Capítulo 4 Comportamiento extraño

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La discoteca estaba a reventar y menos mal se permite hacer reservaciones, Lorena se encargó de apartar las mejores mesas porque sabe que nos gusta bailar, siempre reserva una cerca de la pista. Mis amigos han tomado lo suficiente y de ahora en adelante se pondrán pesados. Solo me he emborrachado una vez y fue a los pocos días de haber muerto mi madre. No me quedaron ganas de hacerlo más, la tristeza no se evapora con el trago, por el contrario, aumenta y no quiero volver acordarme, me entró la lloradera y fue imposible consolarme, esa vez tomamos en el apartamento.

La música estaba a un volumen exorbitarte y el repertorio musical ha estado a la altura. ¡Me encanta! No puedo ocultar lo mucho que me gusta bailar. Sonó la canción de moda, Enrique Iglesia nos tiene bailando a todos, teníamos una corografía con esa canción, la gente a nuestro alrededor nos fue dando espacio una vez más e incentivándonos a Raúl y a mí para que siguiéramos bailando. Somos una muy buena pareja de baile, disfruté mucho. En el fondo y debo ser sincera conmigo misma me gusta llamar la atención cuando bailo, ofrecer una buena coreografía me enorgullece. Aplaudieron al terminar la canción.

—¡Raúl estoy muerta!, sentémonos —nuestra compañera no tardó ni un minuto sin pareja, a su lado se sentó un joven que con un par de miradas pasó de la barra a la mesa y ahora son íntimos. No recuerdo como se llamaba—. ¡Voy al baño! —hablé duro para que me escuchara, con una mirada me dijo que me acompañaba.

—No sabemos qué te pueden hacer —suspiré, con su sobreprotección no puedo pelear. Lorena caminaba forzadamente para evitar que la vean entonada, le sonreí—. Te lo digo porque en las discotecas es relajante tener relaciones sexuales amiga —le di un empujoncito, tenía el cabello mojado por el sudor, nos dirigimos al otro extremo, entramos al baño, ella me acompañó y se antojó de orinar, me lavé las manos mientras terminaba.

—¿Sigues orinando? —entró hace rato.

—Dame un minuto —la escuché orinar, con los brazos cruzados, reprimiendo las ganas de reírme. Por fin salió, se lavó las manos y salimos del baño, me tenía agarrada cuando nos topamos con ¿Roland?

—Hola —fue lo único que pude decir, el corazón se me aceleró de verlo al frente de mí con ese dominio muy propio de él, me obstaculizó el paso. Lorena me apretó más fuerte el brazo.

—Do... don Ro... Roland —mi amiga no habló, aulló. Gracias a su temerosa voz salí del nerviosismo. ¿Qué hace un hombre como él, en un lugar de estos?

—Verónica Vásquez —dijo, me di cuenta que no la determinó, se limitó a mirarme, sí que es arrogante—. Que sorpresa encontrarla en una discoteca —hasta lo sarcástico le luce, le sonreí, yo pienso lo mismo, ¡qué coincidencia!

—¿Y según usted en qué lugar sería apropiado encontrarme? —me alejó de ella al tomarme por la cintura, mi amiga quedó pasmada, con la boca abierta mientras que el contacto de Roland envió cientos de hormigas a lugares que hasta el momento pensé que dormían. ¡Demonios! Es solo un leve acercamiento y ¿me pone de esta forma?, no logro imaginarme si pasa algo más. Llegamos a la barra.

—En una iglesia —tragué saliva. Le iba a refutar, pero él ni se dio cuenta de mi expresión y siguió hablando—. En un grupo de oración o en un retiro espiritual —a pesar que me agrada como hombre me irrita su forma tan sobrada, se cree el único hombre en la tierra, adicional deben rendirle pleitesía. Me di cuenta que su personal nos rodeaba, la Rata se estaba diagonal a él. Lorena caminaba en dirección a la mesa.

—¿Y encontrarme aquí le sorprendió? —enfoqué la mirada en sus perfectas facciones, jamás me hubiera imaginado que un calvo podría ser tan sensual. Debe de verse increíble con cabello. Nuestras miradas eran fijos desafíos. ¿Por qué me mira así? Con ganas de decirme muchas cosas y nada al mismo tiempo, con anhelo y frialdad.

Mundos Diferentes - Parte 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora