Capítulo 1.

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A diferencia de las personas que van sentadas a mi alrededor, no tengo gran cosa dentro de mí maleta. Probablemente una o dos prendas, artículos básicos de aseo y los pequeños pero significativos recuerdos de la vida que tenía antes de que mi padre decidiese que era buena idea dispararle a mi madre.

Miro por la ventana, todavía falta para llegar a Florida y la mujer a mi lado no para de hablar sobre sus estúpidos gatos que la están esperando en casa de una de sus hermanas. A cada tanto sonrió, odio pensar que pueda hacerme daño, pero el temor es tan profundo y arraigado que apenas puedo manejarlo. Estrujo el papel con la dirección de la tía Hilda en mi mano derecha, tengo las palmas sudorosas puede que la tinta se haya corrido debido a ello, sólo espero que pueda identificar con facilidad el sitio al que me estoy dirigiendo.

Duermo el resto del camino gracias al discurso de mierda que profiere la mujer a mi lado. No se percata de lo mucho que me desagrada tener que lidiar con extraños.

Mis sueños siempre son una gama de imágenes extrañas que aún sin quererlo involucran a mi antigua vida. Puede que mis padres no fuesen exactamente convencionales; porque, joder, ¿qué clase de padres se reúnen todos los sábados en la tarde a fumar hierba? Muchas veces me mandaban a dormir antes de que pudiese decir algo. Entonces mi madre era feliz, siempre sonreía, casi puedo verla pasando un par de sus largos y delgados dedos entre el cabello de mi padre o simplemente apoyada en su regazo luego de un arduo día de trabajo.

Pero entonces él lo jodió todo. Tuvo que perder la maldita razón y dispararle dos veces en el pecho; dos jodidas descargas que derrumbaron mi pequeño mundo.

A veces guardo cierto rencor dentro de mí ser, otras siento una profunda lastima. Pero siempre son sentimientos que bullen como una jodida onda expansiva que me fluye del corazón y es inevitable contenerla, arrasa con todo lo bueno a su paso y únicamente deja recuerdos de mierda.

Alguien me sacude el brazo ligeramente, sólo hasta que abro los ojos soy consciente del lugar en el que me encuentro. La mujer que estuvo sentada en el asiento contiguo al mío durante el viaje me está sonriendo, una sonrisa que deduzco trata de ser cálida, de pronto la mujer deja de parecerme patética y ahora se asemeja más a la agradable vecina de al lado que te ofrecería galletitas y un vaso de jugo de manzana si se lo permites.

-Hemos llegado -dice creyéndome estúpida para no reconocer tal hecho.

Enfurruñada y con un horrible dolor en el cuello me levanto en busca de mis pertenencias. La apariencia del resto de los pasajeros no es envidiable, la mayoría lucen como si acabasen de despertar de un coma profundo.

La maleta no pesa en lo absoluto y estoy segura de poder arreglármelas al menos hasta conseguir un taxi o algún medio eficaz de transporte para llegar a la dirección de Hilda.

Bajo rápidamente, perdiéndome entre la multitud de personas que esperan tras los andenes a que sus familiares bajen del jodido autobús, muchos de ellos portan patéticos letreros con el nombre de dicho familiar, ninguno tiene Bethany Baker escrito en ellos y por un instante la punzada de dolor es tan abrumadora que permanezco de píe el tiempo suficiente para recordarme que no tengo más familia en el mundo que la prima de mi madre y que incluso ella rechazó el tener que lidiar conmigo cuando yo apenas era una niña para comprender la gravedad de quedarte completamente sola.

Alguien me empuja de tal manera que suelto la maleta, esta cae repiqueteando contra la loseta de la estación de autobuses.

-Demonios -mascullo, acuclillándome para poder recoger la incordiosa maleta.

-Si esto fuera un libro, sería el momento perfecto para iniciar nuestra historia de amor -él chico que me ha empujado se inclina justo frente a mí.

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