El diario de Mariel: Me necesita

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Me sentí perdida, como si no estuviera en mi casa sino en un laberinto donde estoy obligada a elegir entre mi vida o mi muerte. Me corrijo, no estaba perdida, me sentía estúpida.

Escuché sus pasos, esos pasos cortos que lo obligan a caminar más y más rápido. Esa vez eran presurosos y eran cada vez más sonoros porque se acercaban a mí, solo a mí. En un segundo pude verlo en la entrada del pasillo y si antes no sabía que hacer, ahí ya ni siquiera podía hacer algo. Apenas cuando pude dar un respiro sus pasos se detuvieron para después abalanzarse sobre mí en un abrazo lleno de dolor, dolor que él quería que yo desapareciera.

Me sentí abrumada ante su calor que rodeaba desde encima de mi cintura para abajo. Como reacción opté por encerrarlo entre mis brazos también, pero...

—¿Por qué no hiciste nada y te quedaste ahí mirando? —preguntó entre lágrimas y mucosidades que ahogaban sus palabras.

Mis brazos se volvieron tiesos pedazos de mármol en el aire, sin poder tocarlo.

—¿M-me viste? —respondí. Mi tono de voz solo sonó así antes tras el peor susto de mi vida, ese que me quitó todo el aire.

—No dejé de hacerlo. —Se escondió entre mi ropa a pesar de que las mucosidades de su nariz le impedían respirar y por ello inspiraba más fuerte.

No me importó que ensuciara mi mejor blusa, y Dios mío, cómo no podría importarme. Ese era el momento justo para romper esa escena tan... tan... tan no para dos hermanos. Pero cómo me gustaba y eso será una de las pocas cosas que me sentí capaz de admitir en mi mente.

No recuerdo si estaba a punto de articular alguna palabra y me hizo tragármelas enteras o si solo seguía estupefacta de todo lo que ocurría. Le dejé la batuta para dirigir el siguiente acto, y no pude haber cometido peor error.

—Al menos me dejas abrazarte, pero veo que eres incapaz de hacerlo también ¿cierto? ¿Cuánto... cuánto haz de odiarme? ¿Eh?

Odiarle... odiarle... odiarle. Siempre pensé cuán ridículo era repetir la última palabra para "causar más drama" sin embargo eso me pasó: la última palabra retumbó varias veces más en mi pecho por más que Paulino solo lo dijo una vez... solo una maldita vez.

Como rechazando sus palabras, lo alejé por impulso hasta tenerlo a un brazo extendido de distancia, sosteniéndole de ambos hombros mientras sus brazos parecían ser ramas arrancadas de un árbol. Algo inexplicable me prohibió ver su rostro y contemplaba el suelo como la cosa más interesante del mundo. Creo que no hubiera estado tan malo que pasara un bicho por ahí para hacer más entretenido el monótono espectáculo, seguro no lo pisaba, seguro.

—Yo no te odio ¿está bien? Repítetelo mil veces en la cabeza para que lo entiendas y mil más para que no te olvides. Si no te ayudé fue porque... porque tenía miedo ¿sí? Sé que es tonto porque no me podrían hacer nada, solo no fui porque tenía miedo.

Finalmente lo entendí.

—No de ellos en realidad, ahora que analizo las cosas. Es miedo a enfrentar el hecho de que ellos te pegaron usando una patética excusa que yo causé, jamás creería que un maquillaje vencido provocaría tanto daño... yo.

Sí, ya estaba por llorar, todo mi cuerpo supuso que no bastaría desfogarme con palabras. No quería llorar, no debía llorar y no lo hice.

—No es tu culpa, ellos ya plan...

—¡Sí es mi culpa! Por favor perdóname.

Grité, seguro mis padres me escucharon por lo exagerado que fue. Así es, yo nunca me olvidé de ellos, o eso creí. Alcé mi cabeza y lo observé. Él nunca dejó de mirarme.

Mi último deseo [NUD#2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora