Capítulo 4.

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―¡Despierta ya, niña tonta! ―Los golpes de la puerta me hacen abrir los ojos plenamente desorientada y con un mareo que amenaza con hacerme vomitar la hamburguesa que ingerí el día de ayer.

Froto mis ojos con fuerza, la impresión es demasiada, lo último que recuerdo es recargarme contra una de las columnas de la casa para poder dormir luego de quedarme afuera, pero estoy aquí, en la que se supone es mi cama, cubierta con una frazada gris mientras la luz pega de lleno en mi rostro. Hilda vuelve a tocar la puerta con fuerza, mediando mis pasos, me apresuró a abrirle, ella no parece feliz de verme y yo tampoco.

―¿Tienes idea de la hora que es? ―Pregunta adoptando una postura de jarra, realmente está asesinándome con la mirada, no hay mucho que pueda decir para tranquilizar su estado de ánimo.

Niego rápidamente, temiendo decir alguna estupidez que pueda costarme otra fuerte bofetada.

―Dejé un tazón de cereales para ti en la cocina y un poco de fruta ―casi espeta mientras me da la espalda. Sus palabras me dejan fuera de balance.

No queriendo tentar a la suerte, me apresuró a vestirme con lo primero que se cruza en mi camino y mientras trato de ponerme las botas y bajar las escaleras al mismo tiempo esperando no romperme el cuello, mis hombros chocan contra los de otra persona...no cualquiera, sino con los de Ethan, el chico que el día anterior me ayudó a limpiar el salón donde estuve con Dominic. Pero no se inmuta, en su lugar continua su andar, con lo que parece ser el fantasma de una sonrisa dibujada en su boca.

Llego a la cocina antes del tiempo estimado y para mi sorpresa, como Hilda lo prometió, un tazón de cereales y frutas me espera en la mesa. Las mismas mujeres que vi el día que llegué aquí, casi han terminado sus labores de lavar los platos y ahora parecen divertidas hablando en una lengua que sólo ellas recuerdan. Ni siquiera me siento, rápidamente meto un trozo de manzana a mi boca.

―Leche ―mencionan detrás de mí, mientras doy la vuelta observo como la mujer me extiende una jarra de vidrio llena de leche, sus ojos parecen amables y mientras me extiende la jarra con una mano, con la otra señala mi tazón de cereales.

―Gracias ―respondo mientras acepto la leche que me ofrece, todo parecería sencillo si sólo se tratase de la leche, pero entonces caigo en cuenta de que tampoco tengo una cuchara o un tenedor para comerme mi cereal y fruta respectivamente.

―Cuchara ―dice la otra, remarcando la r en la palabra, algo...encantador.

―Comer...muy flacucha ―su nombre es Slava, ella me sonríe nuevamente mientras me ofrece un banquillo para poder sentarme y desayunar de manera apropiada. Es extraño que no me sienta incomoda en la presencia de estas mujeres que seguramente no tienen ni idea de quién soy y que aun así han hecho de mi desayuno algo sumamente agradable. Incluso me sonríen y no se mueven de sus lugares, no hasta que termino de dar el último sorbo a la leche del tazón―. Bien.

Retiran mis platos sucios y terminan de limpiar la cocina, es hasta que Hilda entra a la cocina que parecen acelerar sus labores.

―¿Terminaste? ―Pregunta, arqueando una de sus delgadas cejas en mi dirección, debo admitir que luce realmente preciosa en su traje de tela azul marino, con el cabello completamente recogido y un poco de maquillaje en su rostro, parece apurada colocándose un par de guantes de color perla en cada mano.

―Sí...

―Pues andando, el tren no espera a nadie y menos a una jovencita tonta que se está tomando demasiadas libertades.

Bajo rápidamente del banquillo y le sigo el paso, sube a su auto plateado dudo unos minutos, no entiendo a qué se refiere con eso del tren, ni mucho menos estoy segura de que quiera llevarme con ella a donde sea que se dirija. Toca el claxon del auto lo que me saca de mis cavilaciones, todavía con los nervios a flor de piel abro la puerta del copiloto y me siento, esperando que ella no me mande al diablo.

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