea hacer este viaje con Hilda, no ha servido más que para abrir las viejas cicatrices del pasado y arrojarles sal y limón a las mismas para crear un ceviche asqueroso de recuerdos que se resisten a ser erradicados.

Por suerte para cuando regresamos, la estación de trenes parece más concurrida por lo que decido adelantarme un poco y llegar justo al sitio donde Hilda había dejado estacionado su auto. No logro divisarlo, el lugar de aparcamiento se encuentra totalmente vacío y no creo que a Hilda eso le resulte divertido. Volteo para buscarla entre el gentío, ella está mirándome con la misma desaprobación que parece tener únicamente reservada para mi persona. Me hace señas con la mano para que la siga, esto no puede ir mejor.

Al otro lado de la acera se encuentra el auto de Hilda, tiene las luces encendidas y al parecer...a Dominic al volante, hace sonar el claxon al menos dos veces antes de que podamos cruzar la calle para encontrarlo directamente. Hilda ni siquiera saluda, simplemente se mete en el auto justo al lado de Dominic, paso por alto lo extraños que lucen uno al lado del otro y me meto en los asientos traseros.

—¿Cómo estuvo? —Pregunta, aunque no tengo claro a quien le ha dirigido aquello. Me encojo de hombros, no debería sentirme tan extraña con él aquí y a pesar de ello, lo hago.

—Tedioso como de costumbre, ¿La clase?

—Pequeñas bestias inquietas —sonríe Dominic—, aunque hemos mejorado bastante con todo el asunto de Eva y su tan esperada presentación a final del verano. Debió ser terrible para ella cuando Et...

Hilda le suelta un codazo a Dominic, éste hace el intento por disimularlo, pero realmente no hay mucho que pueda esconder en un auto. Como sea, por Eva, debe referirse a la misma Eva Briel de la que me habló cuando nos conocimos, debe ser un verdadero dolor de cabeza para Hilda que la compañía de los Briel sea incluso más reconocida que la suya. Karma, querida bruja del oeste.

—¿Ahora no hablas conmigo? —Dominic me dirige una mirada rápida a través del espejo retrovisor. Me ha tomado con la guardia totalmente baja, únicamente le sonrió de manera rápida y amistosa. A la mirada marrón de Dominic se unen los ojos oscuros de Hilda, no parece muy feliz, aunque, considerando la cara que ha tenido conmigo desde que salimos de la oficina del señor Garroway, debo decir que esto ni siquiera es algo nuevo.

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